Menú
Francisco Pérez Abellán

El crimen de la maleta

Danilo era una pieza de cuidado que había pasado inadvertido pese a su extraño comportamiento.

En España los descuartizadores gozan de la comprensión del pensamiento racionalista, de modo que no reciben un castigo extra por haber profanado el cuerpo ya sin vida de un individuo. Es una forma de pensar de la que discrepo y exactamente en la misma línea de permisividad que se tiene con los salteadores de tumbas.

El acto de perturbar el descanso de los muertos y profanar sus lápidas está aquí poco penado, y si te dejas, siempre hay alguien que trata de convencerte de que aquello ya no es tu pariente, sino materia orgánica en putrefacción, aunque desde luego hay muchos que sentirían ganas de matar si alguien pisoteara la fosa de los suyos. "Más vale diente que pariente", diría Sancho. Yo en eso soy partidario de Príamo, rey de Troya, que arriesga la vida por recuperar el cadáver de Héctor muerto por Aquiles, el de los pies ligeros.

Es exactamente eso lo que motiva el sentimiento de repulsión que se siente ante una barbaridad como el reciente crimen de la maleta del barrio de Ruzafa, en Valencia, en el que, según ha dejado ver la investigación, un delincuente sueco, llamado Danilo, mocetón fuerte, de 34 años, presuntamente acuchilló y desmembró el cuerpo de un simpático peluquero de 42, nacido en Xeraco, que estaba triunfando con su negocio en la ciudad del Turia. Una de las hipótesis que se investiga la del móvil pasional.

Desde luego, Danilo era una pieza de cuidado que había pasado inadvertido pese a su extraño comportamiento. Era un exconvicto que había cumplido condena por tráfico de drogas en su país y que durante su encierro, junto con un triple homicida, Nilsson, escribió varios artículos y al menos dos libros, uno de ellos una novela negra. El personaje encerraba un impulso criminal sin límites que demostró cuando asesinó por sorpresa con un cuchillo de cocina al heroico subinspector de policía que iba a detenerle. Vaya desde aquí mi fervoroso homenaje a los policías de a pie que se juegan la vida por proteger a los ciudadanos. Este se llamaba Blas Gámez, y merece ser recordado.

No soy partidario de que los asesinos escriban novelas, porque cada uno debe hacer lo suyo y Danilo era un tipo que despreciaba la vida y no respetaba en absoluto el cuerpo humano. Acuchilló y desmembró el cadáver del desprevenido peluquero, encerrando la mayor parte en la maleta que fue encontrada hacia la medianoche entre dos contenedores de basura en una importante avenida urbana.

Había paseado la valija llena con el torso dejando un rastro de sangre, y aunque ahora se sabrá poco más del asunto, porque el asesino fue abatido a tiros por el horrorizado compañero del agente muerto, estaba bajo un poderoso influjo, dado que mataba sin provecho.

Conviene tener bien presente la ingente tarea que conlleva despiezar un cadáver, el hecho incontrovertible de que es imposible no empaparse de sangre y la presencia continua del horror en el espeso ambiente, el sonido y la agobiante visión de lo que se ha hecho. Prueba de todo ello es que siempre quedan huellas. Empaquetarlo en una maleta es un recurso frecuente de bandas y sicarios.

El secreto está en por qué perdió el tiempo descuartizando a la primera víctima, dado que era un ave de paso y no puso cuidado en deshacerse de los restos, aunque haya partes importantes que nunca sean encontradas. El presunto escritor era seguramente tan malo escribiendo como matando, y solo una legión de papanatas ignoraría que lo ha dejado bien claro. Muerto escapa a la Justicia, pero no seré yo el que cite aquí el título de su infecta novela. Ya sabemos de sobra cuál es su misterio: estaba enfermo de erostratismo.

En España

    0
    comentarios