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Amando de Miguel

El mito de la regeneración democrática

No estaría mal que en las medidas regeneradoras se impusiera alguna exigencia de formación y experiencia para dar entrada a los candidatos.

La regeneración fue una voz muy manoseada en el último tercio del siglo XIX. Se tenía entonces una creencia firme en el carácter orgánico de la sociedad. Más tarde esa palabra perdió vigencia. Solo la conservó el presidente Azaña, tan antiguo él en todo. Ahora se resucita con el adjetivo de democrática. La manejan sobre todo los caudillos de los partidos dizque "emergentes". No nos dicen bien en qué va a consistir la regeneración democrática, más allá de cómo se van a elegir los políticos y cómo van a evitar la corrupción (otro término organicista).

Un criterio del nuevo talante es el entusiasmo por las primarias, se entiende, las elecciones de ese tipo para elegir a los candidatos de cada partido. Es una institución específicamente estadounidense, porque en ese país los partidos no tienen sedes permanentes, solo se organizan para las elecciones. Las primarias de USA se basan en la constitución previa de un registro o censo electoral para los simpatizantes de cada partido. Pero en España, donde esa condición no existe ni puede existir, las miméticas primarias son solo una especie de asambleísmo. Es más, en el PSOE se ha dado el caso varias veces de que el elegido en unas primarias resulte en seguida defenestrado por la autoridad del partido.

La regeneración democrática se traduce también en eliminar de las candidaturas o de los puestos políticos a los corruptos, los que han distraído fondos públicos. Pero los nuevos inquisidores no se satisfacen con la acción punitiva de prescindir de los corruptos tras sentencia firme de los tribunales; basta con que hayan sido imputados. Ahora se dice "investigados". Se trata de un monumento a la arbitrariedad, pero todo sea por el nuevo aire de pureza.

La verdadera regeneración de la vida política debería empezar por reducir el secretismo, el oscurantismo. Nada de eso ocurre. Qué tiempos aquellos en los que el auténtico Pablo Iglesias, el fundador del PSOE, obligaba a sus adeptos a reunirse solo en los locales del partido para convenir pactos con otras fuerzas. Ahora se estila más el reservado de hoteles y restaurantes. La factura la pagamos todos.

Hablando de dinero. La verdadera regeneración democrática debería pasar por la condición de que los partidos, sindicatos y patronales renunciaran a todo tipo de subvención pública directa o indirecta. Deberían mantenerse con las cuotas de los afiliados y simpatizantes más las donaciones adicionales, siempre limitadas en cantidad, transparentes al Fisco y desgravables. No hay ningún indicio de que los partidos (los viejos o los emergentes) estén por la labor. En cuyo caso la sedicente regeneración no pasa de una buena intención, esa que sirve para asfaltar el camino del Infierno.

No estaría mal que en las medidas regeneradoras se impusiera alguna exigencia de formación y experiencia para dar entrada a los candidatos. Es algo que se estipula para cualquier puesto directivo en una empresa. No parece mucho pedir en el campo político, dado que nuestros representantes manejan en conjunto el gasto de más de la mitad de lo que producimos todos los españoles.

En España

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