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Cayetano González

El Estado tiene que ganar

El próximo domingo no cabe otro resultado en Cataluña que el de la victoria del Estado de Derecho, a pesar de que el partido se haya puesto muy cuesta arriba.

El próximo domingo no cabe otro resultado en Cataluña que el de la victoria del Estado de Derecho, a pesar de que el partido se haya puesto muy cuesta arriba por la desidia del máximo responsable del equipo que representa al Estado, que ha dejado que las cosas hayan llegado demasiado lejos confiando en que su "magistral manejo de los tiempos" y la operación Diálogo de Soraya le resolvieran un problema que hasta un ciego podía ver que no se iba a solucionar así. El Estado no puede perder el domingo, porque si eso sucediera sería el reconocimiento de su incapacidad para impedir que en una parte del territorio nacional un grupo de dirigentes políticos irresponsables hagan de su capa un sayo y se salten a la torera la ley.

De momento, el partido se encuentra en una fase delicada, tensa, bronca. Se han visto escenas que nunca jamás se deberían haber permitido: el acoso a la Guardia Civil cuando esta, cumpliendo un mandamiento judicial, registraba el edificio de la Consejería de Economía; tres vehículos todoterreno de la Benemérita destrozados por energúmenos que se manifestaban en la calle; una secretaria judicial saliendo por la azotea de un edificio; una locutora de la radio pública catalana pidiendo a los transportistas y taxistas que delataran los movimientos de los vehículos de la Guardia Civil...

Se ha visto a la presidenta del Parlamento de Cataluña haciendo de agitadora de masas; al consejero de Interior manifestando públicamente que los Mossos no van a acatar la orden del fiscal de que sea un coronel de la Guardia Civil el responsable máximo de la coordinación de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Se ha visto a un diputado rufián diciéndole en la sede de la soberanía nacional al presidente del Gobierno legítimo de España que saque sus sucias manos de Cataluña, y no ha pasado nada. Se ha visto a estudiantes llevados por sus profesores a manifestaciones independentistas, recordando los peores capítulos de una historia no tan lejana en el tiempo ni en la distancia.

A pesar de todo este ambiente cargado, plomizo, el Estado tiene que ganar esta batalla planteada por el independentismo catalán. Ya no es que se la juegue Rajoy, que también, sino que nos la jugamos todos los ciudadanos. El presidente del Gobierno, por su cobardía, por su inacción, por su falta de convicciones, no merecería el más mínimo apoyo, pero en las gravísimas circunstancias que vivimos no queda otra que desear a Rajoy que las cosas le salgan bien este próximo domingo, porque eso será bueno para todos. Ya llegará el momento de ajustar cuentas, no sólo con Rajoy, también con la vicepresidenta, que no se puede ir una vez más de rositas después del fiasco que ha supuesto la operación Diálogo –masaje de Junqueras incluido–, que puso en marcha tan ufana hace un año.

Ahora lo que toca, que diría el jefe del clan, es ganar el partido del domingo. Otra cosa es lo que sucederá a partir del lunes, porque este golpe de Estado no acaba el día 1. Si se impide el referéndum, el enrabietamiento de los independentistas será colosal; y si lo hay, habrá perdido el Estado. Además, en cualquiera de los dos supuestos, ahí estará ese hombre de Estado que es Pedro Sánchez, tan significativamente agazapado estos días, para saltar al cuello de Rajoy y asestarle una puñalada mortal en forma de moción de censura que ya tiene tácitamente acordada con Podemos, y que previsiblemente contará con el apoyo decisivo del PNV, necesitado este partido de apartarse cuanto antes del PP y de Rajoy. A partir de ahí, Gobierno de izquierdas con Podemos dentro, reforma constitucional al canto y barra libre para todos los nacionalismos que anidan en el territorio patrio. Un panorama, siento decirlo, desolador.

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