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Emilio Campmany

Dos disfraces para una misma calaña

Cumpliendo sus promesas uno e incumpliéndolas el otro, resultan estar hechos los dos de la misma pasta.

Cumpliendo sus promesas uno e incumpliéndolas el otro, resultan estar hechos los dos de la misma pasta.

Es curioso que hoy, mientras se debate sobre si Rajoy es o no tan mal presidente como lo fue Zapatero, éste publique un artículo reivindicando la decisión que cree que más le honra, la de retirarse de Irak. El consejero de Estado alega que lo hizo por coherencia con la legalidad internacional. Pero este argumento es absurdo. Nadie con autoridad había tachado la intervención de ilegal. Y él carecía de cualquiera para hacerlo. Más adelante justifica su decisión de una forma más creíble, diciendo que durante la campaña electoral había adquirido el compromiso de retirar nuestras tropas.

Zapatero se siente orgulloso de haber tomado una decisión difícil, que irritaría al presidente de los Estados Unidos, por haberse obligado con los españoles a adoptarla si ganaba las elecciones. Es curioso que Rajoy haga exactamente lo contrario. El gallego se enorgullece de haber incumplido su promesa de bajar los impuestos y de hacer lo contrario, subirlos. Para uno, honrar las promesas es cumplir con un incómodo deber, y para el otro incumplirlas es también un modo de atender a ese desazonador deber.

Pues bien, en esta forma de ser tan diferentes demuestran los dos ser iguales. Zapatero no habla de lo sustancial de su decisión, que empujó a España a dejar desatendido un grave compromiso previamente adquirido. Así, los españoles perdimos la confianza que en nosotros pudieran tener, no sólo Estados Unidos sino el resto de nuestros aliados. Hoy pagamos a precio de oro esa pérdida de confianza. Y en aquella decisión no hubo nada de coraje. A Zapatero, el enfado de Bush le importaba un higo. Lo esencial era que la retirada estaba respaldada por la mayoría de los españoles, incluidos muchos votantes del PP. Y por eso la ordenó, por halagar los oídos de sus electores, habidos y por haber.

En cuanto a Rajoy, no hay en su decisión de subir los impuestos ningún doloroso acatamiento de los deberes de presidente del Gobierno, ni un responsable desdecirse por hacer lo que hay que hacer. Tras aquella subida de impuestos había el reconocimiento de una incapacidad y electoralismo de corto vuelo. La incapacidad de disminuir el elefantiásico gasto público que alimenta las redes clientelares que los políticos han levantado y el electoralismo de creer que una subida de impuestos convencería a los andaluces de que les votaran, porque con el PP seguirían recibiendo los subsidios que recibían con el PSOE. No en vano aquella decisión fue inmediatamente anterior a las elecciones andaluzas.

Así que, cumpliendo sus promesas uno e incumpliéndolas el otro, resultan estar hechos los dos de la misma pasta. Esa que sólo permite pensar en las próximas elecciones. Bien, son políticos y no puede esperarse mucho más de ellos. Pero al menos podrían tener uno y otro el decoro de no vanagloriarse de sus comportamientos y dejar de pavonearse como si fueran grandes estadistas, cuando no pasan de torpes demagogos. 

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