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Santiago Navajas

El neothatcherismo de Ciudadanos

Tras los fichajes de Garicano y Conthe por Ciudadanos, es muy probable que Monedero tenga razón y el neothatcherismo.

Tras los fichajes de Garicano y Conthe por Ciudadanos, es muy probable que Monedero tenga razón y el neothatcherismo.

Uno de los líderes de Podemos, Juan Carlos Monedero, ha tachado el programa de Ciudadanos de "neothatcherista". "Igual IVA para el pan que para un Ferrari: no me fastidies, Albert Rivera", ha puesto como ejemplo. Si fuera cierto que la apuesta liberal de Margaret Thatcher a favor del libre mercado, la racionalidad económica, la tolerancia moral y la autonomía individual, contra el espíritu del colectivismo de conservadores y socialistas, se ha instalado finalmente en un partido español, sería una buena noticia. Y ojalá que Albert Rivera sea el Tony Blair que continuó la herencia de Thatcher a través de una Tercera Vía que hoy llevan a cabo Matteo Renzi en Italia o Manuel Valls en Francia, desmontando los dogmas estatalistas y haciendo una labor de zapa en el seno de la izquierda.

En 1981 Margaret Thatcher llevaba dos años ejerciendo de primera ministra del Gobierno del Reino Unido. Sin necesidad de cuotas ni de listas-cremallera, había vencido simplemente por la claridad de su visión y su coraje electoral. En ese momento Gran Bretaña estaba en peligro de convertirse en una Argentina europea, lastrada por un endeudamiento estatal excesivo, una economía empantanada en el subvencionismo y, sobre todo, una cultura pública desincentivada, en las que los valores morales de la honestidad y la excelencia o los económicos de la productividad y la eficiencia brillaban por su ausencia.

En España estábamos todavía peor. Y para colmo unos militares paleolíticos nos quisieron llevar, en plan Ministerio del Tiempo, al Pleistoceno. Como recordó después Felipe González:

La reacción más contundente en el mundo occidental ante el intento de golpe de Estado en España y en defensa de la libertad y de la democracia fue la de la señora Thatcher.

En 1990 Thatcher tuvo que abandonar el poder por las intrigas de su propio partido. Pero, sin embargo, su legado siguió vivo, porque, como decía, aunque el Partido Laborista venció las elecciones, Tony Blair continuó con la modernización del país que había iniciado la Dama de Hierro. Y es que en política la victoria más grande no consiste en vencer a tus adversarios sino en convencerles de que tus principios y métodos son los mejores.

Como Kafka, Maquiavelo o Dante, Margaret Thatcher tiene el honor de que su apellido se haya convertido en un adjetivo, en su caso para significar un cambio de paradigma político. Al thatcherismo se convirtió rápidamente Felipe González, que tras haber liberado al PSOE del lastre del marxismo soltó amarras con el socialismo estatista e intervencionista de Mitterrand, que había llevado a Francia a una crisis económica sin salida. Inspirado en el ejemplo del coraje de la Thatcher contra el lobby de los sindicatos mineros, González pudo hacer una reconversión industrial contra unos sindicatos de clase reaccionarios y unos trabajadores que se negaban a aceptar que una industria subvencionada y dirigida políticamente es pan para hoy y hambre para las generaciones venideras. También supo reconducir el instinto tercermundista de sus correligionarios para mantener a España en la estructura militar de la OTAN junto al resto de democracias liberales occidentales. Y lástima que no se atreviera a enfrentar al terrorismo con la claridad legal con que sí lo hizo la dirigente británica, porque nos hubiéramos ahorrado la miseria moral de la guerra sucia. La gran labor de Felipe González como thatcherista fue hacer comprender a la izquierda que el libre mercado no sólo no era el problema de las diferencias sociales, sino que sólo dentro de él, convenientemente diseñado, se puede alcanzar el mejor equilibrio entre libertades políticas y eliminación de la pobreza. Felipe González, como gran parte de los dirigentes europeos en la estela thatcheriana, introdujo una agenda privatizadora en ámbitos centrales del Estado que hoy hay que seguir extendiendo a ámbitos como el educativo o el sanitario, para acabar con el corporativismo que lastra a dichos sectores fundamentales en su labor de garantizar la igualdad de oportunidades.

También la derecha conservadora salió profundamente cambiada tras el paso de Thatcher por el poder. Porque, paradójicamente, el liberalismo de Thatcher iba a destruir los clásicos valores conservadores de los tories de toda la vida, haciendo a Gran Bretaña más tolerante, menos homófoba o racista y sin que el conflicto de clases sea el eje a partir del cual se explica la dinámica social. Sólo desde esta perspectiva se comprende la justificación el apoyo que ha dado David Cameron al matrimonio gay en Gran Bretaña y el cambio de estrategia del PP respecto a su promesa de cambiar la Ley del Aborto. Porque la ideología thatcheriana, según la cual el Estado no tienen ninguna justificación para inmiscuirse en lo que decidan libremente los ciudadanos, afecta tanto al ansia recaudatoria de unos como a la moralina prohibicionista de otros.

Ante las convocatorias electorales que se nos avecinan, la discusión entre los partidos debe ser sobre programas e ideologías, en lugar de exclusivamente sobre estrategia y organización. Y tanto la derecha como la izquierda más modernas son, en diverso grado, (neo)thatcheristas, ya que apuestan por la economía de mercado, la supremacía de la libertad negativa y la primacía de los derechos individuales contra la alternativa nacionalista (que sitúa los territorios por encima de los ciudadanos), la agenda postmoderna (que de manera antiindividualista sitúa el género como núcleo de la sociedad, como otros movimientos colectivistas pusieron la clase social o la raza) y la alternativa de extrema izquierda (que lo fía todo al resentimiento de clase y al expolio recaudatorio). Tras los fichajes de Garicano y Conthe por Ciudadanos, es muy probable que Monedero tenga razón y el neothatcherismo, también con la vuelta de Esperanza Aguirre al PP de Madrid, haya resurgido. Y eso, a nosotros los liberales, no nos fastidia. Todo lo contrario.

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