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Jorge Vilches

El PSOE no tiene pulso

El PSOE afronta el peor momento de su historia en democracia. Para Chaves el “desastre total afecta a todo el partido”; es decir, a zapateristas, rubalcabistas (si es que esto significa algo) y a los supervivientes del guerrismo.

El PSOE afronta el peor momento de su historia en democracia. Para Chaves el "desastre total afecta a todo el partido"; es decir, a zapateristas, rubalcabistas (si es que esto significa algo) y a los supervivientes del guerrismo. Rubalcaba se postula con el ánimo de hacer la guerra a Zapatero, aunque él fue un miembro destacado de sus palmeros. Chacón es "la chica", en palabras de José Bono, sin proyecto para España, sino para Cataluña. Y Tomás Gómez pide primarias, como si fuera un segundo Josep Borrell, un outsider que quiere saldar cuentas con una dirección que ha llevado al PSOE al desastre. Entonces, sí, es el peor momento, y las razones son varias.

La estructura del PSOE desde 1977 hasta el XXXIV congreso, el de 1997, se configuró a través del guerrismo y del poder autonómico y local que fue acumulando con las sucesivas elecciones. Los seguidores de Alfonso Guerra imprimían una sólida disciplina en el partido, a pesar de que no eran figuras de talla intelectual. Este fuerte "aparato" fue haciéndose enemigos, incluido el propio Felipe González, quien construyó una estructura paralela, la de los "barones" del partido, que eran los presidentes autonómicos del PSOE. En la guerra civil que se fraguó entre guerristas y felipistas existieron entonces dos estructuras alternativas.

Ahora el PSOE no tiene esas dos posibilidades. El poder guerrista ha desaparecido, en gran medida por la limpieza que comenzó en 1991, acentuada tras 1997 y que culminó Zapatero, un felipista. Pero Zapatero no ha creado una estructura paralela sólida y disciplinada, compuesta de hombres nuevos que deban su poder a él, o que tengan esa altura intelectual necesaria para imponer su criterio cuando se carece de la fuerza que otorga la organización. No hay tampoco unos "barones" que suplan esa carencia, porque el PSOE ha perdido casi todo el poder local y autonómico, y Griñán y López van a perder las elecciones en su región. Por ende, no queda nada sobre lo que sustentar el partido. En esto, los años de Zapatero han sido letales: quiso que la organización descansara únicamente en su persona, hacerla dependiente de su "carisma", ser un nuevo Felipe, y la jugada le ha salido mal.

Por otro lado, hasta la elección de Zapatero había dos tendencias o "sensibilidades": el guerrismo y el felipismo. Mientras el primero era puro populismo de izquierdas, una especie de peronismo con otro acento, basado en la crítica zafia de "la derechona" y en un insistente intervencionismo estatal en lo público y en lo privado, el segundo era más pragmático, se fundaba en el hiperliderazgo, y quería ser una socialdemocracia que aceptaba tímidamente cierto liberalismo.

El zapaterismo recogió lo peor de ambas tendencias. Sin abandonar el populismo y el discurso contra "la derechona", actualizó el guerrismo con las versiones demagógicas del feminismo, el ecologismo, el antiamericanismo, el tercermundismo, la injerencia del Estado en el ámbito privado, y la satisfacción a los nacionalistas –lo que podría sintetizarse con "Menos España, y más naciones" –, incluyendo la negociación con ETA. A esto añadió un intento de hiperliderazgo, frustrado por lo vacío del personaje.

Tampoco el PSOE está articulado ahora en torno a proyectos, sino a personas, como ha sido siempre. El problema está en que en el solar que deja Zapatero esas personas que aglutinan a los socialistas tienen menos categoría política e intelectual que aquellos que hicieron la Transición. Si la diferencia entre Rubalcaba y Chacón, los dos máximos aspirantes, es únicamente avanzar o no hacia un federalismo asimétrico o una especie de Estado libre asociado para Cataluña, vaya ruina de renovación.

Habrá que estar muy atento a lo que ocurra en la izquierda, y a cómo afronta la renovación de un partido, o una opción política, que tiene detrás a millones de españoles y es, por tanto, necesaria para la articulación de nuestra democracia. De momento, el PSOE no tiene pulso.

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