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Pedro Fernández Barbadillo

Bolivia reclama a Chile costa en el mar

No dejaría de ser paradójico que dos presidentes socialistas tuvieran que recuperar el proyecto de dos dictadores militares de derechas.

Pasados dos siglos de la independencia de la mayoría de las repúblicas hispanoamericanas, todavía existen entre ellas varios conflictos territoriales. Aunque algunos de ellos tienen sus raíces en las divisiones administrativas de los virreinatos españoles, otros se han agravado por guerras y enfrentamientos posteriores.

La pequeña, pobre y bolivariana Nicaragua ha conseguido ganar a Colombia una disputa en el Tribunal Internacional de La Haya a cuenta del mar territorial en el Caribe; y mantiene otra con Costa Rica.

En estos días, también en La Haya, la Bolivia de Evo Morales ha obtenido una pequeña victoria, que puede convertirse en grande si el tribunal falla a su favor. La Paz desea que el organismo obligue a Santiago a negociar la salida al Océano Pacífico, tal como dice que se contiene en el Tratado de Paz y Amistad de 1904 entre ambos países. Por el contrario, la postura chilena sostiene que el tratado cerró el asunto y que, además, fue anterior al Pacto de Bogotá de 1948, por el que las naciones firmantes del hemisferio occidental se comprometieron a dirimir sus diferencias por medio del Tribunal de La Haya.

En unos días se conocerá el fallo de los jueces, que, sea el que sea, no pondrá fin a este conflicto.

El año pasado el tribunal también sentenció sobre el litigio marítimo entre Chile y Perú.

La Guerra del Pacífico

Ambos conflictos, relacionados con las aguas territoriales entre Chile y Perú y la salida al mar de Bolivia, tienen un mismo origen: la guerra del Pacífico de 1879 y 1883. Ésta estalló por la explotación del guano y del salitre, y concluyó con la victoria total de los chilenos, que llegaron a ocupar Lima. Chile se anexionó el litoral boliviano, que entonces alcanzaba los 400 kilómetros, con el puerto de Antofagasta, y el sur de Perú, con las ciudades de Iquique y Arica.

Las consecuencias fronterizas se extendieron hasta los años 20 del siglo XX, en que Chile retornó a Perú Tacna, Araca y Tarata. Y las consecuencias políticas perduran hasta hoy. El actual presidente peruano, Ollanta Humala, tiene como guía intelectual el llamado pensamiento etnocacerista, así conocido en honor al presidente y general Andrés Cáceres, caudillo de la resistencia armada contra los invasores chilenos.

La disputa entre Chile y Bolivia, que dura más de 130 años, estuvo a punto de zanjarse, paradójicamente, bajo dos dictadores militares: el boliviano Hugo Bánzer y el chileno Augusto Pinochet.

A finales de los años 60 y principios de los 70 Sudamérica era una de las zonas más calientes del planeta. La izquierda comunista, por medio del castrismo, promovía guerrillas y terrorismos, mientras que las elites gobernantes, respaldadas casi siempre por EEUU, respondían con represión y golpes de Estado militares. Era lo que el mexicano Jorge Castañeda ha llamado la guerra de los treinta años latinoamericana o los años de verde olivo.

Por si fuese poco, la existencia de juntas militares (de derechas como la argentina o de izquierdas como la peruana) suponía el exacerbamiento de los sentimientos nacionalistas en las repúblicas. Se unió una carrera de armamentos. Y en los años 70 estuvieron a punto de estallar varias guerras: entre Chile y Perú, entre Argentina y Chile (parada por Juan Pablo II)… Al final, se produjo una entre Argentina y el Reino Unido en un escenario completamente diferente del planeado: por las islas Malvinas en el Atlántico.

El Abrazo de Charaña

El mayor riesgo era el de Chile, que se encontraba aislado y enfrentado a todos sus vecinos (Argentina, Bolivia y Perú), los tres con reclamaciones territoriales, y además sufría un embargo de armamento promovido por el senador estadounidense Ted Kennedy. La junta presidida por el general Pinochet mantuvo las directrices políticas de los anteriores Gobiernos civiles de solucionar los conflictos por vías pacíficas y en un magnífico movimiento diplomático ofreció al Gobierno del general Bánzer un pasillo y una salida al Pacífico.

El 8 de febrero de 1975 Bánzer y Pinochet se dieron el Abrazo de Charaña, en la estación ferroviaria de ese nombre, en territorio boliviano. Ambos países estaban sin relaciones diplomáticas desde 1962. Pinochet recobró una propuesta de la diplomacia chilena, que era la entrega de un corredor a Bolivia con una estrecha salida al mar, entre la frontera peruana y la ciudad de Arica, peruana hasta la Guerra del Pacífico, y también un enclave al sur del territorio de Tacna y Arica, para que Perú no pudiera intervenir porque nunca había estado bajo su soberanía.

Las negociaciones se prolongaron durante tres años y se complicaron. Chile solicitó a cambio la desmilitarización del territorio, la limitación de las nuevas aguas territoriales bolivianas a sólo doce millas náuticas y la cesión de una superficie de territorio por parte de Bolivia idéntica a la que recibiría.

En opinión del diplomático boliviano Ramiro Prudencio Lizón, secretario de la embajada de Bolivia en Chile,

el momento era el adecuado; eran dos gobiernos de militares dispuestos a negociar. Menospreciaban a los civiles, "éstos no han hecho nada", decían; era más rápido porque no había ni siquiera parlamentos; la idea era dejar todo cocinado, para cuando haya parlamento, y no que haya parlamentarios que desde un principio ataquen lo hecho.

Perú entra en el debate

Hubo dos razones que hicieron fracasar el proyecto, según el diplomático boliviano. Una fue la creciente hostilidad en Bolivia a la cesión de territorio a cambio del corredor. Y la otra fue una exigencia peruana, ya que Santiago había consultado a Lima.

Y ¿qué dijo el Perú?; indicó: "Aceptamos que exista ese corredor, pero [que], en la zona donde la carretera entre Tacna y Arica lo cruza, se determine que desde ahí hasta la costa sea una zona trinacional"; quería que el puerto de Arica se internacionali[zase], pero sí aceptaba que Bolivia [tuviera] puerto y que el mar territorial [fuera] boliviano. Esto era complicar enormemente las cosas, Chile rechazó esa posición.

En 1977, los tres presidentes de entonces, Banzer, Pinochet y el general Francisco Morales Bermúdez, de Perú, viajaron a Washington para asistir a la firma del Tratado Torrijos-Carter sobre la entrega del Canal de Panamá. Banzer propuso a Pinochet y a Morales que cada uno nombrase un representante personal para presentar propuestas. Los tres aceptaron; tres semanas después se juntaron los ministros de Asuntos Exteriores y emitieron un comunicado conjunto anunciando el nombramiento de los representantes. "Chile y Perú nombraron; pero Bolivia no y rompió relaciones", dice Prudencio.

De haberse realizado el proyecto, Pinochet habría conseguido no sólo pacificar las relaciones de su país con un vecino, sino que habría separado Chile de Perú: si Lima hubiese deseado atacar por tierra Chile, habría tenido que atravesar territorio boliviano.

No dejaría de ser paradójico que dos presidentes socialistas, la chilena Michelle Bachelet y el boliviano Evo Morales, tuvieran que recuperar el proyecto de dos dictadores militares de derechas.

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