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EDITORIAL

Con nuestros votantes, sin nuestros principios

Ninguna esperanza de mejora y de regeneración democrática cabe albergar si PP y PSOE no sufren el batacazo electoral que merecen.

"La clave es movilizar a nuestros votantes tradicionales": así ha resumido Mariano Rajoy ante el Comité Nacional de su partido el objetivo de la campaña electoral para las elecciones europeas. El líder del PP ha dejado claro que se van a centrar en la recuperación económica y en la defensa del bipartidismo frente a formaciones como UPyD, Ciudadanos o Vox.

Llama la atención esta urgencia de Rajoy por movilizar a su electorado, cuando es responsabilidad suya que el PP haya tardado casi dos meses más que el resto de los partidos en revelar su cabeza de lista. Pero lo más sorprendente es su apelación al votante tradicional del PP, su llamada a movilizar "a los nuestros", cuando es el responsable máximo del abandono de los ideales propios de su formación.

Utilizando la desastrosa herencia dejada por Zapatero como peregrina excusa para imitar su política, Rajoy ha ejecutado la mayor subida de impuestos de la historia reciente y elevado a un ritmo sin precedentes el nivel de endeudamiento público. Su renuencia a reducir drásticamente el sobredimensionado sector público, así como su timidez a la hora de llevar a cabo reformas estructurales liberalizadoras, explica la tardanza y, sobre todo, la debilidad de una frágil recuperación económica que, paradójicamente, pretende utilizar como principal gancho electoral.

Pero no sólo en el ámbito económico ha hecho Rajoy del PP un partido irreconocible para un sector cada día más amplio de su electorado tradicional: en materia de política antiterrorista ha proseguido la envilecida senda del apaciguamiento que iniciara Zapatero. La Ley de Partidos sigue siendo papel mojado y, utilizando como coartada la sentencia de Estrasburgo sobre el caso de la etarra Inés del Río o la enfermedad de algún preso, el Gobierno ha acelerado el proceso de excarcelación de terroristas.

Rajoy no sólo ha incumplido promesas decisivas, como la de recuperar la división de poderes o la de llevar a cabo una profunda reforma del insostenible modelo autonómico, sino que ha sido incapaz de abortar el proceso secesionista catalán, que constituye el mayor desafío institucional contra la Nación. Es más: con tal de rehuir su deber de hacer cumplir la ley e intervenir una comunidad autónoma en bancarrota cuyos gobernantes persiguen objetivos radicalmente ilícitos, Rajoy está financiando, tan indirecta como decisivamente, el oneroso proceso soberanista catalán a través de los Fondos de Liquidez Autonómica.

Que, tal y como ha hecho este martes, Rajoy se limite a pedir "imaginación" a los nacionalistas catalanes, empecinados en consumar su desafío el próximo 9 de noviembre, es una razón más para comprender la decepción, cuando no irritación, de muchos votantes tradicionales del PP. Ya podrá Rajoy desdeñar a partidos emergentes como Vox, Ciudadanos y UPyD; ya podrá apelar al voto del miedo para que no los apoye ningún votante o exvotante popular; ya podrá, en definitiva, tratar a su electorado como un mercado cautivo: pero ha sido la traición de los grandes partidos a sus principios los que explica y justifica la crisis del bipartidismo y la aparición de partidos minoritarios con voluntad regeneradora. Ninguna esperanza de mejora y de regeneración democrática cabe albergar si PP y PSOE no sufren el batacazo electoral que merecen.

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