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AL MICROSCOPIO

¿Libertad para la selección de sexo?

La ciencia no está para contrarrestar las perversiones políticas, sociales o morales de los pueblos. Invocar a la libertad para justificar la selección de sexo se antoja un argumento demasiado fácil si no se aborda el tema en toda su crudeza.

Esta semana, el Observatorio de Bioética y Derecho de la Universidad de Barcelona ha presentado un nuevo informe en el que aconseja a las autoridades que se legalice la posibilidad de seleccionar el sexo de los hijos mediante rastreo genético de los embriones o de los espermatozoides. El criterio de dicho Observatorio es que no existe ninguna razón de peso para impedir que un hombre y una mujer puedan elegir el sexo de su prole como les plazca.

Esta tesis viene a apoyarse en las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud según las cuales, “debe garantizarse el máximo grado de libertad en el acto reproductivo, para lograr que los hijos sean lo más deseados posible”. ¡Y se han quedado tan anchos! ¿De verdad nos quieren hacer creer que somos más libres por el hecho de poder elegir el sexo de nuestros retoños?

Veamos. La tecnología que permite seleccionar la dotación genética de una criatura en virtud de su carga cromosómica sexual está disponible desde hace tiempo. Existen dos opciones técnicas para ello. Ambas exigen la fecundación inducida artificialmente. La más eficaz es utilizar métodos de fecundación in vitro para generar varios embriones y seleccionar para ser implantado sólo el embrión del sexo elegido. Obviamente, hay que desechar el resto. La otra técnica (que produce mayor número de errores) permite rastrear la carga genética de los espermatozoides que aporta el varón. Se ha demostrado que el cromosoma sexual Y, que determina el nacimiento de un niño tiene un 2,8 por 100 menos de material genético que el cromosoma X , que produce el nacimiento de una niña. Utilizando sistemas de análisis basados en láser, se puede elegir sólo los espermatozoides que portan uno de los dos cromosomas, según las necesidades de cada momento.

Sin necesidad de acudir a ningún tipo de criterio moral o religioso, ambas técnicas plantean algunas dudas sobre su inocuidad. Parece aceptado que la selección de sexo es una herramienta útil para el control de algunas enfermedades, como la hemofilia, que sólo son padecidas o transmitidas por individuos de un determinado género. Por otro lado, en los procesos habituales de fecundación in vitro, el médico conoce previamente el sexo de los embriones producidos y su criterio de selección sólo depende de las potencialidades de viabilidad del implante, dejando la cuestión del sexo al azar.

En medio de estos procesos de fecundación, es posible introducir criterios de selección que permitan impedir la transmisión de una enfermedad. Para ello, no olvidemos, hay que descartar otros embriones igualmente viables que han tenido la mala suerte de recibir el cromosoma sexual menos oportuno. Pero el Observatorio de Bioética va más allá al solicitar que uno de esos criterios selectivos pueda ser el deseo de los padres.

Cuando no hay fecundación in vitro de por medio, ni riesgo de transmisión de enfermedades, el Observatorio recomienda el rastreo de espermatozoides ya que, en su criterio, no es admisible generar embriones in vitro con el único fin de elegir entre niño y niña. Aunque deja abierta la posibilidad a que las parejas acudan también a esta producción de embriones si se comprometen a donar los sobrantes.

Y todo ello, dicen, en defensa de la libertad de elección de los padres. Habría mucho que decir sobre el rango que esa libertad de elección tiene en una sociedad donde, en teoría, los niños y las niñas tienen las mismas posibilidades de ser felices, de lograr el bienestar, la supervivencia y el éxito. Y habría mucho que decir sobre los motivos que pueda esgrimir una pareja sana para optar por uno u otro sexo en un país desarrollado como España.

En la India es habitual el infanticidio de niñas cuyo nacimiento supone un auténtico drama social para las familias que tienen que sostenerlas. Pero ni España es la India, ni la ciencia está para contrarrestar las perversiones políticas, sociales o morales de los pueblos. Invocar a la libertad para justificar la selección de sexo se antoja un argumento demasiado fácil si no se aborda el tema en toda su crudeza.

¿Qué componentes reales tiene esa libertad? ¿Se supone que las parejas cuentan con la información genética y ética suficiente como para producir un acto de tal calado moral? Nadie parece querer darse cuenta de que el argumento de la libertad está situando en manos de un solo acto paterno una decisión de tremenda trascendencia social y biológica. Sin saber qué motivaciones pueden conducir a una pareja sana a elegir un niño o una niña, se está equiparando el sexo de la criatura a una suerte de deficiencia. Nadie defiende la eugenesia, la selección genética basada en criterios de perfección, la desestimación de proyectos embrionarios que no cumplen determinados requisitos de excelencia. ¿Por qué entonces sí puede seleccionarse en virtud del sexo? ¿Está garantizado que, en lo más íntimo de la conciencia del padre o de la madre, no se piensa que ser niña es menos útil que ser niño, o viceversa? Y, de ser así, ¿qué diferencia a la eugenesia sexual de la eugenesia intelectual?

Se equivocan quienes piensan que la selección de sexo es un instrumento de liberación. Más bien es todo lo contrario, es una herramienta más de sometimiento a criterios que, en el mejor de los casos, rezuman un sexismo estremecedor. Si de verdad queremos que hombres y mujeres sean iguales, ¿por qué ofrecemos más argumentos a quienes pretenden marcar las diferencias desde el instante mismo de la concepción?

Eso, sin tener en cuenta que el abanico de motivaciones humanas puede ser tremendamente arbitrario. Podemos optar por un determinado sexo para la prole por motivos tan dignos como erradicar una enfermedad genética o lograr un donante adecuado para un hermano, pero también por razones tan poco valorables como equilibrar el número de niños y de niñas en la casa, tener un aspirante a futbolista en la familia, complacer un capricho individual o aprovechar el cargamento de ropa rosa que nos ha regalado la abuela.

A ustedes y a mí nos parece tremendamente frívola esta última aseveración. Pero ¿se lo parecerá también a todos los padres y madres cuya “libertad” para elegir se invoca tan alegremente?
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