Recibo muchos correos sobre los asuntos políticos de la nación, por lo general desahogos respecto a las declaraciones o conductas de nuestros padres de la patria. No puedo entrar a comentarlos todos, pues invadiría otros campos de este periódico digital. Me limito a recoger algunos aspectos de la verbosidad (loquelaria) sin límite de los políticos. Llega uno a creer que no tienen despacho, que no trabajan sentados a una mesa, pues siempre los vemos delante de un micrófono, atentos a una cámara.
Después de un largo testamento de agravios contra el Gobierno, Agustín Fuentes recoge una palabra grata a los políticos: gesto. No había caído; es verdad. Siempre están con el gesto para arriba y para abajo. Entiendo que es un término muy característico de la representación teatral en la que termina siendo la política. Otros son: escenario, escenificación o protagonista.
Pedro M. Araúz (de Manzanares de la Mancha) se queda extasiado ante el continuo discurso de su presidente regional, a la que llama cariñosamente Maricospe, y del Registrador (Rajoy). Observa estas dos constantes: la prescindencia de muchos artículos y la repetición de términos al final de los párrafos. Son técnicas suasorias. Emilio Castellote escribe un muy pensado memorial de agravios contra los políticos. Atención a este párrafo que tan bien expresa el sentir de muchas gentes:
La carencia de un sentimiento nacional arraigado en parte de las nuevas generaciones, sustituido por un superficial aldeanismo desempolvado de finales del siglo XIX y principios del XX, predicado por políticos tan iluminados como efímeros, es el credo que se sembró (en 1976 y siguientes) y hoy brota, cuando se ha perdido toda referencia ética y moral. Las redes sociales, más bien socialistas, dado su comportamiento cotidiano, esparcen aquella semilla, pero modificada por el virus del antisistema, de los derechos sin obligaciones, de lo igualitario sin necesidad de ser mejor y sin aplicar ningún esfuerzo.
Las frases son largas, pero las ideas también. Son para pensar. Observa don Emilio ese extravagante fenómeno de "los escaños del Congreso ocupados por los que abominan de ser españoles". Añade otro raro fenómeno: la obsesión de que la Constitución la interprete a todas horas el Tribunal Constitucional. Él propone que la Constitución debería ser como el juego del ajedrez: las reglas están tan claras que no se necesita árbitro. Añado que por eso el ajedrez ha sido siempre un pasatiempo tópico de los que mandan.
José María Navia-Osorio comenta que el separatismo catalán siempre le ha parecido el más peligroso. Se apoya en la debilidad de España. Su idea es que ese separatismo a quien perjudica en primer lugar es a los propios catalanes. "Se van a empobrecer", dictamina. Opino que ya se están empobreciendo. Cataluña ya no es la locomotora de España, según la imagen tan repetida. Sin embargo, el hecho cierto es que las noticias sobre Cataluña son una constante de casi todos los telediarios, tertulias y páginas de opinión. Diríase que es la obsesión nacional. El señor Mas aparece en la televisión más que todos los demás presidentes regionales juntos.
José Luis García Valdecantos se refiere a ese término omnipresente en las declaraciones de los políticos que es ciudadanía. Añado que a veces se dice "ciudadanos y ciudadanas", lo cual es peor. No falta lo de "ciudadanos españoles", seguramente para distinguirlos de los ciudadanos extranjeros. La reiteración de esos términos es lo que cansa. Yo prefiero hablar de los españoles sin más, o mejor, los contribuyentes, es decir, los que pagan los impuestos, incluidos por tanto los extranjeros residentes. Me gusta aún más los pecheros, un arcaísmo maravilloso.