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En España podría calificarse de zarzuela, aquí de operette, opera bufa o vodevil. O, más universalmente, de farsa. Pero, como ocurre tantas veces en la vida, de la farsa en medio de una situación dramática. Porque si no cabe duda que grotesca farsa es el juicio del prefecto Bonnet por el incendio del chiringuito “Chez Francis”, la situación en Córcega es más bien dramática, con los asesinatos terroristas, las bombas, el “impuesto patriótico”, y todo el resto. Unos de los problemas que dividen a los nacionalistas corsos es el de la ley del litoral, porque allí se desvelan, sin que nadie lo diga claramente, dos opciones totalmente enfrentadas: las de los nacionalistas “bucólicos”, quienes piensan que una vez independiente la isla será próspera y feliz, por puro milagro, y por tanto hay que conservar su naturaleza silvestre, y los que quieren convertir sus costas en un gigantesco Las Vegas marítimo, en estrecha colaboración con las mafias sicilianas y otras, y en donde chorrearía el dinero blanco, negro o azul, de los diversos tráficos. Es el mismo nacionalismo, pero no la misma visión de futuro.

De sentido común hubiera sido que un prefecto, para hacer respetar la actual ley que prohíbe la construcción de restaurantes playeros en aquellos lugares, se hubiera provisto de una orden judicial, para cerrarlos primero, y destruidos, después, pero en realidad no se trataba en absoluto de eso. Aunque tampoco nadie lo diga, se trataba del inicio de un contraterrorismo, de tipo GAL, que comenzando con acciones sencillas, hubiera podido ir agravándose hasta el asesinato político. “Nosotros también podemos hacerlo”. Pero la torpeza –¿voluntaria?– de los gendarmes, que fallaron ese sencillo incendio, lo estropeó todo. Y los nacionalistas se apuntaron un tanto. Juzgado en Ajaccio, el perfecto Bonnet sigue afirmando lo mismo: él jamás dio la orden de incendiar nada. Pero los gendarmes dicen que sí. J. P. Chevenement, citado como testigo, echa la culpa de todo al gobierno Jospin, fingiendo olvidarse de que el más responsable en ese gobierno era él, en tanto que ministro de Interior. Nadie quiere asumir la farsa del incendio fallido, ni la tétrica realidad de un conato de antiterrorismo de estado, de eso ni se habla. ¿Qué están juzgando los magistrados?. Un teatro de sombras, un simulacro.

Después de 18 meses de costosas reparaciones, el portaaviones nuclear “Charles de Gaulle”, orgullo de la Marina francesa, se ha lanzado a alta mar. Despacio. Se ha calculado que cuando llegue al mar de Omán, su destino, ya habrá un nuevo gobierno, o un antiguo rey, en Kabul, y por lo tanto su presencia temible, será inútil, podrá volver tranquilamente a Toulon, sin haber incendiado el menor chiringuito afgano. El presidente Chirac se ha apuntado un nuevo tanto políticamente con su viaje al norte de África, sobre todo con su visita a Argel, que acaba de sufrir esa tremenda tormenta, y en donde fue muy calurosamente recibido por la población argelina. Jospin está que trina, y su esposa le aconseja volver al yoga de su adolescencia. Pero nada de todo esto interesa a los franceses estos días. Se interesan por el Mundial de fútbol. Vamos tirando, vaya.

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