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Amando de Miguel

No hay por qué abatir a los terroristas

Supongo que a los policías que abatieron al terrorista de Westminster les habrán dado alguna medalla o un sobresueldo. Yo los habría destituido.

Supongo que a los policías que abatieron al terrorista de Westminster les habrán dado alguna medalla o un sobresueldo. Yo los habría destituido.
Cordon Press

El verbo abatir incorpora un nuevo significado. Se refiere a la acción de los policías que rematan a un terrorista cogido in fraganti. Apresúrense los inmortales académicos de la Española para incorporar el palabro.

Lo que me preocupa es que la opinión pública aplauda sin rechistar tal acción de los policías. Seguramente la ven como una heroicidad de las películas de violencia que tanto gustan y que se nos cuelan por todas partes. Sin embargo, lo que realmente produce esa matanza es que el terrorista abatido queda como un héroe para sus huestes. No olvidemos que el tal terrorista se ha prestado a su fechoría para al final suicidarse (ahora dicen "inmolarse"). Si lo suicida la Policía, mejor para él y sobre todo para la banda que está detrás.

En el reciente suceso del terrorista de Westminster sabemos que solo portaba un par de cuchillos. Bien es verdad que logró apuñalar a un guardia de seguridad, pero habría sido fácilmente reducible con tiros a las piernas. Se supone que los policías han sido entrenados para tal menester. Reducido por la fuerza el matachín, se podría haber convertido en una valiosa fuente de conocimiento para la Policía. La lucha contra el terrorismo se resuelve sobre todo con información. Los terroristas abatidos son mudos. Solo sirven para satisfacer el espíritu de venganza de la población.

Supongo que a los policías que abatieron al terrorista de Westminster les habrán dado alguna medalla o un sobresueldo. Yo los habría destituido por falta grave de profesionalidad. Claro que el supuesto es por completo irreal. Mis sentimientos poco cuentan y discurren contra corriente.

Ya sé que algunos lectores estarán en desacuerdo con la tesis que acabo de exponer. Pero yo no he venido aquí a agradar a nadie sino a hacer pensar. Mi impresión es que en Occidente estamos librando la III Guerra Mundial, solo que ahora con escasos despliegues de tropas y pertrechos militares. El enemigo es el terrorismo islámico; cuenta con un arma difícil de contrarrestar: el suicidio de sus combatientes, los que mueren matando. No les ayudemos en tal empeño.

Un corolario de lo anterior es que en esta III Guerra Mundial no solo cuentan los Ejércitos y los Policías. Se trata de una guerra total, aunque por nuestra parte se prefiera el eufemismo de seguridad. Es decir, deben cooperar militares, policías y civiles, no solo voluntarios de organizaciones benéficas. Asunto principal es el de la información, la inteligencia en su sentido bélico. Que conste que no es una innovación de los británicos contemporáneos. Los tercios españoles del siglo XVI ya la utilizaban.

El terrorismo no se combate de manera efectiva con medidas tan ridículas como prohibir a los viajeros de determinados orígenes que porten aparatos electrónicos. Es claro que siempre pueden hacer escala y hacer ver que proceden de otros países tenidos por seguros. Más eficaz sería controlar de verdad la venta indiscriminada de armas y explosivos. Al menos de momento, los terroristas importan todo ese arsenal básico de los países centrales. Incluyo a España. Sobre tal asunto domina un clamoroso silencio. No estaría mal que empezáramos a romperlo.

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