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Julio Cirino

Ganar la paz ganando la guerra

Los colombianos parecen dispuestos a realizar este domingo, con sus votos, un cambio fundamental en el modo de encarar el larguísimo conflicto interno que les aflige, van a, tal vez, elegir a un Presidente que les lleve a ganar la paz, triunfando en la guerra.

Cuando el pueblo de Colombia votó al actual presidente, Andrés Pastrana, lo hizo en la creencia de que elegía llegar a la paz por la vía de la negociación. Es en ese entendimiento, y en el convencimiento que todos los implicados tenían el mismo objetivo –la paz– que Andrés Pastrana entrega un territorio cuyo tamaño aproximado es el de Suiza para que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el más importante grupo terrorista que opera en el país, viera cumplido su deseo de disponer de un área “neutral” en la cual llevar adelante las negociaciones que conducirían al fin del conflicto armado.

Aun a riesgo de parecer sempiternos aguafiestas nos opusimos cuasi en soledad a este criterio, por lo que luego se demostrarían ser, sólidas razones. La primera de ellas era casi psicológica, y en aquel momento, difícil de sustentar, simplemente no veíamos la voluntad de paz en la conducción de las FARC; qué tenían ellos para ganar llegando a la firma de un concreto acuerdo de paz, nada. Ahora, involucrarse en un “proceso” de paz, que sería interminable, eso sí, les traería, y les trajó, no pocas ventajas. La primera y más inmediata fue que los ilusos de siempre pensaron que depondrían las armas para integrarse a la vida en democracia. Pobres.

La segunda fue que la “zona de distensión” como se la llamaba, era en realidad una “zona liberada” tácita. ¿Por qué? Porque los poderes públicos no podían ingresar a la misma armados, pero sí podían hacerlo las FARC. Porque los terroristas se negaron de plano a aceptar cualquier tipo de supervisión internacional, que mínimamente asegurara que lo que sucedería allí no era violatorio de las leyes colombianas y del derecho internacional, y que simultáneamente no se utilizaría la región como plataforma para agudizar el conflicto.

Lo que sucedió es por todos conocidos, dejando de lado las visitas VIP, las sesiones fotográficas y uno que otro discurso, la zona del Caguán posibilitó más y mejores ataques por parte de las FARC y el montaje de un aceitado sistema de intercambio de drogas por armas. Los moradores de la región pasaron así a convertirse en “ciudadanos de Farclandia” quedando sujetos, sin apelación, a los arbitrios de los comandantes guerrilleros.

Algo lento de entendederas resultó el Dr. Pastrana, se tomó cuatro años para llegar a la conclusión que las FARC no estaban genuinamente interesadas en deponer las armas y que la zona liberada servía eficazmente a cinco objetivos fundamentales: 1: Se conformaba una real “área sin ley”, o mejor aún un área bajo la “ley” de las FARC. 2: Elevaba el “status político” de los terroristas que pasaban a convertirse en interlocutores aceptados, en primer lugar, por el propio Gobierno de Colombia, luego por el Departamento de Estado de los EE.UU; por casi todos los gobiernos de la región y por la propia Unión Europea y sus miembros. 3: Dotaba a las FARC de una importante base logística y simultáneamente proporcionaba milagrosamente una “retaguardia segura”, algo que no se veía desde las operaciones militares correspondientes a la Primera Guerra Mundial. 4: Permitía a las FARC establecer un sistema logístico con dos patas fundamentales; posibilitaba el arribo incontrolado de armas y equipos; y hacía posible el desarrollo de cultivos de coca y amapola, su procesamiento y salida del país casi con total seguridad. Y 5: Posibilitó desarrollar a niveles “industriales” el secuestro extorsivo, ya que permitía a los secuestradores trasladar a sus víctimas a un punto donde el crimen quedaba impune y donde disponían de todo el tiempo y la tranquilidad necesarios para exprimir a los familiares.

Recientemente el presidente Pastrana se convenció de esto y resolvió dar por concluida la vigencia de la zona liberada, lo que ciertamente le valió acusaciones de “belicista” por parte de las fuerzas progresistas del planeta. Todo hace pensar que el pueblo colombiano, cansado de la prepotencia terrorista votará a Alvaro Uribe, quien prometió la utilización del instrumento militar como el más idóneo, en las presentes circunstancias, para lograr una paz duradera.

No son pocos quienes, fuera de Colombia, se oponen a ganar la paz ganando la guerra, es más, afirman que la guerra es “imposible” de ganar; sin embargo, estos argumentos son extremadamente débiles, no solo a la luz de las repetidas violaciones a los derechos humanos perpetradas por los terroristas, tanto de las FARC, el Ejército de Liberación Nacional (ELN) como de los grupos paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) cosa que reclama condigno castigo; sino también desde una perspectiva filosófico-política. Para quienes creemos que la democracia, siendo perfectible, es el mejor sistema de gobierno con el que contamos por ahora, resulta inaceptable que se quiera forzar a gobiernos electos democrática y limpiamente a entrar en negociaciones con bandas terroristas que hacen del secuestro y el narcotráfico su modo de vida, bajo el argumento de las desigualdades sociales que un país padece, e ignorando por completo los deseos de la ciudadanía expresados en el voto popular.

Sí, es posible que la gestión de Uribe signifique una intensificación de las operaciones militares, pero ¿Es que la democracia es una palabra tan hueca que no vale la pena defenderla?

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