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Agapito Maestre

Contra la desmoralización

Me he largado a San Lorenzo de El Escorial. He pasado allí toda la tarde. Es poco tiempo, casi nada, para lo que merece esta grandiosa obra de la civilización hispánica. Aún hoy es una referencia imprescindible para saber de dónde venimos.

He oído unas frases ridículas de Zapatero sobre no sé qué optimismo económico. He sentido bochorno por las declaraciones sobre el uso del castellano de la señora Sánchez Camacho. Y, finalmente, me ha sobrecogido por su "certera indolencia" la última sentencia sobre el juicio del 11-M. Me he sentido fatal y me he largado a San Lorenzo de El Escorial. He pasado allí toda la tarde. Es poco tiempo, casi nada, para lo que merece esta grandiosa obra de la civilización hispánica. Aún hoy es una referencia imprescindible para saber de dónde venimos y, sobre todo, para descubrir que quizá todavía se albergue allí algo, un estro o similar, capaz de levantar la moral de una nación completamente desmoralizada.

Confieso que estuve allí acompañado por la deliciosa obra de Fray José de Sigüenza, La Fundación del Monasterio de El Escorial, que data de 1605, pero una vez plantado en el interior, uno lo olvida todo. Quedé al instante seducido, aunque quizá sería mejor decir sumergido, por una arquitectura tan compleja como cabalística. Aunque los ricos tapices de escenas bíblicas que aquí se exhiben son impresionantes, creo que la pintura que alberga este conjunto arquitectónico sigue siendo uno de sus atractivos principales. En fin, contagiado por el afán de búsqueda de verdad que exhiben todos los cuadros, especialmente los seleccionados por Felipe II, que conforman esta otra gran pinacoteca nacional, caminé y caminé por todas partes tratando de captar algo de esa búsqueda, que en sí misma contiene verdad. Autenticidad. Las emociones se sucedían unas a otras sin interrupción. Caminar y ver. Caminar y detenerse ante un cuadro, una escalera, un mirador, un mosaico, un detalle menor era como volver a descubrir este país.

De emoción en emoción, de alegría en alegría, me moví por todo el recinto sin ganas de salir de allí. Estaba a gusto. Reconozco que, sin embargo, al final del recorrido llegó la explosión: estaba en la Biblioteca de El Escorial. Miré al techo y sus murales volvieron a ponerme la carne de gallina. Pareciera que todo El Escorial estuviera concebido para ser rematado por este lugar, sí, una ubicación especial para pensar, o sea, para descubrir la verdad. He ahí lo más auténtico de este gran monumento nacional. Las pinturas murales, especialmente para quienes cultivamos cierta filosofía, siguen siendo un estímulo para persistir en ese extraño saber que se cuestiona constantemente a sí mismo. Allí está contenida la filosofía de España.

Las pinturas de esta genial biblioteca son para meditar, o mejor, para enseñar al lector dónde está, qué se espera de él y, sobre todo, cuál es el camino de la sabiduría. Las pinturas de la biblioteca, aunque sería más acertado decir bibliotecas, están concebidas para fascinarnos sobre lo que albergan los libros... Aquello a lo que deben llegar sus visitantes. La verdad. Pero si las pinturas de esta biblioteca son también libros abiertos para seguir aprendiendo el camino que debe seguir una nación, quiero pensar que los originales de los libros que aquí se hallan pudieran ser otros tantos "arquetipos" para salir de la desmoralización moral que atenaza a este país. ¿Quién sabe?

Yo, por pura casualidad, cuando bajaba la vista del techo, fijé la mirada en una de las estanterías de orden dórico, muy elegante y vistosa, que rodean el recinto. Me encontré abierto "El libro de las Fundaciones", sí, el original escrito por Teresa de Jesús. Milagroso. Está abierto por el capítulo 28 y reza así: "Acabada la fundación de Sevilla, cesaron las fundaciones por más de cuatro años. La causa fue que comenzaron grandes persecuciones muy de golpe a los descalzos y descalzas, que, aunque ya había habido hartas, no en tanto extremo, que estuvo a punto de acabarse todo."

Pues eso, queridos lectores, que, como dice la Santa, está a punto de acabarse todo... De momento, sólo emerge la crisis económica, pero ésta será apenas nada al lado de la crisis moral que nos invade, empezando por la quiebra del valor fundamental que sostiene a un país, a saber, la nación. Mientras el personal se hace cargo de lo que quizá ya sea irremediable, haríamos bien en buscar en la historia, o mejor, en nuestro pasado común la verdad que pudiera enfrentarnos a la desmoralización que provoca un gobernante que ha elevado lo relativo a un valor absoluto, y ha hecho de los medios los fines de la política.

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