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Federico Jiménez Losantos

Tras las faldas de Doña Europa

El Gobierno, la Oposición dizque responsable, los medios de comunicación sin distinción de sexo político y la siempre atónita y despistada opinión pública española han respirado aliviados al ver que la Unión Europea se ha retratado al lado de nuestro país y en contra de la provocación marroquí. Incluso amenazando veladamente con represalias diplomáticas y comerciales si los militares magrebíes no abandonan el islote del Perejil.

"Esto ya es otra cosa –parecen decirse gobernantes y gobernados celtibéricos–, ahora se van a enterar los moros de lo que cuesta un peine".

Pero si bien se mira estamos ante uno de esos episodios de guerra psicológica que demuestran una debilidad genuinamente infantil acerca de la conciencia y el uso de la fuerza. Ante la primera agresión, la habitual reacción de los niños miedicas es refugiarse tras las las faldas de Mamá, en este caso doña Europa. Allí, tras recuperar el resuello, comienzan a recobrar el color, la voz, el pulso y hasta el valor. Comienzan a acariciar la posibilidad de devolver el reto. En su interior se ponen farrucos, se dan ánimos, se resuelven a no dejarse dominar por el miedo si se repite el lance. Pero a nada que se repare en los detalles del hecho, está claro que lo normal es que se repita. Y con idénticos datos: bravuconería del agresor, susto del agredido y nueva llamada a Mamá.

La Unión Europea no podía dejar de hacer lo que ha hecho. ¿Cabe imaginar a la presidencia danesa amparando las ambiciones territoriales de un país africano contra uno de sus miembros, casualmente su predecesor en el cargo? Pues sólo partiendo de lo que no puede pasar cabe valorar lo que pasa. De momento, “notas verbales” de Bruselas y un compromiso del ministro marroquí que vale tanto como los de todo el Gobierno del socialista Yusufi, otro de los amigos delincuentes de Felipe González. O sea, nada. España debe poner en marcha un largo, sostenido, sordo e implacable mecanismo de presión y/o chantaje al régimen marroquí, es decir, a este sultancito que piensa que, como su abyecto padre, ya le ha tomado la medida al vecino español, un grandullón cobardica que al primer empujón no replica con una bofetada sino llamando al primo de Zumosol. Todo lo que no sea demostración de fuerza será incitación al otro a utilizarla.

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