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¿A quién le importa?

Estados Unidos debe decir no, no y mil veces no al régimen castrista. Ir cediendo una y otra vez a los enemigos de la libertad en el exterior es un crimen contra aquellos que sufren a los tiranos.

Echamos de menos a Carlos Semprún. Quizá si hubiera escrito ayer hablaría de la contradicción en que caía Le Monde y la izquierda europea. Por un lado, el editorial Embargo (a Cuba), ¡no! alababa a Obama por suavizarlo con algunas medidas. Pero al mismo tiempo, en el diario de la izquierda francesa protestaba el cofundador de Solidaridad por una reseña indecente de la película sobre Katyn del polaco Wajda.

Las reacciones a la decisión de Obama, no se han hecho esperar. Castro dice que no aceptará limosnas. Podría empezar por devolver lo recibido –presuntamente a cuenta de los cubanos– durante cincuenta años de comprensión por la dictadura y supuesta ayuda humanitaria. Ortega, de Nicaragua, dice que va a intervenir en la cumbre hispanoamericana pidiendo el fin del "bloqueo". Nos embarga la emoción cuando se advierte cómo responde el mundo tiránico a la apertura y diálogo del mundo civilizado. Lección que nunca aprendemos.

La cantinela del bloque se usa para dar la impresión de que se impide a Cuba comerciar con todos los países de la tierra, cuando la prohibición se limita a los Estados Unidos, y a veces ni eso. Para la izquierda, el "bloqueo" era pues el responsable del hambre de los cubanos y por eso había que acabar con él. Pero había que acabar con él también por lo contrario –es privilegio del progresismo defender una cosa y la opuesta–, porque no servía de nada y era fácil de esquivar. O sea, cualquier cosa les valía para permitir a Castro la rehabilitación económica con Estados Unidos

Ahora Obama parece haberse creído a pies juntillas todo lo que dice la leyenda negra contra los Estados Unidos: otra muestra más de que el ocupante de la Casa Blanca es el activista izquierdista de Chicago más que el pirotécnico candidato demócrata de las buenas palabras. Como en el caso de Irán, el presidente de Estados Unidos acude con buenas palabras ante quienes quieren romperle la boca.

El embargo ha sido un instrumento eficaz en defensa de la libertad en Cuba. No habrá hecho caer al régimen, pero era una señal y un símbolo de rechazo, de repudio, de desprecio y de resistencia al comunismo. El comunismo, como refleja el propio Le Monde ese mismo día, se identifica en crímenes como el de Katyn. Con acierto, Adam Michnik muestra su indignación por el negacionismo –en forma de reduccionismo– de los crímenes del comunismo que sigue latente en la progresía mundial. Reducir a poco más de un incidente el genocidio de miles de polacos por parte de la Rusia soviética –en alianza con la Alemania nazi– recuerda el silencio impuesto por el comunismo durante tantos años y hace decir a Michnik que "hasta hoy este trágico acontecimiento histórico (Katyn) es un cadáver en el armario de la izquierda francesa".

Pero si la izquierda rechaza a regañadientes el horror soviético, no hace lo mismo con el cubano. Hoy todo da igual y nada importa. Ni los símbolos siquiera tienen importancia, salvo que lo sean de diálogo y comprensión a las tiranías. Ya que Obama ha sido invitado a dirigirse a los graduados de la universidad católica de Notre Dame, en donde solían valorarse los símbolos y las palabras, las acciones y las actitudes, he aquí nuestra sugerencia: inspirarse en el discurso de Soljenitsyn a la clase de Harvard de 1978 o en aquél con el que Reagan se dirigió a la propia Notre Dame en 1981, que puede ver en vez de leer, como corresponde al presidente-multimedia americano.

Las palabras, los símbolos en defensa de la libertad –también en Cuba–, importan. Si no es posible adelantar un minuto el fin del castrismo, ¿por qué además querer quitarnos la dignidad de decir 'no'? Estados Unidos debe decir no, no y mil veces no al régimen castrista. Ir cediendo una y otra vez a los enemigos de la libertad en el exterior es un crimen contra aquellos que sufren a los tiranos. Pero además anula moralmente a quien lo hace, disminuye su dignidad, y su propia libertad. A falta de poder derrocar a los dictadores, el embargo es el mejor instrumento.

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