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Amando de Miguel

Discriminación y diferenciación

Tratar de borrar las diferencias individuales es tarea imposible a la larga y, por lo pronto, dañina.

Nos ha tocado asomarnos a un mundo en el que cada vez se defienden o se vocean más los derechos humanos para no discriminar a nadie. Es algo para congratularse. Pero al tiempo son cada vez más frecuentes los conflictos raciales. Bueno, ahora se llaman étnicos o culturales, a pesar de que constituyen la base del terrorismo, el mal de nuestro pacífico siglo.

La lucha contra la discriminación ha obtenido un éxito notable en el caso de los derechos de las mujeres, secularmente arrinconadas. Nunca en la historia se había conseguido una marca de igualdad de los sexos (ahora dicen "géneros", por influencia del puritanismo yanqui) como la actual. No obstante, son tan potentes y tan dedicados los grupos feministas que sus reivindicaciones siguen en pie. La razón es que así continúan recibiendo cuantiosos fondos públicos en dinero y en privilegios. Siguen remachando lo de la "cuota femenina", como si en la Universidad española o en ciertas profesiones no hubiera ya más mujeres que varones. Es más, las feministas continúan en su infatigable tarea de castigar a la opinión con la estrafalaria idea de que no existen diferencias apreciables entre los dos sexos. ¡Vaya si las hay! Y no me refiero a las anatómicas, tan evidentes. Lo realmente significativo es que en la España actual las mujeres difieren de los varones en muchas formas de pensar y de ver el mundo. Y eso, edad por edad. No obstante, una afirmación como la que acabo de hacer no se puede desarrollar en público sin correr algunos riesgos. Seguramente se considera socialmente vituperable (ahora dice "políticamente incorrecta"). No hablo a humo de pajas. Podría proporcionar datos de una empresa multinacional y de un organismo público que se negaron publicar un estudio en el que se probaba con detalle la conclusión que digo. Oficialmente, en España ya no hay censura, pero ahora se practica con todo género de sutilezas.

El conflicto proviene de la confusión que existe entre discriminación y diferenciación. Las personas pueden ser muy distintas por varios motivos, pero tal contraste no debería dar lugar a que unas tuvieran más prerrogativas que otras.

Los rasgos definitorios de las personas los provee la naturaleza y luego los acentúan la familia, la educación, los avatares biográficos. Tratar de borrar las diferencias individuales es tarea imposible a la larga y, por lo pronto, dañina. Incluso en las parejas homosexuales suele distinguirse una personalidad más bien masculina y otra femenina. Si alguien tratara de eliminar los elementos de diferenciación entre las personas, tendría antes que abolir la familia, la enseñanza, la propiedad privada, y me quedo corto. Ahí se ve que es misión imposible.

En las sociedades occidentales se ha recorrido un buen trecho en el camino de la eliminación de facilidades que unos poseen y otros no de una manera injusta, insoportable. Sin ir más lejos, resultan irritantes los privilegios que acumulan ciertos hombres públicos. A veces pasa eso con la famosa discriminación positiva. Lo malo es que una desigualdad así no llama mucho la atención de los contribuyentes.

En España

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