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Emilio Campmany

Liberal-socialismo

La victoria de Macron en Francia plantea un atractivo desafío. ¿Se puede ser socialista y aspirar a liberalizar la economía?

La victoria de Macron en Francia plantea un atractivo desafío. ¿Se puede ser socialista y aspirar a liberalizar la economía?
EFE

La victoria de Macron en Francia plantea un atractivo desafío. Ha sido ministro socialista y, sin embargo, considera indispensable una liberalización de la economía francesa. La liberalización económica es el demonio para cualquier socialista europeo. Entonces, ¿se puede ser socialista y aspirar a liberalizar la economía? El reto está presente no sólo en Francia. En Alemania, Schulz está tratando de tocar la misma melodía, aunque, al menos hasta ahora, el éxito no le ha acompañado en las elecciones regionales. Ya veremos qué ocurre en septiembre. En Italia, Matteo Renzi propone soluciones similares al liberal-socialismo de Macron. Si bien es cierto que está siendo acusado de dar a su partido, supuestamente de izquierdas, unos tintes derechistas que le están costando, de momento, una escisión. Aquí, Ciudadanos lleva tiempo tratando de dar cohesión a un planteamiento similar.

Frente a quienes piensan que un partido liberal-socialista es un oxímoron imposible, habría que decir, ante todo, que no menos de lo que lo es uno liberal-conservador. Pero, más allá de cómo se le quiera llamar, el movimiento trata de dar respuesta a la pérdida de contacto del socialismo tradicional con sus antiguos electores. Conseguido para Europa un amplísimo Estado del Bienestar, los socialistas se han quedado sin metas. Al buscar otras nuevas, se han olvidado de lo que preocupa a sus tradicionales votantes y se han convertido al progresismo, de manera que sus problemas ya no son los de su electorado. Pudiendo estar todo lo bien que se quiera, por ejemplo, amparar los derechos de toda clase de minorías por delante de los de la mayoría, proteger la inmigración ilegal, subir los impuestos para cubrir las necesidades más exóticas, convertir la enseñanza pública en una máquina expendendora de títulos que no valen para nada porque se logran sin demostrar conocimiento alguno, la verdad es que son cuestiones secundarias para sus electores de siempre. Este abandono ha permitido a los movimientos populistas de derecha e izquierda crecer exponencialmente.

Los liberal-socialistas se han dado cuenta de que la expansión incontrolada del gasto, la invasora estatalización de la economía y la sobreprotección social amenazan con acabar reduciendo los ingresos hasta que no quede dinero con el que atender las más importantes coberturas sociales de las que disfrutan los ciudadanos. Se han percatado de que determinados derechos de las minorías tienen una importancia marginal, de que la inmigración ilegal ha de ser evitada, de que los impuestos no pueden subirse indefinidamente porque más allá de un punto disminuyen los ingresos, de que la única forma de que la enseñanza pública cumpla su cometido es siendo más exigente que la privada. En definitiva, se trata de liberalizar la economía tanto como sea necesario, pero no más, hasta que haya ingresos suficientes con los que poder conservar el núcleo esencial del Estado del Bienestar.

Evidentemente, estos partidos, especialmente Ciudadanos, están muy lejos de armar un discurso coherente que supere el oxímoron que representa el liberal-socialismo. Pero si acertaran a construirlo podrían devolver la ilusión a quienes, desesperados, se han arrojado en brazos de los populismos, que, da igual que sean de derechas o de izquierdas, no son de ningún modo la solución. Que Dios les ilumine el camino.

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