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Emilio J. González

¿Manda Solbes?

Pero con quien no ha podido Solbes hasta ahora es con Montilla

Cuando José Luis Rodríguez Zapatero anunció que Pedro Solbes sería el vicepresidente económico del Gobierno, el mundo de la economía y de la empresa respiró con alivió: a Rodrigo Rato le iba a suceder un ortodoxo que daría continuidad a una política económica que ha deparado muy buenos dividendos en forma de crecimiento económico, creación de empleo, aumento del bienestar de la sociedad y reducción de las distancias que separan a España de los principales países de la Unión Europea. Pero hoy las esperanzas depositadas en ese nombramiento parecen frustradas y surge una pregunta inquietante: ¿manda Solbes?
 
El primer problema al que se enfrenta el vicepresidente económico es el de las exigencias de los partidos que apoyan al PSOE en el Parlamento. Solbes quiere ser serio en materia de política presupuestaria pero, de entrada, acaba de topar con dos obstáculos importantes. Uno de ellos se llama Izquierda Unida, que ya ha dicho que va a acabar con la ortodoxia fiscal si los socialistas quieren que respalde su proyecto de presupuestos. Y lo ha dicho, además, citando expresamente a Solbes que para Gaspar Llamazares y los suyos es ahora quien encarna el "mal" contra el que hay que luchar. En IU siguen sin enterarse de la importancia del déficit cero y piden más gasto, olvidando que eso se traduce en menos crecimiento económico, en aumentos del paro a corto plazo y en subidas de impuestos a medio plazo, aunque probablemente esto último es lo que buscan como forma de reducir la libertad económica de la gente y volver a estatalizar la economía y la sociedad. El otro es Esquerra Republicana de Catalunya, que pide gasto, gasto y más gasto público. ¿De qué manera va a conseguir Solbes sacar adelante un presupuesto equilibrado con semejantes compañeros de viaje?
 
El segundo frente abierto para Solbes se encuentra en las organizaciones próximas al propio PSOE, en concreto en la UGT. El sindicato que dirige Cándido Méndez sigue anclado en los postulados más rancios del intervencionismo y la lucha de clases y, aunque pierde elección sindical tras elección sindical a manos de Comisiones Obreras, todavía no comprende que el éxito de José María Fidalgo y los suyos estriba en que han sabido transformar a la antaño central comunista en un sindicato moderno, que entiende las coordenadas socioeconómicas de una España que forma parte del euro y está inmersa en la globalización. Pues bien, UGT acaba de colocar a Solbes en un brete cuando el pasado martes dijo que con él no tenían nada que hablar sobre el futuro de los astilleros de Izar y que querían que su interlocutor fuese el ministro de Industria, José Montilla, que, a priori, es mucho más proclive a la intervención estatal para salvar a los astilleros con dinero público aunque la Comisión Europea lo prohíba. Si ésta es la actitud de los ugetistas cuando la legislatura no ha hecho más que empezar, ¿qué pasará cuando haya que afrontar cuestiones pendientes tan importantes como la reforma laboral o la del sistema de pensiones?
 
Solbes también ha recibido algunos revolcones a manos de sus propios compañeros de Gobierno. Por ahora ha conseguido evitar que los distintos ministros se lancen por su cuenta a realizar propuestas con aspectos económicos sin hablar previamente con él, como cuando la titular de Cultura habló de la reducción del IVA de los libros o María Antonia Trujillo, ministra de Vivienda, se refirió a medidas fiscales para favorecer la adquisición o alquiler de una casa. Pero con quien no ha podido Solbes hasta ahora es con Montilla. El responsable de la cartera de Industria ya le ha ganado el pulso con los horarios comerciales, para reducir el número mínimo de festivos que pueden abrir los comercios cuando Solbes quería elevarlo. Y el ministro también está consiguiendo imponer en el seno del Ejecutivo su tesis de que hay que remover de su cargo a los presidentes de las compañías privatizadas, cuando Solbes no quiere entrar en ese asunto y permitir que sean los propios accionista quienes tomen las decisiones conforme a sus propios intereses. Para suerte de Solbes, La Caixa –¡quien lo iba a decir!– acaba de echarle un capote al manifestar el director general de la entidad, Isidro Fainé, que están muy contentos con César Alierta como presidente de Telefónica y que no hay razones para cambiarlo.
 
Por último, está el propio presidente del Gobierno. Zapatero nombró a Solbes porque necesitaba a alguien que supiera gestionar la economía y, sobre todo, que transmitiera confianza a las empresas, a los mercados financieros y a la sociedad. Pero parece que todo quedó ahí y que Solbes tiene que actuar y tratar de imponerse a los demás por sí mismo, sin que su política tenga el respaldo explícito, dentro y fuera del Consejo de Ministros, del propio Zapatero. En contraste con el Ejecutivo del PP donde un Rato capaz de imponerse a los demás por sí solo contaba, además, con que el propio Aznar era el primero en respaldar la filosofía de su política económica. Ahora, en cambio, el presidente del Gobierno no sólo no ha salido a la palestra para dejar las cosas claras en esta materia, sino que ha contradicho al propio Solbes en público en, al menos, dos ocasiones. La más reciente fue la semana pasada, cuando ZP dijo en el Congreso que la economía no crecería este año el 2,8% previsto por Solbes y enseguida tuvo que salir el vicepresidente a decir que las previsiones se mantenían sin cambios. En primavera, todo vino a causa de la reforma del IRPF que pretenden llevar a cabo los socialistas: Solbes quiere hacerla en 2006, para poder estudiar antes los efectos de la última, la de 2003, y saber de verdad qué puede y qué no puede hacer, y, sin embargo, un Zapatero que parece tener mucha prisa en este sentido dijo que sería en 2005 sin siquiera escuchar las palabras sensatas de su vicepresidente económico. Y eso por no hablar de la metedura de pata del presidente en Bilbao, cuando dijo que éste sería el Gobierno que salvaría los astilleros de Izar y cuatro días después tuvo que rectificar porque tanto Solbes como Montilla le hicieron ver que era imposible cumplir lo que había prometido.
 
Solbes también tiene otro tipo de problemas con Zapatero. De entrada, aunque se lleva bien con el director de la Oficina Económica de la Presidencia del Gobierno, Miguel Sebastián, no le ha hecho mucha gracia que se creara esa figura, y le gusta mucho menos que Sebastián esté montando en Moncloa un Ministerio de Economía paralelo, con capacidad para influir en nombramientos y decisiones. ¿Hasta qué punto manda Solbes?

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