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Si uno no conociera la inmensa capacidad destructiva del felipismo y el grado de sectarismo sansonita -es decir, suicida de puro criminal- al que puede llegar el PSOE en su odio a la derecha, no podríamos creernos que un ministro del Interior que sólo lleva diez días en el cargo se lance de buenas a primeras, sin mediar disputa o acaloramiento previos, a imputar al Gobierno saliente nada menos que la responsabilidad política de la masacre del 11-M. Y que lo argumente diciendo que las Fuerzas de Seguridad del Estado advirtieron reiteradamente que podía suceder lo que, finalmente, sucedió. Eso es llamar asesinos a Acebes y a Aznar y, por más que lo adverbialice el señor Alonso, un asesinato "políticamente hablando" sigue siendo un asesinato. Y, desde luego, es una imputación que el PP debe llevar de inmediato a los tribunales porque, además, Alonso no se desdijo luego de su atroz acusación, sino que insistió y machacó en la que sin duda es una de las ideas-fuerza de Rubalcaba y compañía para las elecciones europeas: el 11-M es responsabilidad del PP.
 
La duda es si el PSOE, que necesita del PP para su funambulismo constitucional, juega con fuego porque le gusta ver a la derecha a la defensiva o para evitar que pase a la ofensiva ante las crecientes y fundadas sospechas, tras el espeluznante informe de Fernando Múgica en El Mundo, de que agentes de la Policía al servicio del PSOE traicionaron al Gobierno legítimo al que como funcionarios deben servir para favorecer electoralmente a la oposición. Como mínimo, a partir del 11-M y hasta el 14-M. Pero eso como mínimo. Los puntos negros del 11-M se convirtieron en agujeros y ahora hay una enorme masa de antimateria político-policial que cada día convence más a la derecha de que a ciertos niveles y en determinados momentos hubo una auténtica conspiración para asaltar el poder imputándole al PP los muertos del 11-M.
 
Que la operación de agit-prop del PSOE y la SER no fue un simple calentón, fruto o reflejo del susto que pasaron cuando en un primer momento creyeron que el atentado era obra de ETA y que el PP podía arrasar electoralmente a Zapatero y a sus aliados de Barcelona-Perpiñán, lo prueban dos hechos a cual más escalofriante, ambos posteriores a la victoria del PSOE. El primero fue la manifestación de Leganés tras la muerte de los terroristas islámicos del 11-M, encabezada por el alcalde socialista, la vicepresidenta primera del Gobierno, sus aliados comunistas y la brigada de tiriteros totalitarios, una manifestación que no se dirigió contra el terrorismo islámico sino contra el Gobierno del PP y con pancartas del "No a la guerra de Irak". Manifestación, por cierto, que adquiere más lúgubres y deliberados tonos de provocación calculada cuando se sabe, por confesión de la propia vicepresidenta, que Zapatero ya había tomado la decisión de engañar al Parlamento y retirar nuestras tropas por sorpresa (o a traición) para que llegaran a tiempo de votar en las elecciones europeas. Aquí están.
 
El segundo hecho ha sido esta provocación del ministro del Interior acusando en la práctica de negligencia criminal al Gobierno de Aznar por no haber evitado el 11-M. Esto ya no son casualidades ni improvisaciones. Es una estrategia de destrucción deliberada de la derecha, de cualquier alternativa democrática y de defensa de España por parte de los que no quieren que haya alternativa de poder y de los que no quieren que haya España. El PSOE juega con fuego, porque hasta esta derecha entre pánfila y suicida puede defenderse si ve que la matan. De momento, el que está en las llamas es el PP, pero ojo al cambio del viento, que también los pirómanos pueden acabar ardiendo.

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