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Jeff Jacoby

¿Qué diría Reagan?

¿Ninguna diferencia entre los dos partidos? Bueno, no, yo no iría tan lejos. Pero estaría bien que los republicanos que afirman ser conservadores al estilo de Reagan se tomaran de vez en cuando un descanso para preguntarse qué diría él.

Presentándose a presidente en una lista independiente en 1968, George Wallace pronunció la célebre frase de que no había "ninguna diferencia" entre los candidatos republicano y demócrata. ¿Diría lo mismo cualquiera que pusiese atención a la cosecha de candidatos de este año? Considere estas frases:

  • ¡Dijisteis que lucharíais por cada puesto de trabajo! ¡Dijisteis que lucharíais por lograr mejor cuidado médico para todos los americanos! ¡Dijisteis que lucharíais por asegurar la integridad de nuestra frontera! ¡Dijisteis que lucharíais por tener la capacidad de rebajar los impuestos para los norteamericanos de clase media!
  • Adivine lo que están haciendo en Washington: se están preocupando, porque se dan cuenta, los políticos y los de los grupos de presión, de que Estados Unidos comprende hoy que Washington está averiado. Y vamos a hacer algo.
  • Washington nos dijo que nos proporcionaría mejor atención médica y mejor educación, pero no lo ha hecho. Washington nos dijo que nos conseguirían una rebaja fiscal para los norteamericanos de clase media, pero no lo han hecho.

No tiene que ser especialmente aficionado a la política para reconocer esos eslóganes como ejemplos del lenguaje populista e inconsecuente típico de los demócratas, ¿no? El único reto es adjudicar cada cita al candidato demócrata que la pronunció. El problema es que no fue ninguno de ellos el responsable de esas palabras. Estos tres tópicos sobre el Gobierno Grande fueron tomados del discurso del republicano Mitt Romney tras su victoria en las primarias de Michigan.

Nadie se sorprende cuando Dennis Kucinich o John Edwards insisten que es responsabilidad del Gobierno federal "lograr para nosotros mejor sanidad o mejor educación". Viniendo de Hillary Clinton o de Barack Obama, la afirmación de que los recortes fiscales de Bush trataron engañosamente a los americanos de renta media es completamente familiar. ¿Pero de un republicano como Romney, que se presenta como el conservador más sincero y más reaganita del bando republicano?

El mensaje de Romney solía ser el del liberalismo y la reducción del Estado: "El Gobierno es simplemente demasiado grande. El Gobierno estatal es demasiado grande. El Gobierno federal es demasiado grande. Está gastando demasiado". Estas palabras aún aparecen en su página web. Pero no hay nada parecido a ellas en sus declaraciones más recientes. Ahora les dice a sus partidarios que Washington está averiado y necesita ser reparado, que no es precisamente lo mismo que decir que necesita ser reducido. Romney solía hacer alarde de los cientos de leyes de asignación del gasto que vetó siendo gobernador de Massachusetts; "me gustan los vetos", dijo a la audiencia. Pero estos días está bailando una música distinta.

Cierto, Romney no es en absoluto el único candidato republicano en distanciarse del evangelio del Gobierno menos intrusivo y menos derrochador. Ciertamente nadie confundiría a Mike Huckabee –que como gobernador de Arkansas subió los impuestos, disparó el gasto y expandió la regulación estatal– con Barry Goldwater, el Mr. Conservador original. Y el hombre que sucedió a Goldwater en el Senado, John McCain, es culpable de abominaciones tales como la ley de financiación de campaña McCain-Feingold o la oposición a los recortes fiscales de 2001 y 2003.

Pero es Romney quien más ha cambiado su tono al reinventarse de nuevo, esta vez como ingeniero social con más fe en el poder de la intervención del Gobierno federal que en las innovaciones y aportaciones del libre mercado.

En Detroit, Romney prometió resucitar la moribunda industria automovilística norteamericana –que lleva décadas en caída libre– mediante asistencia gubernamental masiva y demás programas de gasto público. Calificó de "chorrada" la mera constatación de la realidad hecha por McCain cuando afirmó que muchos puestos de trabajo en la industria del automóvil habían pasado a mejor vida para siempre. Condenó "la ausencia de una política federal diseñada para reforzar al sector automovilístico norteamericano", sonando ante todo el mundo como si acabase de escapar de algún lapso estatista de los años 70. Prometió "multiplicar por cinco –de 4.000 a 20.000 millones de dólares– nuestra inversión nacional en investigación energética, tecnología de combustibles, ciencia de los materiales y tecnología automovilística", pidiendo "un proyecto al estilo del Manhattan, al estilo del Apolo" para lograr esa quimera siempre escurridiza, la independencia energética. Sea lo que sea esto, no es liberalismo económico.

"Si soy presidente de este país, ofreceré resultados en los primeros cien días que ocupe el cargo, y personalmente reuniré a los líderes de la industria, de los trabajadores, del Congreso y del estado, y juntos desarrollaremos un plan para reconstruir el liderazgo automovilístico de Estados Unidos", dice ahora Romney. "Washington no debería ser un benefactor, pero puede y debe ser un socio”. ¿Que debe ser qué? Ciertamente esa no era la opinión de Reagan.

"Lo que eufemísticamente llaman 'sociedad' corporativa-gubernamental es simplemente coacción gubernamental, favoritismo político, política industrial colectivista y derroche a la antigua usanza, pero envueltos en un papel de regalo", declaró en 1988 el presidente Reagan. "No funciona". Había descubierta que era mucho más eficaz que Washington "recorte los impuestos, el gasto y la regulación, y saque al Estado de en medio y deje que la gente libre cree empresas nuevas y puestos de trabajo”.

¿Ninguna diferencia entre los dos partidos? Bueno, no, yo no iría tan lejos. Pero estaría bien que los republicanos que afirman ser conservadores al estilo de Reagan se tomaran de vez en cuando un descanso para preguntarse qué diría él.

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