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Malos tiempos

Las elecciones en Alemania son un fracaso para el país y por ende para Europa y por tanto para las relaciones atlánticas, es decir, para el Occidente y eso, a la larga, no puede traer nada bueno para el mundo

La cosa no es que se pueda engañar a todos durante algún tiempo y a algunos durante todo el tiempo, pero no a todos durante todo el tiempo, como dijo Lincoln. El asunto se pone feo cuando se puede engañar a muchos durante mucho tiempo, porque quizás el tiempo que luego quede no dé para recuperase de los estragos del engaño.
Las malas noticias acumuladas últimamente hacen temer que nos podamos estar acercando a uno de esos umbrales críticos. Las elecciones en Alemania son un fracaso para el país y por ende para Europa y por tanto para las relaciones atlánticas, es decir, para el Occidente y eso, a la larga, no puede traer nada bueno para el mundo. No es que nos hiciéramos muchas ilusiones sobre las posibilidades que hubiera tenido una Merkel victoriosa, dado cómo está el patio alemán. Pero como el patio impuso su atonía y la contienda electoral quedó en empate técnico por debajo de la línea de flotación, las débiles esperanzas de que Alemania salga de su marasmo y dé un tirón a Europa, un primer pasito, por modesto que fuera, se esfuman.
 
Blair ha dejado transcurrir casi la mitad de su presidencia Europea esperando la llegada de una reformista a Berlín, pero los alemanes han preferido la acogedora calidez de la lenta putrefacción de su sistema a las frescas, por momentos algo gélidas, ráfagas de la renovación y el relanzamiento. “A mí que no me quiten lo bailado”. “El que venga detrás que arree”, parece haber sido su filosofía. Con cinco partidos en liza, los dos grandes –ya sólo semigrandes- muy heterogéneos y dos Alemanias, como mínimo, muy diferentes, la interpretación detallada del voto nunca es fácil, pero lo que desde luego no ha sido es una avalancha hacia el cambio. Como es de rigor en estas competiciones todos se pretenden ganadores, pero los alemanes, con mucha razón, están asustados de la que han organizado.
 
Las liberalizaciones imprescindibles para que la maquinaria económica marche de nuevo con vigor la izquierda siempre trata de impedírselas a la derecha, forzando el juego democrático al límite de las malas artes, para llevarlos ella a cabo cuando ya no queda más remedio y tiene a la derecha inmovilizada por su propia coherencia. Pero en Alemania los suyos le dejaron un escaso margen de maniobra al demagogo y oportunista Schröder. ¿Y ahora qué? ¿Cabe acaso esperar que ese susto colectivo los/nos saque del atolladero? Sería la menos mala de las soluciones, pero nadie se atreve a predecirlo.
 
Si en Alemania no, en Europa tampoco. Las expectativas creadas por las hábiles maniobras y el golpe de suerte de Blair a finales de junio se esfuman. Alemania y Francia seguirán jalando de Europa hacia abajo, chapoteando por un plano suavemente inclinado. La locomotora se va transformando en un peso muerto.
Las relaciones atlánticas también se resienten. Una vez más las expectativas, no las deprimentes realidades actuales. Los esfuerzos de Condi para preparar el terreno a una mejoría, pueden también quedar en agua de borrajas. El antiamericanismo sigue vendiendo. ¡Ah si los bushistas fueran como nosotros! El mundo sería jauja. Ríos de miel y montañas de jalea, como dicen los rusos. En la campaña del desaprensivo Schröder esa altanera fobia no ha sido tan rabiosa como hace tres años pero ha seguido siendo un factor de su brillante recuperación, desde que a comienzos del verano disolvió las cámaras haciéndole trucos a la Constitución.
 
Europa podría casi ser contada como un cero a la izquierda, más bien un incómodo lastre, si del otro lado del Atlántico no hubiera también motivos para preocuparse. La naturaleza ha venido a complicarle la vida al granítico Bush. “Piove, porco governo” también se da a orillas del Misisipí. Por supuesto que ha habido errores. En semejantes circunstancias siempre los hay y muchos y por parte de todos, algunos evitables, al menos individualmente considerados. La oposición está para magnificarlos y aprovecharse de ellos, aunque la distorsión y la saña sobrepasan la ética de la democracia. La gente y los medios de comunicación se creen con derecho al milagro. Las tasas de aprobación bajan y está por ver cual es el impacto económico, protagonista supremo de las citas electorales. Para mayor INRI, los seguidores de la Sheehan, esa chiflada sedienta de notoriedad y empuercadora de la memoria de su hijo, se deciden a proporcionarle un gran globo de oxígeno a los implacables terroristas que martirizan a los iraquíes. La guerra de Vietnam la ganaron los comunistas asiáticos en el Mall de Washington cuando estaban ahogados militarmente. Ahora hay un alto grado de acuerdo entre los analistas, pro o antiguerra, en que las consecuencias serían todavía mucho peores. Para los de allá y para los de acá.
 
Corren malos tiempos. Habrá que sujetar los machos, como los antiguos navegantes en tormenta, seguir predicando a voz en grito en el páramo, aguantar firme y no perder la esperanza de que salgan del engaño los suficientes y con la suficiente antelación antes de que sea demasiado tarde. Después de todo Polonia nos va a dar una ración de ánimo para ir tirando.

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