El Gobierno socialista está terminando con la nación de modo civilizado. Es un decir lo de civilizado, porque la brutalidad a la hora de utilizar los poderes del Estado contra la sociedad civil en general, y los ciudadanos en particular, no tiene comparación con otras naciones europeas. La persecución “fina” de periodistas que disienten ya se toma como costumbre. Quienes crean opinión, pocos por supuesto, son retirados amablemente del espacio público. Los medios de comunicación que no se ponen a su servicio son perseguidos. Los casos de persecución de El Mundo y la COPE son paradigmáticos.
En este proceso de degradación de la vida pública, al que contribuye de modo determinante Rodríguez Zapatero y su gente, hay una figura especialmente degradada: el político socialista. La degradación del político es algo sobresaliente, que indica un nivel de perversidad al que sólo se llega en momentos de auténtica decadencia democrática. Los políticos profesionales del socialismo están siendo reducidos a polichinelas. Dos ejemplos de esta perversión de la tarea del político están a la vista.
En primer lugar, empieza a ser pesado, incluso agobiante, que los miembros del Gobierno no digan nada, no comuniquen ni den razón de lo que pactan con otros políticos. Confunden la discreción y la prudencia con el secretismo totalitario. El caso de Jordi Sevilla “informando” de la reunión entre Zapatero e Ibarreche fue de vergüenza ajena. Este hombre trataba de “informar” de algo que desconocía por completo apelando al lenguaje secreto y mafioso de los nacionalistas. Hablaba de discreción sin saber lo que contiene esta palabra. El comportamiento de este hombre ante los medios de comunicación lo descalifica como genuino político. Es una marioneta en manos de un profesional de la perversidad, que seguramente es manejado por otro más perverso. La degradación moral es ya rutina en nuestra pobrísima vida democrática.
El segundo ejemplo es de sobra conocido, pero no por ello menos alarmante y fatídico. También comienza a ser común oír hablar mal a los políticos socialistas de su elite dirigente, pero esta crítica jamás pasa de los ámbitos privados. Son cobardes. Resulta patético hablar con “políticos” socialistas en privado, pues que su crítica acerada, casi siempre acompañada del insulto personal a sus líderes, jamás va acompañada de una manifestación política seria y rigurosa en los ámbitos públicos. Todos están muertos de miedo. Todos están defendiendo sus horribles barrigas. Todos representan lo peor de la democracia de masas: la antipolítica. Son unos muertos de hambre de la genuina democracia.