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¿Qué queda de Annapolis?

La ventaja del caso es que hay poco que defraudar. Las ilusiones sólo están en las ilusas opiniones públicas occidentales y sus buenistas medios de comunicación. Los verdaderamente implicados saben mucho de la tenebrosa oscuridad de sus expectativas.

Queda un proceso, que es como un túnel cuya luz terminal nunca se sabe si llegará a ver.

En los momentos de más exaltada ilusión, parece que Rice abrigó la esperanza de que se alcanzase un acuerdo sobre el llamado estatus final. La luz del fondo, pero en dibujo virtual. Si todo ha fallado hasta ahora, probemos al revés, empezando por detrás. Desde Oslo (1993) hasta el "mapa de carreteras" del cuarteto –USA, Rusia, ONU, Unión Europea– lo importante era el machadiano hacer camino al andar. Ir marchando con la esperanza de llegar a alguna parte. Ir despejando obstáculos en la marcha conjunta, ir creando una imposible confianza. No funcionó, así que vayamos de un salto a la otra punta.

Lo que ahora hay que definir es a dónde queremos llegar. Una vez la meta fijada ya veremos cómo alcanzarla. ¡El parto de los montes! Si fuera fácil al menos esa desiderata común ya estaría definida. Si hasta ahora prevaleció el mapa de carreteras hacia no se sabe dónde es porque saber hacia dónde no tiene nada de sencillo. Por supuesto que ese estatus final no se consiguió en la meteórica conferencia, pero las partes han prometido dedicarse a ello con ahínco. Y ya que no se ha logrado en sesenta años menos uno (Israel se crea en el 48) fijemos el que queda por delante como decisivo. Olvidémonos itinerarios. Los planos de la paz deben estar listos de aquí a finales del próximo año. Peligrosamente cerca de las presidenciales americanas, como para que los demócratas puedan acusar a la administración saliente de estrepitoso fracaso. ¿Cuenta Bush con que el diseño esté acabado para entonces, o le basta con que sus rivales no tengan mucho de lo que presumir sobre el tema? Paz no habrá, pero proceso puede que un montón. Quizás no se pare de hablar en todo el año y esa humareda política ya tiene su valor. También sus riesgos. Ir tirando puede no ser poco, pero defraudar esperanzas no suele ser gratis.

La ventaja del caso es que hay poco que defraudar. Las ilusiones sólo están en las ilusas opiniones públicas occidentales y sus buenistas medios de comunicación. Los verdaderamente implicados saben mucho de la tenebrosa oscuridad de sus expectativas. El propio Bush, puesto a probar nuevos métodos de abordar el intratable problema, brilló por su ausencia en la larga preparación del acontecimiento y anunció su propósito de no interferir a posteriori en el desarrollo de las negociaciones entre las partes, eso sí, sin negarles nunca su aliento. Siendo las expectativas bajas, cualquier avance se dará por bienvenido y los fracasos por descontados. Estamos donde estábamos y la paz ya vendrá el año que viene si Dios quiere. Eso dijeron año a año los judíos de Jerusalén durante casi dos milenios. Fiémoslo largo.

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