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Ignacio Moncada

Horas bajas

Son horas bajas para todos. Para el Gobierno, como dicen las encuestas, horas bajísimas. Para la oposición no mucho mejores, enredados en una telaraña de sospechas de corrupción y de debilidad que ellos mismos se han ido tejiendo desde el inmovilismo.

Era previsible que septiembre llegara como una riada que arrastra malas noticias para el Gobierno. La peor de entre todas es, sin duda, la de que la economía mundial se está recuperando. Porque, por mal que vaya aquí la cosa y por mucho que suba el paro, el camino es menos duro si el resto de los países peregrinan con uno. Quedarse descolgado cambia el asunto. Es como ver un Fórmula 1 clavado en la línea de salida, mientras los demás ya se pelean la carrera. Una imagen de soledad que luego cuesta borrar de la retina de la gente.

Aunque debo admitir que, con políticos en nómina como José Blanco, nunca se sabe. Reconozco que es un prestidigitador del poder. Zapatero fue el único que no vio en él mediocridad e incompetencia, sino un filón del que extraer incalculables cantidades de útil demagogia. Es el único capaz de capear un temporal como el que han levantado las encuestas publicadas por El País, La Vanguardia o La Razón, que dicen, en resumen, que la inmensa mayoría de los españoles desaprueban su gestión económica y que el PP ganaría al PSOE si hoy hubiera elecciones generales.

Ante este vendaval político, Blanco quema un cartucho guardado para la ocasión: "Si hay que pagar un coste electoral para sacar al país de la crisis, lo pagaremos". Son las palabras de un estadista. Las que pronunciaría un auténtico líder que decide acometer una gran reforma laboral aunque los sindicatos le vayan a pasar factura. O que va a abrir los mercados y recortar subvenciones aunque los grupos de presión vayan a retirarle el apoyo. Medidas, en definitiva, que mejorarían la situación económica, pero que no gustarían a poderosos lobbies políticos. Las declaraciones de Blanco, aunque siempre hábiles, se van topando con una sociedad cada vez más vacunada contra la demagogia. Los ciudadanos no dan la espalda al Gobierno por haber hecho una reforma vital para la economía a la que se oponía algún grupo de presión, sino por su incompetencia, su falta de estrategia, su uso reiterado del engaño y su empecinamiento en el error.

Lo preocupante para los españoles, además del naufragio económico, es la inexistencia de una oposición ilusionante. Falta una alternativa nítida. La estrategia de Rajoy puede ser, con dudas, efectiva para él. Pero es desoladora para nosotros, los ciudadanos. Porque adoptando esa modalidad de política carroñera, en la que se sientan a esperar a que el adversario sea un cadáver electoral para poder sustituirle, no mejorará nuestra situación. El país necesita una oposición que no se quede sentada en el muelle de San Blas, esperando a un barco que tal vez nunca llegue, sino un propuesta clara de reformas recogidas en un gran plan integral contra una crisis estructural, tanto económica como política, que está consumiendo las esperanzas de los ciudadanos. Es necesaria una voz que hable a la gente sin temor al qué dirán, que plantee las cosas con la crudeza que tiene la realidad y que no sea vea superada por el miedo a cambiar las cosas que no funcionan.

Son horas bajas para todos. Para el Gobierno, como dicen las encuestas, horas bajísimas. Para la oposición no mucho mejores, enredados en una telaraña de sospechas de corrupción y de debilidad que ellos mismos se han ido tejiendo desde el inmovilismo. Pero sobre todo para la gente de a pie. Porque ellos son los que padecen el desplome de la economía española, sin que vean una alternativa clara en Rajoy que les garantice que las cosas van a ser diferentes. Sólo un político sentado, un conservador edulcorado, que espera ganar La Moncloa por incomparecencia.

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