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Amando de Miguel

A favor de los grupos de presión

Los grupos de presión deberían representar intereses parciales, pero colectivos y expresos, no como disfraz para el medro personal.

Una democracia no funciona solo con partidos políticos sino con grupos de presión. Solo que ambas instituciones requieren cierta independencia del Estado, esto es, no recibir un céntimo del erario (que siempre es público; no hay que decirlo). En España no se cumple tal condición; es lástima. Tanto los partidos políticos como muchos grupos de presión (incluidos sindicatos y patronales) reciben cuantiosos fondos públicos para sus actividades privadas. Es una iniquidad. Sobre todo, porque da pie a sonoros casos de corrupción política, como la entelequia de los famosos "cursos de formación para parados". Con frecuencia no han sido ninguna de las tres cosas. No puede haber más escarnio hacia los trabajadores.

Cada uno de los partidos debería representar a todos los nacionales. La premisa no se cumple de manera ostentosa. Los grupos de presión deberían representar intereses parciales, pero colectivos y expresos, no como disfraz para el medro personal. Tampoco se cumple esa condición.

La existencia de grupos de presión implica un registro de los mismos, que no existe. Por ahí llegamos a la peor de las situaciones: ciertos grupos aparecen como privilegiados y otros no levantan cabeza.

El estatuto privilegiado de un grupo de presión se nota en su forma cuasi legal y sobre todo en que no admite fácilmente la crítica o la oposición de los contrarios. Por ejemplo, en España los grupos feministas, ecologistas y homosexuales gozan de una situación de preeminencia. Resulta difícil defender posiciones, no ya contrarias, sino simplemente críticas respecto a tales colectivos. Las opiniones feministas, ecologistas u homosexuales se consideran dogmas políticos, casi constitucionales, cuando tan discutibles me parecen. Si una persona se atreviera a criticar esos dogmas podría ser tachada de machista, capitalista, neoliberal u homófoba; en síntesis, de facha o fascista. Son epítetos que se consideran injuriosos. Yo los he recibido, y conmigo cientos de doctores.

Lo sorprendente es que los colectivos feministas, ecologistas u homosexuales se escoran hacia la izquierda, pero triunfan también cuando los Gobiernos se hallan en manos de los conservadores. Claro que los conservadores no se consideran de derechas sino de centro.

En Cataluña se ha visto que el fenómeno independentista ha sido auspiciado por grupos de presión subvencionados más que por partidos políticos. En algunos Gobiernos municipales de las grandes ciudades se observa un fenómeno similar. Quienes mandan de verdad son más bien grupos de presión, forjados en las movilizaciones callejeras o en los colectivos de barrio. Es una auténtica subversión de la democracia, un verdadero asalto al poder. Solo les falta llegar al Gobierno de la nación con la misma táctica. No sería una novedad histórica. Es la misma que utilizó Hitler en los años 30 del siglo pasado. Se añaden algunas peculiaridades castizas, como el poso anarquista y el embeleso que produce el populismo latinoamericano.

Se entenderá ahora que mi deseo es que en España se implanten verdaderos partidos políticos y auténticos grupos de presión.

En España

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