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GEES

Bush repunta

El partido del gobierno los ha arrollado en las votaciones, les ha tapado la boca para un rato y ha sacado a la luz sus insuperables contradicciones. No hay retirada, no hay fechas.

Parece que la buena racha se mantiene. En mayo tocó fondo con índices de aceptación que en la peor de las encuestas era del 29%. La más favorable de las últimas lo situaba en el 40. La realidad será algo intermedio, pero una recuperación de al menos 5 puntos, posiblemente 6 o 7 no se la quita nadie.

Al principio se temió que todo pudiera limitarse a un pasajero efecto Zarqawi, que el pasado 7 de junio realizó, felizmente para todos, la transición al paraíso de los asesinos sádicos, que debe ser igualito al infierno. Pero simultáneamente en Bagdad se completó el gobierno, cubriéndose las tres carteras que faltaban, tras un penoso regateo de casi medio año. Una auténtica gran coalición nacional aceptada por casi todos los diputados árabes-suníes. Con unos reflejos de los que estuvo ayuno con ocasión del Katrina, Bush se abalanzó sobre la capital iraquí para explotar el éxito, dar el espaldarazo al nuevo gabinete de legitimidad incuestionable y reconfortar a sus tropas. Nuevas declaraciones triunfalistas hubieran sonado a música celestial. Pero su acción apuntaló el triunfo y sus declaraciones huyeron de todo escapismo. Las fuerzas americanas se quedan hasta que la misión se cumpla. Progresos mucho más que abandono con el rabo entre piernas es lo que reclama la base conservadora.

Los congresistas republicanos, que en año de elecciones se mantenían distantes de un jefe en caída libre que podía darles el abrazo de la muerte, han sabido sin embargo rematar la faena enfrentando a sus indecisos colegas demócratas con la comprometedora cuestión de la retirada de tropas y su hipotético calendario. El derrotismo de la base radical de estos no es receta ganadora. A pesar de la decepción con Irak, el público normal no se resigna a una humillación cuyas catastróficas consecuencias quizás intuya correctamente. El partido del gobierno los ha arrollado en las votaciones, les ha tapado la boca para un rato y ha sacado a la luz sus insuperables contradicciones. No hay retirada, no hay fechas.

Al mismo tiempo, con gran desconsuelo de la izquierda, se despeja un negro nubarrón que se cernía sobre la Casa Blanca. El fiscal especial del caso Plame decide no procesar a Karl Rove, el indispensable consejero áulico de Bush y mago electoral, arquitecto de todas sus victorias. Es una pena que no procese a Wilson, el marido de la Plame, miserable traidorzuelo intrigante responsable de un dañino lío, ridículo por estándares europeos y mucho más aún por los españoles zapateriles. Aunque tampoco es pequeña la responsabilidad de Fitzgerald, el fiscal, que debió cerrar el caso hace mucho en lugar de alardear de celo e independencia ensañándose con personas respetables en la obstinada búsqueda de inexistentes conductas delictivas.

Otra línea de éxitos recientes es la que precede de los cambios en la Casa Blanca. La serie de nombramientos ha sido universalmente celebrada, incluso por la gran prensa anticonservadora, que con gran dolor de corazón han tenido que recurrir al argumento de que las impecables designaciones demuestran debilidad, porque sintiéndose fuerte Bush jamás las hubiera hecho. En efecto, el presidente se ha dejado aconsejar bien y ha preferido la competencia a la confianza personal, en contra de sus instintos básicos. Gran cosa es que haya hecho de la necesidad virtud y esa virtud lo haya reforzado.

Al margen de sus iniciativas, otra inyección de ánimo para su partido ha sido la victoria de candidato republicano en las elecciones del distrito del Norte de San Diego (California 50) para cubrir una vacante en la cámara baja. Se trata de un distrito republicano pero su representante había sido expulsado de su escaño por corrupción y el nuevo candidato era un lobbista, digamos que un agente de influencias políticas, profesión que a pesar de su legalidad goza de escasa estima pública. Pero ganó. Nadie se atreve a extrapolar la victoria, pero una derrota hubiera sido de un desmoralizante pésimo agüero.

Y mientras tanto los demócratas siguen ayudando con sus divisiones, salidas de tono, y el rabioso pero nada inocente infantilismo izquierdista de su núcleo duro.

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