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Julio Cirino

¿Hacia una nueva “narcolandia”?

No son muchos quienes saben que Brasil, después de los Estados Unidos es, con sus casi 180 millones de habitantes, el segundo consumidor de cocaína del planeta y que en los últimos 25 años, una especie de pacto de silencio entre su clase política posibilitó que este problema y sus consecuencias para la región permanecieran cuidadosamente ocultos.

Tim Lopes fue, en vida, un conocido periodista de la cadena de televisión O Globo, profesional experimentado, no era la primera vez que abordaba una investigación acerca de los grupos narcotraficantes que operan en las “favelas”. Armado con una mini cámara subió el pasado dos de junio al morro de “Vila Cruceiro” con la idea de registrar una de las “fiestas” organizadas para los jefes del narcotráfico, donde las menores de edad y la cocaína constituyen la “animación” del evento.

Al parecer, una pequeña luz roja de su cámara le delató. Rodeado por los “soldados” del Comando Vermelho (así se denomina uno de los grupos más importante que opera en Río de Janeiro) fue llevado detenido ante su jefe, Elías Pereira de Silva, conocido como “Elías Maluco” o “el loco Elías”, quien decretó en el acto su muerte. Poco se sabe de la autopsia, sólo que primero fue torturado y luego, una espada samurai y el fuego concluyeron la macabra tarea. Este asesinato, perpetrado prácticamente en público (los autores materiales están detenidos), sirvió para dejar a la vista la existencia de un “estado paralelo” que lleva más de un cuarto de siglo en desarrollo y que hoy enlaza sus operaciones con el crimen organizado que opera en Colombia, Medio Oriente, Bolivia, Surinam, Uruguay, Paraguay y Argentina.

Para medir el grado de violencia de estos grupos, baste señalar que en una ciudad como Sao Paulo, no menos de 40 a 50 personas son asesinadas cada fin de semana como consecuencia directa o indirecta de las operaciones del narcotráfico. Las acciones de la policía en busca primero del cuerpo y luego de los asesinos de Tim Lopes, arrojaron un resultado inesperado. Se descubrió la existencia, dentro de la favela, de un cementerio clandestino en una especie de pantano, utilizado por los narcotraficantes para disponer de los restos de sus víctimas, cuyo número se intuye por las decenas de zapatos encontrados flotando.

El mundo del narcotráfico en las favelas es una versión moderna del infierno de Dante. El Estado simplemente se retiró de estos asentamientos dejando a los moradores librados a su suerte, con lo que el “orden público”, la ambulancia, la escuela, el equipo de football y lo necesario para el carnaval queda a cargo de los jefes de la droga y sus ejércitos privados. Para calibrar la magnitud del problema digamos que en una de estas favelas –y no la más grande– conocida como “complexo do Alemao” sobreviven unas 65.000 almas. Otro dato: en una favela pequeña, el “jefe” moviliza en cocaína y marihuana unos 500.000 dólares al mes. La más grande de América Latina está en Río de Janeiro y se la conoce con el nombre de “la Rocinha”. Situada frente a una famosa playa, “Sao Conrado”, en ella no hay robos a turistas, la verdadera plaga de las playas cariocas. Un robo allí puede significar una sentencia de muerte segura, los “jefes” de la droga utilizan esa playa y ellos ejercitan una justicia tan brutal como rápida.

Actualmente los cuatro grupos narcotraficantes más conocidos y poderosos son el ya nombrado Comando Vermelho, aliado con el “Primeiro Comando da Capital” y enfrentados en guerra con el “Terceiro Comando” y con el ADA –Amigo dos Amigos–. La lucha gira siempre en torno a la distribución y venta de la cocaína y tiene una base geográfica: quién controla los “puestos” de venta más concurridos, y por tanto más rentables, de Sao Paulo o Río de Janeiro.

Meses atrás, la persecución y arresto del traficante Fernandino Beira Mar, en territorio colombiano, donde operaba protegido por el Frente 16 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) quienes tenían a su cargo la seguridad personal de Beira Mar, dejó parcialmente al descubierto una conexión que se extendía desde las favelas de Río de Janeiro a las selvas de Colombia. Armas por droga es la clave de un lucrativo negocio, ya que no solamente los grupos terroristas en Colombia requieren constantemente de armamento moderno, sino que los diversos “comandos” de la droga son ávidos consumidores de fusiles de asalto, pistolas ametralladora y armas de puño de grueso calibre.

Hoy las favelas de Brasil son un nuevo ejemplo de asentamientos urbanos fuera de control estatal. Y así como las áreas sin ley conforman una amenaza clara y presente particularmente en las regiones fronterizas, los asentamientos precarios donde los estados abandonan toda pretensión de asistencia y presencia, se convierten en la cabeza de playa y centro de operaciones del crimen organizado.

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