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Agustín Olalla

Final

Esta edición de la Ryder Cup nos ha dejado agua, lluvia sin fin, grandes dosis de emoción, sentimientos a flor de piel, lágrimas de decepción y de alegría que servían para desahogar los nervios; es decir, el sentir del golf en toda su expresión.

Y cayó el telón. Después de una jornada apoteósica, con absoluta igualdad, repleta de emociones, de sentimientos, de alegría contenida durante el devenir de la jornada y de alegría desbordada, cuando Hunter Mahan –¡qué lástima de final el suyo!– realizaba un golpe que debía llevar al último partido al tee del hoyo 18 y desgraciadamente producía un salto de rana, dejando su bola a menos de cinco metros de donde estaba y perdía todas las opciones de forzar ese último hoyo de infarto, decantando el triunfo del lado europeo.

Parecía domingo en vez de lunes, y día laborable, las calles del Celtic Manor presentaban un esplendido paisaje, repletas de público absolutamente volcado y entregado al equipo europeo.

Las previsiones dibujaban un lunes lluvioso, pero el día amaneció con una suave niebla que fue levantando hasta dejar aflorar con toda su fuerza y esplendor el sol. Ese sol que habíamos echado de menos y que, como buen aficionado, no quiso faltar a su cita en esta última y definitiva jornada.

Los nervios, comenzaban a aflorar, los veteranos no se imponían, especialmente Harrington –¡qué Ryder la suya!– no fue capaz de aguantar el empuje de un Zach Johnson que literalmente le barrió del campo, con independencia de su bajísimo estado de forma y juego.

Llegó el turno de los medianos y, al igual que en la célebre película El Señor de los Anillos, ellos serían los que llevarían al equipo europeo en volandas hasta ese último partido. Ganó Donald, ganó Miguel Ángel Jiménez, obteniendo su primer triunfo en un individual en sus participaciones, y ganó Poulter con un partido soberbio. Los empates de McIlroy y Eduardo Molinari suponían llegar a la barrera de los trece puntos y medio, sólo faltaba un punto más.

Pero el resto de los partidos estaban claramente definidos a favor del bando americano; sólo nos quedaba conocer si el protagonista, Graeme McDowell, nos daría el punto final o, por el contrario, Mahan superaba sus nervios y nos brindaban un nuevo empate que hubiera supuesto que la Ryder, a igualdad de puntos, volviera de nuevo a Estados Unidos, cuyo equipo retendría el título.

En el green del hoyo 17, abarrotado de público, con los nervios a flor de piel, con millones de seres siguiendo el desenlace por televisión –especialmente en Estados Unidos– concluyó el último acto de esta Ryder. No hizo falta ni siquiera que McDowell embocara su putt; el representante americano se destocó y tendió la mano a su contrincante en señal de entregar el partido, el punto y, consecuentemente, la Ryder Cup 2010. El título y la supremacía en el golf mundial regresaron a Europa, pero no sin antes dejarnos su sello de grandeza.

En esta última jornada hemos visto al mejor Tiger, con una actuación sólo a su alcance de auténtico número uno del mundo: jugó quince hoyos y terminó su partido con nueve golpes bajo el par, incluido un eagle desde unos 160 metros. Sólo a su alcance. También hemos vivido el despertar del número dos, Phil Mickelson, ganando su partido con solvencia a un Peter Hanson, al que le pudo la responsabilidad.

En resumen, esta edición de la Ryder Cup nos ha dejado agua, lluvia sin fin, grandes dosis de emoción, sentimientos a flor de piel, lágrimas de decepción y de alegría, gritos de rabia que servían para desahogar los nervios, es decir, el sentir del golf en toda su expresión. Expresión máxima, como no podía ser de otra manera, en un evento como éste.

Ahora nos toca esperar a la próxima, pero con la vista puesta en esos primeros meses del próximo año, donde la candidatura de Madrid a la Ryder de 2018 se juega todas sus opciones. Ánimo y suerte, y que podamos disfrutar en nuestra tierra de un espectáculo como éste. Que así sea.

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