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Las dos guerras de Irak

Irak han sido dos guerras. La que se desarrolló sobre el terreno y una segunda que tuvo lugar a escala universal contra la anterior, en los medios y en la política doméstica de muchos países distantes del escenario bélico, con consecuencias letales.

Irak han sido dos guerras. La que se desarrolló sobre el terreno con medios militares y prácticas terroristas y una segunda que tuvo lugar a escala universal contra la anterior, en los medios y en la política doméstica de muchos países distantes del escenario bélico, inflamadamente ideológica e incruenta, pero con consecuencias letales para los implicados directamente en el conflicto.

La retirada de tropas que Obama consuma en estos días sin ninguna racionalización estratégica, para cumplir a cualquier precio promesas electorales y satisfacer sus prejuicios y los de sus seguidores izquierdistas, ha dado momentáneamente pábulo a la segunda, en los comentarios y análisis sobre el acontecimiento, y pone malamente fin a la primera, sin proporcionar garantías de que no se vayan a perder partes sustanciales de lo conseguido y que la violencia, nunca desaparecida del todo, no experimente un recrudecimiento con consecuencias dramáticas no sólo para los iraquíes, sino en toda la zona de fricción entre el chiísmo iraní, con aspiraciones hegemónicas y a poca distancia de nuclearizarse, y el sunismo de los vecinos árabes.

Naturalmente, los guerreros ideológicos opuestos a la guerra negarán que se haya conseguido nada y atribuirán a la guerra original todos los males que puedan derivarse de la retirada. Todo choque entre fuerzas militares, convencionales o no, lleva aparejada su correspondiente propaganda de guerra, pero el segundo conflicto al que nos referimos fue una guerra exclusivamente propagandística. La primera baja en cualquier enfrentamiento es la verdad, cuánto más si las armas que se esgrimen son pura propaganda. Se combatió contra el empeño americano en Irak con toda clase de mitos, falacias y ocultaciones destinadas a deslegitimar hasta la demonización el combate que estaba teniendo lugar, siendo Irak un caso extremo de distorsión generalizada. Una visión esperpéntica se convirtió no en dogma sino en verdad absoluta, obvia e irrebatible.

La perla de los argumentos condenatorios fue las inencontradas armas de destrucción masiva. Éstas habían sido pieza clave de la propaganda a favor. Pero no se trataba de publicidad falsa. Todos los servicios de inteligencia activos en Irak estaban convencidos de su existencia y la administración Clinton también. Luego supimos que los datos objetivos en los que se basaban no eran muy numerosos, pero esos mismos servicios habían silenciado la relativa indigencia de su información, seguros de que la conducta de Saddam Husein no admitía otra interpretación, así como ahora va contra toda lógica creer que las autoridades iraníes no están interesadas más que en el uso civil de la energía nuclear. Lo absolutamente cierto es que nunca se ha sabido qué sucedió con los restos de ese tipo de armamento que sobrevivieron en el 91 a la anterior guerra del Golfo y que los inspectores de Naciones Unidas buscaron durante años. No existe ninguna constancia física o humana de que hayan sido destruidos. Y esa constancia era precisamente lo que las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU le exigían a Saddam. Hoy es el día en que seguimos sin saberlo.

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