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Pablo Molina

Rajoy sin coartada

Si el PIB no cae, Rajoy tendría un grave problema de cara a las elecciones generales, porque todas sus posibilidades de llegar a la Moncloa las ha centrado en el rédito electoral que le proporcionaría el desastre económico provocado por ZP.

Los datos de la actividad económica en este primer trimestre, que anuncian un primer esbozo de recuperación económica, es posible que estén maquillados. Quiero decir, es seguro que lo están. En todo caso, aunque las cifras fueran ciertas, eso no significaría el fin de los problemas económicos que padecemos, pues, como es sabido, tan sólo con crecimientos superiores al dos por ciento podríamos esperar que España comenzara a rebajar las cifras del paro.

No obstante, convirtámonos por un momento en un lector medio de Público y pensemos que los éxitos de Zapatero al frente de la economía están al caer. En esas circunstancias Rajoy tendría un grave problema de cara a las elecciones generales, las terceras consecutivas a las que va a concurrir, porque todas sus posibilidades de llegar a la Moncloa las ha centrado en el rédito electoral que le proporcionaría el desastre económico provocado por ZP.

Los sabios de Génova argumentarían que, a pesar de que la economía presente una mejora incipiente, el problema del paro seguiría en la misma situación y eso es algo que tiene que pasar factura al Gobierno. Bien, estamos ya técnicamente en cinco millones de desempleados, el veinte por ciento de la población activa, y no parece que a los votantes de Zapatero les preocupe la circunstancia más allá de alguna leve disminución en la intención de voto.

Pero es que las elecciones generales están previstas para dentro de dos años, tiempo más que suficiente para que la propia inercia de la recuperación exterior comience a notarse en nuestras finanzas, con lo que entra dentro de lo posible que, a pesar de la incompetencia proteica de Zapatero, los indicadores económicos presenten síntomas de una recuperación efectiva para esa fecha.

De llegar a esa situación, elecciones generales con claros indicios de que lo peor de la crisis ya ha pasado, será digno de ver cómo consigue Rajoy que le vote el electorado "centrista", Santo Grial de los genoveses, y que los habituales votantes del PP no dejen de hacerlo a pesar de sus traiciones programáticas. Porque, aparte de ligeras diferencias sobre cómo gestionar la economía, lo cierto es que el PP de Rajoy no se distingue demasiado del PSOE de Zapatero, algo que no había ocurrido desde que los siete magníficos fundaron la extinta AP. En educación para la ciudadanía, el aborto, el uso de la lengua común, la disgregación territorial de España a través de reformas estatutarias, la cultura subvencionada, el sindicalismo paniaguado y la subnormalidad del cambio climático, el PP no ha establecido hasta ahora una frontera clara entre su proyecto y el de los socialistas. Si esperan a ponerse a defender los valores, principios e ideas que comparte la derecha cuando ya no tengan más remedio puede ocurrir que sea demasiado tarde. Y eso en caso de que en Génova sepan cuáles son.

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