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Pedro de Tena

El retrato de Fermín Salvochea

Junto a su frugalidad y disposición franciscana hacia los pobres, Salvochea mostró una inquietante inclinación por el terrorismo y la violencia.

Junto a su frugalidad y disposición franciscana hacia los pobres, Salvochea mostró una inquietante inclinación por el terrorismo y la violencia.
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"Pues siendo alcalde de este Ayuntamiento/ republicano y hombre de sentimientos, humanitario de corazón, pues cuanto tuvo a los obreros repartió./ Ese Fermín Salvochea/ mártir de la libertad/ que sufrió penalidades/ por sostener su ideal...". Esta letrilla de Rafles y su pandilla en los Carnavales de Cádiz de 1932 da una idea de la aureola de santo laico que ha oscurecido la verdad completa sobre Fermín Salvochea, hijo de la burguesía vinatera, textil e industrial gaditana de los Terry, familiar de Mendizábal y reconocido anarquista, cuyo retrato ha desalojado al del Rey en el despacho del nuevo alcalde, José María González, alias Kichi (según algún bromista, Kichín Salvochea, porque sólo una broma o una diarrea ideológica de consideración permite identificar al trotskista Kichi con el anarquista gaditano que tildaba al marxismo de "comunismo autoritario", con el que nunca coincidió).

Sin la ironía de un Marco Antonio, aceptaré que Salvochea era un hombre honrado en el sentido de que fue un hombre que pensaba, decía y actuaba en la misma dirección. Puedo añadir, incluso, que seguramente fue un hombre compasivo y generoso, bienamado por muchos gaditanos, que le llamaban el Bigotes, y del que cuentan distribuyó sus bienes (que no fueron muchos, por cierto) entre los menesterosos gaditanos de finales del siglo XIX y principios del XX. El problema no es su honradez sino una dirección en la que se inscribió y que no fue otra que la creencia en la doctrina de la propaganda por el hecho que infectó al anarquismo español. Esa dirección consistía básicamente en propiciar la violencia terrorista megalómana que atentaba contra reyes y presidentes como algo necesario para la extensión e imposición –una contradicción intelectual más del anarquismo patrio– de la buena nueva libertaria.

De los testimonios sobre Salvochea el más importante es el suyo propio y el de su amigo médico Pedro Vallina, anarquista como él. El anarquista Rocker (que lo describe como "profeta" de la montaña sagrada y como lector precoz de Thomas Paine, impulsor del liberalismo y la democracia en Estados Unidos), Blasco Ibáñez (que en La Bodega lo metamorfoseó en Salvatierra, un santo laico del obrero y enemigo de las máquinas) y Valle Inclán (que lo llama por su propio nombre en El Ruedo Ibérico, III- Baza de Espadas) lo presentaron como evangélico ("santo" lo llamaba el barbudo Bakunin de Valle).

Pero, junto a su frugalidad y disposición franciscana hacia los pobres, Salvochea mostró una inquietante inclinación por el terrorismo y la violencia. Él mismo, en su obra La contribución de sangre, menciona, expresa y admirativamente, a cuatro anarquistas que dieron su vida por la idea: Pini, Ravachol, Caserio y Pallás. El italiano Pini apuñaló al socialista Prampolini en 1889 y tenía un arsenal en su casa, por lo que fue condenado a 20 años. El anarquista Ravachol, obsesionado con la judicatura, colocó en 1892 una bomba en la casa del juez de Clichy y otra en la del consejero-procurador Benot, y cometió un atentado contra una comisaría de París. Sante Geronimo (por el homónimo apache) Caserio asesinó al presidente de la República francesa Sadi Carnot en 1894, cuando visitaba a la Exposición Internacional de Lyon, con un puñal bereber con el mango rojo y negro y al grito de "¡Viva la anarquía!". El catalán Pallás atentó en Barcelona contra el general Martínez Campos en venganza por las ejecuciones ligadas a La Mano Negra en Jerez matando a Jaime Tous, un guardia civil, y dejando heridas a diez personas. Fue en 1893.

Su amigo Vallina corrobora en sus memorias esta disposición de Salvochea a la violencia. Cuando Emilio Castelar, desde la Presidencia de la Primera República, puso un telegrama a Salvochea, alcalde y jefe del cantón de Cádiz, para que se respetase el último convento que quedaba en pie, "lo primero que dispuso Fermín al leerlo fue que inmediatamente se destruyera aquel edificio". En su texto, Vallina relata el complot para asesinar a la familia real española en la Casa de Campo de Madrid que urdieron Salvochea, el químico Francisco Salazar, inventor de la bomba de hidrógeno que se iba a emplear en el magnicidio previsto, y el propio Vallina. No se llevó a cabo porque el químico murió de neumonía. No es la única referencia de Vallina a esta inclinación terrorista de Salvochea, de la que hay más testimonios.

El historiador José Luis Gutiérrez Molina, que ha recopilado textos sobre el anarquista en un reciente libro, confiesa: "Uno de los problemas que tiene Salvochea es que, al ser un personaje casi mítico, resulta incorrecto decir en público algo en su contra"; y añade que en su época fue visto como

alguien problemático: defendía el anarquismo, que se asociaba con el terrorismo, estuvo preso varios años acusado de rebelión militar... Y aunque, realmente, protestaba acerca de las injusticias de la sociedad en que vivía y trataba de cambiar las cosas, son muchos los acercamientos que se realizan con cierto buenismo a su figura, descafeinando la radicalidad.

En fin, lo importante de los retratos, se coloquen donde se coloquen, es que sean fieles a la realidad, a toda ella. Como decía en unas forzadas rimas el propio Salvochea: "La vida del error no es más que un día,/ aunque parezca larga;/ la verdad solamente da alegría/ y nunca es una carga". Y cada mochuelo a su olivo.

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