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Francisco Pérez Abellán

El avión, arma del crimen

Hay una gran ligereza en la seguridad aérea que se parece a la estulticia, y muy fuertes intereses económicos.

Los asesinos utilizan las armas que tienen más a mano: los cuchillos de cocina se llevan la palma. Matar con un avión no es nuevo. Les invito a leer el libro de José Antonio Silva Cómo asesinar con un avión (Planeta, 1981) para que vean que el fenómeno está explicado. Las compañías aéreas no necesitan más medidas de seguridad: lo que necesitan es un criminólogo.
Presuntamente, Andreas Lubitz, el copiloto del vuelo de Germanwings, la compañía low cost de Lufthansa, no es un suicida.
Es muy curioso que el fiscal de Marsella, que parecía llevarlo tan bien, salga con una conclusión de pata de banco: tras afirmar primero rotundamente que Lubitz hizo bajar el avión voluntariamente para destruirlo, después sale con que se trata de "un homicidio involuntario". Espero que cuando llegue al juez, en el momento de las indemnizaciones, se tenga en cuenta que le dijo a una amiga íntima que iba a hacer algo tan fuerte "que todo el mundo sabrá mi nombre y lo recordará", lo que no parece involuntario. Si las cosas son como decía el fiscal hasta que ha cambiado de rumbo, a la luz de la razón, Lubitz es presuntamente un asesino.
El que se quita la vida por un problema sentimental o de salud lo hace a solas, en el cuarto de baño de su casa, suspendiéndose de una cuerda hasta morir, empapuzado de pastillas o por precipitación, arrojándose de una gran altura. Sea cual sea el motivo que pudiera impulsar a un piloto a estrellar un avión cargado de pasaje, sería el móvil no de un suicida, sino de un homicida. De un asesino de masas como Hitler.
De confirmarse las afirmaciones contradictorias de la Fiscalía francesa, es posible que se acredite que Lubitz tuviera un pretexto sentimental, o estuviera pasando una mala racha. Es posible que atravesara un periodo obsesivo o de depresión. No importa: no decidió suicidarse sino matar de forma fría y consciente a los 149 pasajeros del Airbus 320, cincuenta de ellos españoles, y… morir con ellos. Exactamente igual que un terrorista que detona un cinturón explosivo en un mercado. O un maltratador que asesina a su pareja y se suicida. También el que dispara indiscriminadamente en un museo de Túnez a la espera de que la Policía o el Ejército lo frían a tiros. Lubitz merece un exhaustivo estudio criminológico para clasificar este tipo de presunto asesino y aprender a reconocerlo y neutralizarlo.
Hay una gran ligereza en la seguridad aérea que se parece a la estulticia, y muy fuertes intereses económicos. Tras el 11-S, los aviones de todo el mundo sufrieron reformas, nuevas medidas e instalaciones muy caras. Los aeropuertos están llenos de molestias para los pasajeros, vigilantes privados y cacheos, pero carecen de criminólogos. No hay un plan reglado de previsión y evitación del crimen a cargo de quienes mejor lo conocen. En el colmo del disparate, empiezan por llamarlo suicidio. El cerebro es la mejor arma contra el crimen: necesitan cerebro.
Un piloto experto en seguridad explicaba el otro día por televisión que, tras la instalación en los aparatos de la puerta blindada que impidió al comandante de la nave detener al homicida Lubitz con un hacha, más de un piloto que ha querido salir al cuarto de baño se ha quedado encerrado. La cabina es una ratonera.
Otros no han podido volver a tomar los mandos del avión por bloqueo de la puerta. Estas barreras pensadas contra los terroristas se han convertido en trampas mortales. Es verdad que nadie puede entrar en cabina sin autorización, al menos en teoría, pero tampoco puede salir. La seguridad ha quedado en manos de los diseñadores aeronáuticos, quienes ignoran a los estudiosos del crimen.
Lo vuelvo a repetir: las compañías aéreas necesitan el dictamen de los criminólogos. En España, incluso se desconoce qué cosa sea un criminólogo o para qué sirve, a pesar de que numerosas universidades expenden títulos de Criminología. Así está de chungo el panorama.
Los grandes gestores reconocen ahora, tras años de lucha, lo imprescindible de la presencia de los psicólogos, tras mucho tiempo en la ignorancia, pero desconocen las habilidades preventivas de la Criminología. Los criminólogos estudian el crimen y pueden ponerle trabas e incluso evitarlo directamente.
El crimen, en cuanto se repite, es previsible. La fría maquinaria comercial que se mueve en los poderosos presupuestos de la aviación ignora la capacidad de prevenir el comportamiento criminal. De hecho han clasificado varios episodios de supuesto asesinato de masas como "presunto suicidio". Contrariamente a como lo cuentan, en todos los casos, presuntamente, el piloto, por los motivos que fueran, decidió matar a los pasajeros antes de morir. Es decir que, lejos de la autolisis, se trata de un homicidio premeditado. La premeditación, tontamente, ya no es una agravante en nuestro Código Penal, que lo fía todo a la alevosía, concepto delicuescente. Las leyes, por supuesto, también se hacen sin el concurso de los criminólogos.
Uno de los crímenes más sofisticados fue aquel del norteamericano que subió a su madre en un avión, con una bomba, después de hacerle un seguro de vida. Su propósito era cobrar tras "suicidar a la madre", como diría un operador aéreo. Los aviones se han utilizado como armas del crimen en numerosas ocasiones. Ya se mata con drones o aviones sin tripulación. La planificación del asesinato no descansa mientras la política criminal ignora el poder preventivo.

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