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Eduardo Goligorsky

El abad perdió el oremus

Cuando Soler se convirtió en abad de Montserrat formuló unas declaraciones muy parecidas a estas de las que ahora reniega o le hacen renegar.

Cuando Soler se convirtió en abad de Montserrat formuló unas declaraciones muy parecidas a estas de las que ahora reniega o le hacen renegar.
Monasterio de Montserrat | mundofotos.net

El pasado día 6, La Vanguardia sorprendió a sus lectores con un titular que pareció presagiar el retorno a la racionalidad en una sociedad amenazada por el desenfreno de las emociones viscerales:

El abad de Montserrat alerta sobre la división de Catalunya - Soler advierte de los riesgos del proceso independentista

A continuación, el texto aclaraba que el abad de Montserrat, Josep Maria Soler, "se mostró en ocasiones públicamente partidario de que los catalanes ejerzan el derecho a decidir" y "últimamente también ha apostado por que Catalunya vote sobre la independencia, pero nunca ha aclarado cuál sería su opción sobre esta cuestión". La opción parecía desprenderse de los fragmentos de una entrevista publicada por los periódicos Regió 7 y Diari de Girona que reprodujo La Vanguardia:

Soler alerta de los riesgos del proceso independentista, ya que cree que "la cuerda está más tensa que antes" y le preocupa "el peligro de crear una división dentro de la sociedad" catalana. El abad asegura que le inquieta la situación en Catalunya: "Por las votaciones que se han hecho, se ve que hay un poco más de un cincuenta por ciento en un lado y un poco menos en el otro. Si eso no se sabe gestionar, y viendo lo que ha pasado en otros lugares, puede llevar a una división".

(…)

Por todo eso, Soler afirma que "le preocupa el peligro de crear una división dentro de la sociedad, y la solución pasa por el mismo consejo de san Benito: buscar más el bien común".

El catedrático Francesc Granell, siempre atento a las muestras de sensatez, se aferró a estos razonamientos para escribir ("Generando el choque frontal", LV, 13/8):

Como decía el propio abad de Montserrat, el proceso está creando una división de la sociedad catalana entre separatistas y no separatistas y, lo que es más penoso, una creciente confusión entre anticatalanistas y antiseparatistas.

Nacionalcatolicismo autóctono

¡Herejía! ¡Herejía! Desde el 17 de noviembre de 1974, cuando el hoy proscripto Jordi Pujol fundó la hoy difunta Convergència Democràtica de Catalunya en el monasterio de Montserrat, éste es un bastión del nacionalcatolicismo autóctono, cismático cuando las circunstancias lo exigen, donde están interdictas apostasías como las que se le adjudican al abad, que, al aceptar ahora en silencio la enmienda de sus monjes, da la impresión de haber perdido el oremus.

El anatema apareció en la hoja sectaria Nació Digital, con un entrecomillado que reproduce un juicio severo y comprometido de una autoridad eclesiástica no identificada:

Desde la institución eclesiástica aseguran que Granell, "como otros colaboradores de este diario, se caracteriza por su obsesión contra el proceso soberanista catalán democrático, libre y solidario. Una obsesión que le hace perder credibilidad periodística".

A continuación, el diario digital reproduce una carta que el portavoz de los monjes de Montserrat, Bernat Juliol, envió a La Vanguardia para refutar, con una retórica torticera, la versión que el cronista dio de las declaraciones del abad. Interpreta el lenguaraz que al mencionar la "división" se refería a un "peligro" y no a la "realidad actual", cuando le habría bastado consultar a sus correligionarios de Unió Democràtica de Catalunya, o a sus feligreses de las centrales empresarias, para informarse de lo que se entiende por división en términos reales y actuales. Además, la carta incluye los datos sobre el resultado de las votaciones que se han hecho, sin sacar de ello ninguna conclusión esclarecedora acerca de la magnitud de la división real y actual, que muestra el fiel de la balanza inclinado hacia el constitucionalismo.

Tiempos convulsos

Lo curioso es que cuando Josep Maria Soler se convirtió en abad de Montserrat, antes de perder el oremus, formuló unas declaraciones muy parecidas a estas de las que ahora reniega o le hacen renegar. Eran tiempos convulsos en la congregación. Dos de sus predecesores habían renunciado en circunstancias poco claras y los monjes estaban divididos por razones litúrgicas, políticas y generacionales. Vale la pena consultar en internet dos artículos muy documentados sobre la intensa actividad que desarrollaba entonces, en la abadía, el lobby rosa, una fraternidad minoritaria pero muy influyente de monjes homosexuales: "Crisis en el monasterio de Montserrat", de Francesc Valls (El País, 29/10/2000), y "Lío en el monasterio", de José Manuel Vidal (Suplemento "Crónica", El Mundo, 11/2/2001).

Fue lógico que, enemistado con ese foco de insidias, el venerable Josep Tarradellas legara su archivo personal al monasterio de Poblet para subrayar su desprecio por los sórdidos entuertos de los que eran escenario Montserrat y su igualmente escarnecido apéndice pujolista.

Pero el nuevo abad pareció traer consigo aires de renovación. Sentenció Josep Maria Soler al asumir su cargo (LV, 30/7 y 19/8):

También vemos en Cataluña el peligro de un cierto narcisismo y, por lo tanto, el riesgo de quedarnos encerrados en nuestra propia realidad, sin estar adecuadamente abiertos a otras realidades. (…) Decir que el monasterio es símbolo de identidad nacional no es ni la primera cosa ni la primera misión de Montserrat. (…) Tampoco ha de ser vinculado, para decirlo de una manera gráfica, a un partido político determinado.

Furia sectaria

Cada vez que deseo poner negro sobre blanco el contraste entre la cara civilizada del catalanismo de raíz cristiana y su reverso bárbaro de matriz maniquea recurro a la transcripción de una elocuente polémica. Manuel Valls i Serra, entonces director de Catalunya Cristiana, escribió, mucho antes de que los curas trabucaires colgaran la estelada en los campanarios con el guiño cómplice de algunos obispos (LV, 6/1/1997):

Podría suceder que –sin quererlo– estemos haciendo un cristianismo eclesial demasiado vinculado a una toma de posición política concreta. Ciertas tomas de posición, ¿no hacen aparecer a la Iglesia como agente o transmisora subalterna de una política que a otros podría parecer discutible? (…) Una parte considerable de nuestros conciudadanos tienen el catalán como segunda lengua, pero habitualmente siguen hablando en castellano. (…) Cuando en nuestra sociedad se está abriendo un debate sobre estas cuestiones, sería una paradoja que nosotros nos obstináramos en repetir de memoria, una y otra vez, unos planteamientos que no respondieran adecuadamente, por lo que parece, a la complejidad del problema tal como hoy se presenta.

La respuesta a esta reflexión prudente y realista llegó de manera fulminante en un exabrupto injurioso. Hilari Raguer, historiador y entonces monje de Montserrat, no buscó eufemismos para maquillar su furia sectaria (LV, 9/1/1997):

La Nunciatura y la Secretaría de Estado del Vaticano tampoco entienden, o al menos no protegen, la realidad social y por tanto eclesial catalana. Sólo nos queda, como muro de defensa, la unanimidad moral de la opinión de los católicos catalanes al respecto, con la seguridad de que no habrá silencio de los corderos, ni de las ovejas. De ahí la gravedad del contramanifiesto que desde La Vanguardia lanzó el día de Reyes el director de Catalunya Cristiana. A esto yo lo llamo lerrouxismo eclesial. (…) Entristece ver que un sacerdote catalán tacha de intromisión política una aspiración tan natural. No pretendemos una Iglesia catalana independiente de Dios ni de la Santa Sede pero no la queremos dependiente del gobierno español, ni de la COPE, ni de algún cura lerrouxista. (…) El más grave problema de Cataluña, tanto en lo político como en lo eclesiástico, es la unidad de su población. (…) Estoy seguro de que nuestro pueblo, el único pueblo de Dios en Cataluña, no caerá en la trampa lerrouxista que ahora se le tiende.

Han transcurrido casi veinte años desde que Raguer profirió esta exhortación al monolitismo totalitario e inquisitorial urdido en torno a la "unanimidad moral de la opinión de los católicos catalanes", "la unidad de su población" y "el único pueblo de Dios en Cataluña", con exclusión de los herejes y heterodoxos. Veinte años y el coro mendaz del secesionismo sigue entonando cínicamente el mismo estribillo cainita. Son menos de la mitad de los votantes y el 36 por ciento de los inscriptos en el censo. Será reconfortante que el abad de Montserrat recupere el oremus fraternal y repita la convocatoria a la racionalidad que la prensa publicó fielmente y de la que sus monjes, cruzados del chauvinismo antiespañol, le hacen renegar en silencio.

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