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Alberto Gómez

Error cultural

El Estado vomita generación tras generación niños adoctrinados y convertidos en acémilas convencidos de que si llegan a ser maltratadores no va a ser por culpa de su propia moralidad, sino de la cultura imperante: son niños sin responsabilidades.

El delegado del Gobierno para la Violencia Doméstica, Miguel Lorente, advirtió este martes de que "la violencia no es amor" y consideró que "ver las agresiones como parte del amor" es un "error generado por la cultura" que "se tiene que combatir".

En el manual acelerado de feminismo de este señor seguramente se terminará leyendo que toda violencia es un error cultural. Lo mismo que su corte de pelo, porque para la ideología de la izquierda que soporta el social-zapaterismo todo es cultural. En concreto, ¿adivinan cuál es la causa de la violencia? Claro: la cultura patriarcal, agresiva y machista generado por la religión cristiana y el capitalismo (para abreviar, llamémoslo "el rollo estándar"). ¿Y la causa de la violencia en otras culturas? Pues la ex-colonización del rollo estándar. ¿Y la de lo que escribo ahora? También el rollo estándar. Usted está pagando cátedras y cátedras universitarias cuya única y dudosa contribución en decenios es este mantra que ha sustituido al odio de clase en la mentalidad calenturienta de la izquierda. Y no sólo izquierda.

Pero la violencia forma parte del reino animal. La violencia entre sexos obedece a razones biológicas. La naturaleza animal, presente en el hombre, tiende a conductas que han favorecido la reproducción de cada individuo por cualquier medio. Por eso los hombres y las mujeres utilizan diversas estrategias manipuladoras y violentas con sus parejas con el fin de monopolizar los recursos del otro en distintos grados según el sexo y las circunstancias. Esas tendencias siempre han sido contrarrestadas y no alentadas por la educación, la religión y las formas tradicionales de organización. La familia extensa, donde la esposa está próxima a sus familiares, ha sido siempre un freno al maltrato de la mujer; los hombres tienen una innata repugnancia al maltrato por parte de otros hombres. La religión cristiana, por su parte, también ha ejercido su papel positivo con la monogamia y la dignidad de todo ser humano. Todo ello ha servido como freno. Se puede decir que las culturas se dividen en dos: aquellas en las que la pareja pasa a vivir cerca de la familia del novio y aquellas que van a vivir cerca de la familia de la novia. La tradición aquí ha sido la segunda. 

La anomia moderna, el anteriormente llamado desarraigo, que era central en las explicaciones populares de la violencia hace 30 años, ha pasado a ser la situación normal. Todos los controles de la sociedad civil han saltado por los aires con la vida urbana y la emigración, el abandono de la religión y la misma destrucción programada de los lazos de ayuda mutua familiares, incentivada por el Estado, que se ha convertido en agencia de seguros para el padre, padre-madre-educador para el niño, asistente para el abuelo, protector-confesor-consejero para la madre y hada madrina para todos. En cualquier relación de dos, el Estado ha convertido en el primo de Zumosol con el que amenazar en cuanto las cosas con el otro no van del todo bien. Un triángulo que es imposible de sostener.

Los políticos, de izquierda y de derecha seguidista, lejos de culpabilizarse, ven en los problemas que ellos mismos agravan unas jugosas excusas para mas intervenciones. Desde ZP hasta el último politiquillo, valga la redundancia, se erigen, cómo no, en justicieros de las mujeres. Las calles se llenan de carteles convirtiendo a cualquier hombre en sospechoso habitual. Las leyes expresan discriminaciones jamás vistas en un Estado de Derecho. Esto agrava la situación, porque el acoso al hombre debilita la natural repugnancia de éste hacia el maltrato de otros, de forma que cualquier noticia de maltrato sin lesiones se convierte en sospechosa. El Estado vomita generación tras generación niños adoctrinados, menoscabados en su dignidad y convertidos en acémilas convencidos de que si llegan a ser maltratadores no va a ser por culpa de su propia moralidad, sino de la cultura imperante: niños que se sienten libres de responsabilidad alguna. 

Estamos en plena caza de brujas instigada por los propios culpables. ¿Acabaremos reinventando las barriadas de madres solteras con todos los gastos pagados y niños salvajes que el laborismo inglés instituyó en los años 60 convirtiendo al típico gentelman ingles en el hooligan borracho de los 80? Sin duda estamos en el camino.

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