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Amando de Miguel

No hace falta ninguna ley de educación

Algo que no pueden hacer las leyes es insuflar en los alumnos (y en sus padres) el necesario espíritu de esfuerzo que supone el aprendizaje.

Una costumbre de los Gobiernos españoles es que, como símbolo de poder y magnificencia, empiezan su andadura con una nueva Ley de Educación. Es más, todo partido que intente llegar al poder, lo primero que se plantea es redactar una nueva Ley de Educación. En realidad, se trata de dirigir y controlar la enseñanza como el mejor instrumento de propaganda.

Mi parecer es que no tendría que haber leyes especiales de Educación, y menos con propósitos adoctrinadores. La enseñanza (en la edad en que se considera obligatoria para los alumnos) debería depender de los Ayuntamientos. Previamente, se necesitaría una reforma a fondo de la estructura municipal, por la que en España no habría más de 500 Ayuntamientos.

El Congreso de los Diputados (cuando fuera realmente tal) controlaría que los planes municipales de enseñanza se ajustaran a algunos principios constitucionales. Por ejemplo, todos los españoles tienen el derecho a recibir la enseñanza obligatoria e español. O también, los textos y programas escolares no deben ser de índole propagandística. Más, las becas deben dotarse a los alumnos que las merezcan por su condición económica, pero sobre todo por su esfuerzo. Los padres de los alumnos tienen derecho a elegir el centro público o privado que mejor se acomode a sus exigencias. Habrá una gran libertad de cada centro para establecer métodos y programas escolares.

Lo anterior es solo una ristra de principios básicos de la enseñanza en la edad obligatoria para los alumnos. Fuera de esa condición, lo mejor es que cada centro organice sus propias normas y procedimientos. Es sano que haya competición entre los centros, no solo deportiva.

Lo fundamental es tomar conciencia de que ahora la calidad de la enseñanza resulta manifiestamente mejorable. Quizá haya que empezar por los profesores. Habrá que dotar mejor los cursos de reciclaje.

Algo que no pueden hacer las leyes es insuflar en los alumnos (y en sus padres) el necesario espíritu de esfuerzo que supone el aprendizaje. Estamos ante una virtud colectiva que se ha perdido en la última ola histórica. Su recuperación es tarea ciclópea de más de una generación. Precisamente por ello parece estúpido confiar en que las leyes puedan resolver tan descomunal empresa. Sobre todo, porque la ley de Educación que lleva debajo del brazo cada partido no es más que una defensa de su ideología.

Frente a la cantinela de que “España cuenta con la generación de jóvenes mejor preparada de la Historia”, hay que señalar su radical falsedad. Tendrán más años de escolarización, chapurrearán el inglés y sabrán manejar la cacharrería informática, pero andan peces de Ciencias y de Humanidades.


 

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