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Ignacio Villa

Un Gobierno en crisis

Puede que Zapatero se niegue a que le marquen la agenda política, ya que su arrogancia le impide reconocer sus propias limitaciones de liderazgo y de organización. Pero tampoco debería mantener a unos políticos nefastos al frente de la Administración.

El presidente del Gobierno ha aprovechado este miércoles la copa de Navidad con los periodistas en el Palacio de la Moncloa para intentar desactivar el desaguisado que le había montado 24 horas antes el vicepresidente económico Pedro Solbes. No es casualidad que el responsable último de hacer frente a la crisis económica dentro del Gobierno diera a entender en un desayuno informativo que a su edad estaba cansado y que, por tanto, resultaba previsible que abandonara el Ejecutivo.

El anuncio de Solbes –sea verdad o simplemente un amago– es una de las peores noticias que podría recibir Zapatero, ya que a cualquier presidente que se precie, le encanta ejecutar por sí mismo las crisis de Gobierno y no que se las hagan sus ministros. Él ordena y manda y los demás tienen que obedecerle. Por eso, la indisciplina de Pedro Solbes supone todo un desplante a su jefe, por mucho que este miércoles haya matizado que continuará en el Gobierno por su sentido de la responsabilidad. ZP le ha replicado recordándole que no tiene ninguna intención de reformar su Ejecutivo durante los próximos meses. ¿Será verdad o pura estrategia? Poco importa, ya que sólo está jugando a exhibir su autoridad absoluta ante sus ministros y, en general, ante todos los españoles.

De hecho, con crisis o sin ella, parece claro que el actual Consejo de Ministros está muy desgastado. Pedro Solbes, Magdalena Álvarez, Miguel Ángel Moratinos, Celestino Corbacho e incluso la vicepresidenta De la Vega (que en otros tiempos era un auténtico activo para el Consejo) ofrecen una imagen muy deteriorada por su mermada capacidad de gestión, entre otros asuntos, ante la crisis. Puede que Zapatero se niegue a que le marquen la agenda política, ya que su arrogancia le impide reconocer sus propias limitaciones de liderazgo y de organización. Pero tampoco debería quedarse en la luna de Valencia manteniendo a unos políticos nefastos al frente de la Administración. Todavía nos quedan casi cuatro años por delante, y su inutilidad ya está pasando una insufrible factura a todos los españoles.

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