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El Gobierno y la oposición han emprendido una auténtica batalla contra el reloj, como si de una carrera ciclista se tratara, para ganar o perder la batalla de la opinión pública, que finalmente decidirá el futuro de la Huelga General. Y es que, además de injustificada, la huelga se ha convocado con tal apresuramiento, de manera tan oportunista y tan alejada de motivaciones laborales concretas, es decir, tan genuinamente política, que primero la han convocado y después van dando –o buscando- las explicaciones. En ese lapso de tiempo, el Gobierno puede recuperarse de la sorpresa y limitar mucho el daño político y social que la algarada sindical puede producirle. Pero ambos van contra reloj. En tres semanas se van a decidir muchas cosas. Probablemente, demasiadas.

Un factor inexplicable es el empeño del PSOE en asumir un protagonismo superior al de las propias centrales sindicales, cosa que además de producir desconfianza en la mayoría electoral absoluta que en su día apoyó a Aznar sembrará también la dovosión dentro de Comisiones Obreras, donde el sector menos duro o “moreno”, se seinte embarcado absurdamente por Fidalgo en una operación política de Méndez al servicio de Zapatero, pero que puede resultar muy perjudicial para los sindicatos si ese envite político se mantiene como tal. Y peor aún si encima no funcionan los mecanismos de presión sindicales.

El Gobierno tiene una oportunidad de oro para darle un golpe de gracia al aventurerismo ugetista y también para darle un golpe en la cresta al ahora indómito Zapatero. Esto último le será más fácil en el debate del Estado de la Nación –al mes siguiente- donde sea cual sea el resultado, se culpará al líder de la Oposición de encabezar los piquetes contra la libertad de los ciudadanos, una tarjeta de presentación política poco presentable para un aspirante a la Moncloa. Pero en buena parte, esa batalla que terminará a orillas de las vacaciones de verano se va a ganar o perder en estos pocos días que faltan pata el 20-J y, en especial, en los medios de comunicación. Aquí, como en las carreras contrarreloj del ciclismo, no cabe el empate. Basta una décima de segundo para ganar. Luego, el discurso de adorno puede alargarse infinitamente. Entramos en unas jornadas incandescentes. Una estupidez o un error, tan idiotas como la propia convocatoria de huelga, puede tener efectos devastadores.

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