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Víctor Cheretski

La Meca estalinista

“¡Padre, ayúdanos, sálvanos de los enemigos, ilumínanos, indícanos el camino!”, reza un hombre de mediana edad, arrodillado y con lágrimas en los ojos. Entre lágrimas y gritos de euforia, besa el pedestal de un coloso de 20 metros de altura. La estatua, objeto de adoración, representa a un hombre cuyo rostro con rasgos asiáticos y bigote es muy conocido. Lleva un uniforme militar. Es el “padre de todos los proletarios y pueblos del mundo”, Iosif Visariónovich Stalin.

No exageramos nada, tampoco se trata de una broma pesada ni de una escena de los año 30-50 del siglo pasado. Los acontecimientos tienen lugar en verano de 2002. El hombre arrodillado es uno de los 50 mil peregrinos, entre georgianos y extranjeros, que visitan cada año la ciudad georgiana de Gori para rendir homenaje a Stalin, que nació aquí en 1879.

El monumento se encuentra en la plaza del ayuntamiento, y cada peregrino lo visita para dejar una ofrenda floral antes de desplazarse al templo principal del culto estalinista. Está al lado. Bajo el techo de este templo, casi faraónico, se ve la choza del zapatero, Visarión Djugasvili, padre del “genio de todos los tiempos y naciones”, tal y como señala el letrero. El zapatero bebía sin medida y pegaba al futuro “genio”. En su choza, donde se ve sólo una cama y una mesa con “samovar”, nació el futuro dictador bolchevique. Frente a la choza se encuentra un enorme museo, construido en los años 30, que conmemora su “grandeza”.

Parece mentira, pero el museo se conserva tal y como lo dejaron a principios de los años 50, tras la muerte del dictador. Las críticas antiestalinistas de Jrushev, las revelaciones de los líderes de la perestroika y el colapso del imperio bolchevique no han tenido repercusiones ni en el museo, ni en la ciudad de Gori, convertida en la Meca de los estalinistas. Allí no se habla de los crímenes del régimen: ni una palabra sobre los millones de víctimas del Gulag.

“Todo esto son mentiras de los enemigos para desprestigiar al camarada Stalin”, explican las guías del museo y ofrecen a los visitantes ver las reliquias “sagradas”: las pipas de Stalin, su maquinita de afeitar, sus botas y hasta un vagón blindado, en el que solía viajar. Se puede ver los muebles de su despacho del Kremlin, fotos y cuadros, pintados en su honor: “El Camarada Stalin con los obreros”, “El gran caudillo con los niños”, “Stalin en su despacho”, etc. Y por supuesto, el museo contiene un montón de regalos que las “naciones agradecidas” ofrecían al déspota. A finales de los 50 la exposición fue ampliada con el discurso de Jrushev en el que denunciaba las “desviaciones” de los principios marxistas-leninistas que cometió Stalin. Hace tres años, el alcalde de Gori ordenó retirar el texto del discurso y destruirlo.

El 21 de diciembre, fecha del nacimiento de Stalin, es la fiesta de esta ciudad de 70 mil habitantes. Los vecinos, vestidos de gala, junto con los peregrinos de otras regiones de Georgia, se dirigen al museo-templo y participan en un mitin al pie del monumento. Dan vivas a los tiempos de Stalin, piden su regreso y maldicen a los políticos de ahora, “traidores de la causa”. Es curioso, pero el museo está financiado por estos mismos “traidores”. El dinero para mantener este templo diabólico viene de las arcas del Estado georgiano que asegura ser democrático, amigo de Occidente y pretende entrar en la OTAN.

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