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Eduardo Goligorsky

La madurez a los 40 años

Las urnas quisieron que los actos oficiales de repudio al golpe de Estado militar de 1976 coincidieran con la recuperación de la madurez democrática e instituciona.

Las urnas quisieron que los actos oficiales de repudio al golpe de Estado militar de 1976 coincidieran con la recuperación de la madurez democrática e instituciona.

Las urnas quisieron que los actos oficiales de repudio al golpe de Estado militar en Argentina, del que se cumplían 40 años, coincidieran con la recuperación de la madurez democrática e institucional encarnada en la persona del presidente Mauricio Macri. Y me refiero específicamente a los actos oficiales compartidos con el presidente Barack Obama, porque la fecha también sirvió de pretexto para que los huérfanos de la cleptocracia kirchnerista y la ultraizquierda asilvestrada organizaran sus propias manifestaciones, en las que los vándalos quemaron banderas estadounidenses. Banderas idénticas a las que su idolatrada dictadura castrista había hecho ondear en La Habana, Meca de sus utopías fratricidas, para agasajar al ubicuo Obama.

Las gangrenas del pasado

El secretario de redacción del diario argentino La Nación, Jorge Fernández Díaz (no confundir con su homónimo español), retrató con corrosiva ironía a los protagonistas de este mamarracho populista cuyos puntos de contacto con lo que sucede en el Ruedo Ibérico no pasarán inadvertidos al lector alerta ("Obama, Macri y el progresismo papanatas", 27/3):

En la Argentina hay progresistas inteligentes y modernos, pero también cunde un progresismo retrógrado y papanatas formado por kirchneristas y antikirchneristas, todos unidos por su analfabetismo económico, su pereza intelectual, sus prejuicios aldeanos y su antioccidentalismo hipócrita. Una parte de ese segmento formado por tiernos artistas y épicos militantes de Palermo Hollywood apoyó en otra época asesinatos políticos en nombre de la Patria Socialista y luego se enamoró de un régimen autoritario y corrupto.

A continuación, Fernández Díaz no vacila en hundir el bisturí en las gangrenas del pasado que contradicen la mitología torticera del peronismo:

El horror representado por los excesos de una represión militar que incluyó la aplicación de torturas y la desaparición de personas tuvo su antecedente en la Triple A, un grupo de represión ilegal surgido en 1974 desde las propias estructuras del gobierno de Isabel Perón e inspirado por su siniestro ministro José López Rega. Desde la asunción de Héctor Cámpora como presidente de la Nación, el 25 de mayo de 1973, hasta el golpe de estado de 1976, hubo unos 1.100 casos de desapariciones forzadas de personas y de ejecuciones sumarias, según un anexo del informe Nunca Más publicado por la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación en 2006. (…) La tragedia argentina se profundizó a partir del 24 de marzo de 1976, pero se había iniciado mucho antes.

Durante el periodo comprendido entre 1973 y 1976, en el que gobernó el peronismo, los diferentes grupos subversivos cometieron, además de asaltos a guarniciones militares, innumerables hechos de violencia, en los que murieron más de 1.350 personas, entre miembros de las Fuerzas Armadas, efectivos policiales, dirigentes gremiales, empresarios, profesionales, intelectuales, civiles inocentes y niños.

Años de plomo

No nos engañemos, el clima de miedo generalizado que imperaba en Argentina en los años de plomo era el caldo de cultivo ideal para la ejecución del golpe militar que se estaba gestando contra un gobierno esperpéntico. El periodista argentino Jorge Lanata, experto en cantar verdades políticamente incorrectas, lo proclamó a los cuatro vientos ("De Videla al Partido Militar", La Vanguardia, 22/5/2013):

Recordar hoy la última dictadura militar como un plato volador que aterrizó para sojuzgar a millones de argentinos honrados y pluralistas es mentira. Videla fue un asesino, pero un asesino emergente de su época, su cultura y su país. (…) El Partido Militar contó con el apoyo de toda la clase política local; según las épocas, ya los radicales, los comunistas, los socialistas, como los mismos peronistas, llamaron con pasión a la puerta de los cuarteles. Hasta la propia guerrilla lo hizo, en la convicción de que una dictadura sangrienta haría que el pueblo apoyara los "ejércitos populares". Mientras los Kirchner remataban departamentos en Santa Cruz, el Partido Comunista local sufría una división interna: estaban los que creían que "matando a diez mil" esto se arreglaba, y estaban los que creían que "eran necesarios cien mil al menos". El apoyo de Moscú a la dictadura fue general: las diferencias estaban entre apoyar a Videla o a Massera y Viola.

Pensamiento civilizado

Para completar la evocación de aquella etapa trágica de la historia argentina y para contar con un juicio racional y ecuánime sobre las vías más apropiadas para cerrar heridas, apagar rencores y garantizar la paz y la reconciliación en una sociedad que ha recuperado la madurez y la normalidad institucional, no hay nada mejor que leer las respuestas de Graciela Fernández Meijide a las preguntas que le formuló Hinde Pomeraniec (La Nación, 24/3). Cada una de ellas produce un efecto balsámico, de reencuentro con el pensamiento civilizado.

Graciela Fernández Meijide tiene 85 años y es activista de los derechos humanos desde que su hijo Pablo, de 17 años, se sumó a la lista de desaparecidos. Durante la dictadura militó en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos que presidía Raúl Alfonsín, y cuando este asumió la Presidencia se incorporó a los trabajos de la Comisión Nacional de Desaparición de Personas (Conadep). Ocupó cargos políticos y escribió el libro La historia íntima de los Derechos Humanos en la Argentina.

En la conversación con la periodista, Fernández Meijide no elude ningún tema, por muy polémico que sea. Explica sus diferencias abismales con Hebe de Bonafini, la cacique de las Madres de Plaza de Mayo, a la que considera una fascista irrecuperable. Opina, asimismo, que Cristina Fernández de Kirchner "siempre fue una persona totalmente autoritaria". (Yo añadiría: una peligrosa desquiciada mental). En cuanto al hecho de que Néstor Kirchner descolgara un retrato de Videla, lo juzga una "chantada" (barrabasada):

¡Tenemos que hacernos cargo de nuestros dictadores. A ver si entre los bustos de Roma no va a estar Nerón. Tiene que estar porque fuimos capaces de bancarnos [aguantar] a dictadores, de aplaudirlos en el Mundial, de levantarlos como si fuesen héroes nacionales. Eso somos nosotros. Sacar un cuadro no los saca de la Historia ni de las circunstancias por las que pudieron hacer lo que hicieron.

Más peliaguda es la cuestión del respeto a los derechos humanos de quienes no respetaron los de sus semejantes. Fernández Meijide no tiene dudas:

Creo en la justicia y los derechos humanos si puedo pedir el mismo nivel de justicia para mi hijo que para mi peor enemigo. (…) En el caso de Videla, un tipo que estaba anticoagulado, viejo, con quebradura de cadera, se iba en sangre… A lo mejor se moría de la misma manera en casa, pero ¿qué ventaja sacó el país dejándolo en prisión en ese estado? ¿Qué ejemplo estamos dando? (…) Cuando los militares secuestraron y mataron con mayor sadismo a los militantes de ERP y Montoneros, no los trataron como seres humanos, hicieron venganza. ¿Vamos a hacer lo mismo? ¿Qué nos diferencia? ¿Qué hace que construyamos una democracia con instituciones distintas? Que respetemos la ley, carajo. (Levanta la voz). Por eso vos no podés ser juez y parte. Yo no podría haber juzgado nunca a los que mataron a mi hijo, porque, por supuesto, quiero retorcerles el cogote.

Fernández Meijide, fiel a la verdad, rechaza el mito de los 30.000 desaparecidos y se atiene a la cifra que verificó la Conadep. Revela, además, cómo se urdió el mito para crear la falsa impresión, en el resto del mundo, de que se había producido un genocidio.

Pero para "genocidio" debe haber un número considerable, además de que tiene que tener alguna selección étnica, religiosa o algo por el estilo.

Crucemos los dedos

Finalmente, contesta la pregunta clave: "El golpe, 40 años después. ¿Qué significa este episodio hoy para Fernández Meijide?". Y la respuesta:

Para mí fue un corte, condensa lo que había pasado antes y marcó lo que iba a pasar después, y al mismo tiempo dio a luz otro momento bisagra, la salida del 83, donde por primera vez el pueblo vota y dice "basta de militares en el poder". Muchos militares se refugian en que el Operativo Independencia los justificaba, los legalizaba. Y no, muchachos: el día que ustedes asaltaron el poder, perdieron la legalidad y legitimidad de todos sus actos. Se convirtieron en delincuentes. Hay una cosa que nos está uniendo más allá de las grietas: no queremos más militares en el gobierno. A nuestra democracia le falta un montón, soy exigente. Pero si miro la totalidad, pienso que aquí hubo un momento de clímax de violencia que se resolvió con un corte brutal; lo que siguió fue más violencia disfrazada de orden y, cuando la sociedad lo percibió, se hizo una condena mucho más fuerte que ojalá sea definitiva. Yo cruzo los dedos.

Los españoles también deberán cruzarlos después de encontrar la fórmula para soldar sus propias grietas y para jubilar a sus progresistas papanatas.

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