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Santiago Navajas

La izquierda y la ciencia

El último atentado de la izquierda académica contra la libertad de expresión y el método científico lo está sufriendo Nicholas Wade

El último atentado de la izquierda académica contra la libertad de expresión y el método científico lo está sufriendo Nicholas Wade

Al publicar Una herencia incómoda, Nicholas Wade ha unido su nombre al de otros ilustres científicos y ensayistas a los que se les ha venido a calificar más o menos de fascistas por proponer hipótesis que contrarian el consenso dominante. Incluso se les ha llegado a agredir físicamente o se ha pedido que sus obras sean censuradas. Por ejemplo, el psicólogo Paul Ekman postuló que algunas expresiones faciales eran comunes a todos los seres humanos independientemente de su cultura. A la antropóloga cultural Margaret Mead dicha tesis le pareció "escandalosa, espantosa y una vergüenza". Alan Lomax se levantó en una reunión de la Asociación Antropológica Americana para exigir que no se dejara tomar la palabra porque sus ideas eran "fascistas". Esto mismo espetaron a Torsten Wiesel y a David Hubel por demostrar que el sistema visual de los gatos está completo al nacer.

Por las mismas fechas que Ekman demostraba el universalismo de las expresiones faciales humanas, ganándose improperios por parte de la Academia políticamente situada a la izquierda, otro psicólogo, Richard Herrnstein, publicaba un artículo en el que sostenía que el estatus social estaría cada vez más ligado al talento, lo que conduciría a una estratificación según líneas genéticas ligadas a la inteligencia. Lo que llevó al psiquiatra Alvin Poussaint a calificarlo de racista, ya que, sostuvo, sus tesis tendrían efectos dañinos sobre los afroamericanos más jóvenes (que Herrnstein fuese judío y Poussaint negro contribuía a enconar la polémica con cuestiones personales).

Dos antropólogos, James Neel y Napoleon Chagnon, también incurrieron en la ira de científicos izquierdistas, que los acusaron de causar casi un genocidio entre los yanomami. Y todo porque sus estudios documentaban que, lejos de ser un pueblo pacífico, en la línea del buen salvaje de Rousseau y dentro del paradigma de "una antropología para la paz", los yanomami eran violentos y agresivos.

E. O. Wilson publicó Sociobiología en la década de los 70; ahí sintetizaba las investigaciones realizadas por George Williams, William Hamilton, John Maynard Smith, Robert Trivers y él mismo. El problema venía en el capítulo 27, dedicado al Homo sapiens, al que trataba como una especie más, y en el que lanzaba la hipótesis de que algunos universales culturales pueden tener su configuración en una naturaleza humana de carácter genético modelada por la selección natural. Lo más suave que le llamaron desde la izquierda académica fue "determinista genético", y a su programa de investigación, "sociobiología vulgar". Lo más fuerte, que tenía vínculos nazis. Grandes científicos como el paleontólogo Stephen Jay Gould (tan famoso que saldría en un capítulo de Los Simpson) y el genetista Richard Lewontin publicaron un manifiesto anti-Wilson:

La razón de la supervivencia de estas teorías deterministas recurrentes es que tienden a ofrecer sistemáticamente una justificación genética del statu quo y de los privilegios existentes de determinados grupos en función de la clase, la raza o el sexo (...). Estas teorías supusieron una importante base para la promulgación de las leyes de la esterilización y la legislación restrictiva sobre emigración en Estados Unidos entre 1910 y 1930, y también para las políticas eugenésicas que condujeron a las cámaras de gas de la Alemania nazi.

A pesar de que Wilson era el típico demócrata liberal de Harvard de toda la vida, los estudiantes de izquierdas le recibían en los campus al grito de "profeta de la derecha" y le hacían escraches tanto en sus propias clases como en sus conferencias. En una de ellas le acusaron de "genocida" y le arrojaron una jarra de agua mientras agitaban en su cara banderas con la esvástica.

El caso Sokal fue una vuelta de la tuerca, irónica y vitriólica, al talante anticientífico de cierta izquierda que se envuelve en la pseudociencia para promover una agenda política. Alan Sokal, un físico norteamericano, envió a la revista Social Text, izquierdista y postmoderna, el artículo "Transgredir las fronteras: hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica", que era una barbaridad envuelta en una denuncia escondida en una broma. Sokal, él mismo de izquierdas pero ilustrada, pretendía poner de manifiesto la rendición de gran parte de la izquierda académica a los postulados antilustrados y antirracionalistas del movimiento postmoderno, que habría de esta forma traicionado el mensaje y la lucha progresista que arranca con la Ilustración.

Una descalificación muy usada por la izquierda académica para tratar de hacer callar a los críticos con sus posiciones políticas, que tratan de hacer pasar como ciencia, es la de "negacionista". Dicho término se asocia a los que niegan que se produjera un Holocausto durante la Alemania nazi. Por lo que, por ejemplo, calificar como negacionistas a los escépticos respecto del consenso establecido sobre el cambio climático crea un aire de familia del tipo de la falacia ad hominem. En el caso del cambio climático, los que llevan la discusión del terreno exclusivamente científico a las acusaciones políticas y a la censura lo hacen debido a una interesada agenda económica de corte intervencionista.

Pero como defendió el muy izquierdista Christopher Hitchens en el caso de la caza de brujas organizada contra el historiador negacionista del Holocausto David Irving, ni siquiera en un caso tan flagrante como el de este autor fascista de falta a la verdad se debe promover la censura y la prohibición de las ideas, sino que las falsedades deben ser refutadas en el terreno intelectual y dejar que prevalezca la verdad. Los atajos políticos y académicos que promueve la izquierda académica en todos los casos mencionados suponen un ataque directo contra la metodología científica y la actitud racionalista, que dotan de sentido al discurso que, desde la Ilustración y la Modernidad, configura la mejor versión de Occidente.

El último atentado de la izquierda académica contra la libertad de expresión y el método científico lo está sufriendo, como decíamos, Nicholas Wade, que en su libro conjetura que, del mismo modo que hay una relación entre los caracteres genéticos y los rasgos físicos de los individuos, también podría darse dicha relación entre genoma y rasgos sociales. Pero, del mismo modo que en tiempos de Darwin fue la derecha académica la que se opuso por cuestiones teológicas a la relación entre la evolución natural y el ser humano, hoy es la izquierda académica la que lidera la oposición a que el ser humano también pueda ser explicado desde el punto de vista genético (la derecha que se opone a la evolución no lo hace desde el terreno académico sino político-teológico). El problema es que la reacción crítica al libro de Wade no ha venido tanto por la falta de evidencia científica para sus tesis como porque las mismas serían "peligrosas" y con consecuencias "perniciosas" en un contexto donde todavía es muy fuerte el racismo. Con lo que, como dijo el antropólogo Ashley Montague, "la misma palabra raza sería racista". En la misma senda de corrección política, la teórica feminista Luce Irigaray acusa a la fórmula de Einstein E=mc2 de ser machista...

Lo que está en juego es la misma supervivencia de la civilización occidental, basada en el lema de que la verdad nos hará libres. La verdad como valor epistemológico va indisolublemente unida al valor político de la libertad como doble pivote de la ciencia experimental y la filosofía crítica, frente al adoctrinamiento pseudocientífico y la manipulación tecnopolítica. El principal enemigo de la racionalidad no está en los fundamentalismos exteriores de Occidente sino en el propio miedo a la libertad y el desprecio a la verdad que anidan en aquellos que desde sus púlpitos académicos convierten sus axiomas en dogmas, tachan las conjeturas incómodas como "especulaciones" e insultan a los que se oponen al statu quo. Eppur si muove.

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