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PANORÁMICAS

Wall-E, la peli del verano

La llegada del sonoro ocasionó un cataclismo en el mundo cinematográfico. Murnau, Keaton, Flaherty, Buñuel o Eisenstein habían alcanzado una sofisticación y una pureza en la expresividad que, en apenas dos décadas, el cine pasó de espectáculo de feria a arte. El arte por antonomasia del siglo XX. De codearse con la mujer barbuda a inspirar a Marcel Duchamp.

La llegada del sonoro ocasionó un cataclismo en el mundo cinematográfico. Murnau, Keaton, Flaherty, Buñuel o Eisenstein habían alcanzado una sofisticación y una pureza en la expresividad que, en apenas dos décadas, el cine pasó de espectáculo de feria a arte. El arte por antonomasia del siglo XX. De codearse con la mujer barbuda a inspirar a Marcel Duchamp.
La mayoría se alegró de la novedad. Como advirtió más tarde Robert Bresson, el cine con sonido hizo posible escuchar el silencio. Algunos se pasaron a la guerra sonora sin novedad en el frente, como John Ford, Alfred Hitchcock o Ernst Lubitsch. Otros, como Charles Chaplin, maldijeron el invento (aunque, a diferencia de Keaton o Harold Lloyd, terminó adaptándose).
 
Wall-E, la última película de dibujos animados de la factoría Disney-Pixar, ha venido a desagraviar en parte a Chaplin y, de paso, a hacer recodar a los que hicieron del gag visual una forma de arte en la época del sonoro, de Jacques Tati a Chuck Jones y Fritz Freleng. Sin apenas diálogos, sobre todo en su portentosa primera parte, podría haber sido concebida en la década de los veinte: tal es su apuesta por el chiste en acción y su confianza en las imágenes sin palabras.
 
Wall-E es la última cosa, viva o no, que se mueve en el planeta Tierra. Bueno, junto con una cucaracha que le hace compañía como un silencioso Pepito Grillo. "Wall-E" es el acrónimo de Waste Allocation Load Lifter Earth-Class; y es que estamos hablando de un robot especializado en el reciclaje de basuras que a lo largo de cientos de años ha construido ciudades enteras de rascacielos amontonando bloques de desperdicios prensados. En un planeta devastado, Wall-E, gracias a la energía solar, sigue cumpliendo su solitaria e inútil misión, como un moderno Sísifo. Sus ratos de ocio los llena viendo repetidamente la versión de 1969 de Hello Dolly en VHS y suspirando por una pareja de baile a la que coger de la mano.
 
Un día llega una nave espacial que deja otro robot por estos andurriales. Si Wall-E es una especie de chatarra andante –que sintetiza en una sola figura a E.T., Woody Allen y al Johnny 5 de Cortocircuito–, Eve, el enviado electrónico destinado a buscar vida vegetal, parece diseñado por Apple (de hecho, el omnipresente Steve Jobs metió mano para esta versión robótica del iPhone). Eve también es un acrónimo; de Extra-Terrestrial Vegetation Evaluator. El flechazo surgirá, pero sólo en una dirección. No importa. Wall-E seguirá a Eve, rozando el acoso, hasta la nave espacial nodriza, un crucero de placer intergaláctico eternamente en órbita en el que sobreviven los humanos degenerados en inmensas bolas de grasa dedicadas únicamente a consumir.
 
Del mismo modo que Chaplin envolvía en candorosas y azucaradas historietas de amor sus vitriólicos ataques contra una sociedad alienada, Wall-E es un híbrido de clásica historia chico-busca-chica y Un mundo feliz, la distopía de Huxley en la que la civilización terminaba abocada al nihilismo cínico del materialismo más grosero. Y del mismo modo que Chaplin fue acusado de actividades comunistas por el siniestro senador McCarthy, también Pixar-Disney ha sido tachada de adoctrinamiento izquierdista, no por sibilino menos perjudicial, por parte de algunos opinantes de la conservadora National Review, por el ecologismo apocalíptico y la satanización de las grandes corporaciones con que uno puede toparse leyendo entre imágenes.
 
Pero no es para tanto. El suave ecologismo y la denuncia del hiperconsumismo presente en Wall-E es asumible por un amplio espectro de ideologías. Al fin y al cabo, cuando el holograma de Fred Willard, presidente de la megacorporación responsable del desastre, intenta colar falso optimismo y vanas esperanzas, en España muchos pensaran sobre todo en un célebre político de izquierdas que se niega a llamar a las cosas por su nombre y sustituye con optimismo averiado su falta de veracidad.
 
En todo caso, Pixar incurre en el pecado de hipocresía al denunciar el consumismo con un bombardeo masivo de merchandise y la superficialidad de los ciudadanos occidentales con una cinta que adormece y conforta sus conciencias. Pero esto es un argumento ad hominem –entiéndanme– contra la productora que no empaña un átomo el mérito de esta portentosa creación, a menos que creamos que las fallas éticas pueden disminuir el valor estético de una obra de arte.
 
Pixar consigue de nuevo que una película de dibujos animados no esté exclusivamente dirigida al target de tiernos infantes, sino a curtidos adultos no afectados por el síndrome del cinismo. Porque si es cierto que hay en ella un exceso de edulcoramiento, sentimentalismo y buenismo, también lo es que la anima una voluntad de llegar a lo humano y universal. Un buen momento para citar a André Bazin y aplicar el cuento:
No se podría comprender enteramente el arte de un Flaherty, de un Renoir, de un Vigo, y sobre todo, de un Chaplin, si no se busca antes qué variedad particular de ternura, qué clase de afecto sensual o sentimental se refleja en sus films. Creo que más que cualquier otro arte, el cine es el arte propio del amor.

WALL-E. BATALLÓN DE LIMPIEZA. Director: Andrew Stanton. Guionistas: Andrew Stanton, Jim Capobianco. Música: Thomas Newton. Departamento artístico: Bert Berry, Anthony Christov, Jason Deamer, Brian Fee, Angus MacLane. Efectos especiales: Chris Chapman, Frank Aalbers. Calificación: Amorosa (8/10). Fecha prevista de estreno: 6 de agosto.

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