Menú
Francisco Pérez Abellán

La Pantoja en el trullo

El que crea que por meter en la cárcel a una folclórica se está dando ejemplo o un empujón a la Justicia debe caerse enseguida del guindo.

El que crea que por meter en la cárcel a una folclórica se está dando ejemplo o un empujón a la Justicia debe caerse enseguida del guindo. La Pantoja duerme en su celda por una condena de dos años, de los que probablemente cumplirá muy poco antes de empezar a salir o lograr el tercer grado, que significa solo ir a dormir. A la Pantoja, a tenor del dinero que se jugaba en la imputación del fiscal, debería haberle caído más años de los que le cayeron. La Justicia puso más empeño en meterla entre rejas que en dictar una condena proporcionada al escandaloso delito por el que ha sido juzgada.

Una vez en el trullo, en el talego, donde al retrete le llaman tigre, rodeada de boqueras o funcionarios, entre picoletos y manguis, a la Pantoja se le hace cuesta arriba, aunque por su etnia gitana, y por desgracia, sabe bien lo que es ser taleguera o estar a la sombra, dado que aquí los gitanos siguen siendo como los brownies o morenos en Norteamérica, aunque esto no está bien decirlo, porque no es políticamente correcto. Excepto para mí que soy de Murcia y en España todavía se dice "ni murcianos, ni gitanos, ni gente de mal vivir". Yo soy gitano y murciano. He aquí los periodistas valientes que dicen que no y se plantan, que apuestan por la independencia que exalta la reina Letizia. Por otro lado, en el argot del caliente, murciar es robar. Lo siento, pero al pan, pan. La Pantoja en la cárcel limpia, fija y da esplendor como El Quijote de Pérez Reverte, nada menos.

En las cárceles, si alguien se reinserta es por decisión personal, porque se lo propone o por viejo y pellejo, porque allí no reinsertan a nadie. Quizá lo acepten por estar hartos de ser la alfombra de la sociedad. Las cárceles son almacenes de personas, donde se las arrumba hasta que cumplen y luego se las pone de patitas en la calle sin contemplaciones y sin tener en cuenta que estén o no preparadas. O sea que no se respeta el mandato constitucional. Isabel Pantoja está en la prisión de Alcalá de Guadaíra, en el módulo de respeto, en una celda adecuada, limpia y respetuosa con los derechos humanos. En España lo malo no son las cárceles, sino el hecho de que los ladrones entran en ellas por poco tiempo y además no devuelven el dinero. O sea, que menos cárceles y más sacar lo afanado para reponer el daño. Hay que pedir que la ley obligue de manera efectiva a devolver lo robado. ¿De qué nos sirve la cárcel de la Pantoja? Ni siquiera a ella le sirve de mucho. En cambio, el dinero que, según sentencia, no debía manejar nos vendría de perlas.

Dicho esto, está la cuestión de por qué las cárceles son decentes si todo lo demás no lo es. Hay quien dice que los políticos se preocupan del bienestar de las prisiones porque muchos de ellos se temen cuando las construyen que algún día podrían entrar en ellas. Estoy seguro de que Francisco Granados, con responsabilidad directa sobre el tema, un tipo amable, educado, atildado, exconsejero de Presidencia, Justicia e Interior de la Comunidad de Madrid, hoy en prisión por graves asuntos de dinero, cuando inauguró la agradable y acogedora cárcel de Estremera (2008), en la que cumple la preventiva, debió tener un presentimiento de que algún día podría estar disfrutando de la paz acogedora de las celdas. Por eso debió cuidar bien los detalles. Y es posible que hasta se ocupara de que todo estuviera terminado y rematado. Todavía hay allí sitio para muchos otros políticos presuntamente corruptos.

Pero a partir de ahora que se dicte una ley, que tienen que hacer los políticos –y esta vez sin pensar en sus propios intereses– que condene a menos cárcel, pero a devolver completo lo robado. Sólo así progresará este país corroído por la codicia y la falta de principios, donde con la moralidad un número muy importante de políticos se ha hecho un braguero.

En medio del debacle generalizado ya empezaron las monsergas con Lola Flores para dar ejemplo porque la señora también folclórica y de etnia gitana, no cumplía con Hacienda, siempre una brownie gipsy para moralizar entre blancos, católicos y mangantes, con esa ristra de requisitos que hay que hacer un máster para rellenar el impreso correctamente o ponerse en manos de un abogado. Pero Lola sufrió sin que su dolor sirviera para redimir impagados, ni su sangre expandida para cortar el ébola de la corrupción. Como ahora Pantoja, que es hija de ley, pero que no tiene parangón con hija de rey, o esposa de buena grey, porque la Justicia puede ser ciega pero no tonta.

En España roba el tesorero, roba el ladrón y… roban mogollón. Roba el mundo entero y hasta roba el consejero. Cómo estará de mal la cosa que Felipe se ha hecho colombiano. Todo este follón indica que la ley no destripa al ladrón que a veces multiplica y esconde su alijo en Andorra o Suiza, donde van a parar herencias sin par. Herencias del dinero que los padres nunca tuvieron ni dejaron al testar. Cosa extraña e impía.

Hay mucho dinero en lugares escondidos, en paraísos del cante, la pandereta y el jamón de jabugo. Con los fajos en la liga, en la bolsa de basura, porque les importa una higa. Que la política con su nepotismo y su autismo, su falta de hígado y compasión, a toda horas despistó. Una ley bien afinada podría ofrecer menos condena si se arrima la panoja, incluso si te llamas Pantoja.

En España

    0
    comentarios