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Federico Jiménez Losantos

Del crimen político a la desbandada

El asesinato político de Nicolás Redondo Terreros por la cuadrilla de González y Polanco, Jáuregui y Cebrián empieza a producir efectos devastadores pero lógicos y previsibles en el socialismo vasco. Ni en los peores tiempos de la dictadura franquista se le ocurrió a nadie del PSOE –entonces en la clandestinidad– la dimisión en bloque de los concejales, la renuncia a hacer política al aire libre, cuanto más libre mejor, aunque expuesta al ventarrón de la cárcel. Y eso es lo que van a proponer en el próximo congreso los representantes de Llodio, donde ya han huido. Es verdad que la represión y el terror impuestos por el nacionalismo en el País Vasco son infinitamente peores que la dictadura de Franco, pero sólo es una verdad a medias lo que ha dicho el alcalde de Portugalete tras el frustrado asesinato de su concejala: el gran problema de los vascos que aspiran a ciudadanos es la falta de libertad, cierto, pero eso sólo afecta a la mitad de los habitantes, sólo a los que defienden las libertades constitucionales españolas y se enfrentan a ETA y al PNV. La otra mitad o está dedicada a exterminarlos o a fingir que lo lamenta y a no hacer nada por impedirlo, o bien a hacerlo en otros ámbitos. ETA mata concejales, el PNV destierra catedráticas de la Universidad. Son dos tácticas de una misma estrategia.

Ante esta situación, que es la que rige desde el pacto de Estella y muy singularmente después de las elecciones vascas, sólo hay dos alternativas de acción política: la resistencia o la deserción. La resistencia que encarnaba Redondo Terrreros ha sido asesinada por la espalda desde Madrid por la dirección socialista oficial de Ferraz y por la dirección real de Miguel Yuste y Gobelas. La deserción moral e ideológica la representa Ramón Jáuregui, inventándose unos cambios inexistentes en el PNV para justificar el gran cambiazo, el gigantesco timo de convertir a un partido de héroes en una partida de madrazos (partida presupuestaria, por supuesto). La desbandada de los que no están dispuestos a jugarse la vida para engordar las cuentas de Polanco y satisfacer la infinita sed de rencor de Felipe González es la consecuencia lógica de tan abyecta traición. Lo escribió Teo Uriarte tras el suicidio del principal asesor de Redondo: uno está preparado para que le disparen de frente sus enemigos, pero no sus supuestos amigos por la espalda. Si quieren entregar sin lucha la trinchera del PSOE al PNV que la ocupen otros: los fariseos de Elkarri o los escribas de Cebrián.


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