Tres semanas de ola de calor son demasiadas incluso para el sureste español, donde la gente está acostumbrada a unos veranos de aúpa, agravados por la sempiterna falta de lluvias en esta zona del país. Es "la pertinaz sequía", que se decía cuando el otro, al que no citaremos por su nombre, no sea que la Sección Femenina de la Podemidad irrumpa en la redacción con las tetas fuera pidiendo el cierre de Libertad Digital por vulnerar la ley de Memoria Histórica del gran ZP.
Murcia, Almería y el desierto de Atacama son tres argumentos a favor de la teoría del calentón global, que, desde hace poco, en un gesto ecuménico que vincula el ecologismo delirante con el trono de Pedro, cuenta con la bendición del papa con menos luces que ha padecido la Iglesia Católica en los tres últimos siglos.
Sin embargo, la realidad se impone y ni siquiera una web de la Verdad Climática, al estilo Carmena, podrá evitar la llegada de una ola glacial, a tenor de lo que sostienen los científicos rusos, los únicos que entienden realmente de frío, como es fácil suponer.
Una ola de frío polar de un par de décadas de duración es una excelente noticia para estas tierras sedientas, dejadas de la mano de los políticos y de Dios. Murcia necesita una miniglaciación. Cuanto antes mejor. Todo serían ventajas, comenzando por el estímulo formidable que experimentaría el turismo, que pasaría de ser estacional, playero y pobretón a estable y de alto nivel, destinado a la gente con rentas altas que pueda trasladar su residencia desde el centro y el norte de Europa huyendo de los hielos perpetuos.
Y al acabarse la miniglaciación vendría el deshielo, de dimensiones nunca vistas tras varios lustros de congelación. No haría falta hacer ya el trasvase del Ebro porque el agua llegaría a Murcia por sus propios medios. Los problemas hídricos y económicos del sureste español desaparecerían para siempre. Incluso el déficit anual, que el PP murciano ha convertido en mucho más "pertinaz" que la sequía de-cuando-entonces.