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EDITORIAL

ZP y su carísimo holgorio euromediterráneo

Resulta bastante paradójico que un presidente con los socios de Gobierno más radicales de la Unión Europea y que tan buenas alianzas ofrece a regímenes tan “moderados” como el cubano o venezolano, venga ahora a instruir al mundo contra el extremismo

Las cumbres deberían servir para algo más que debilitar la conciencia crítica y el bolsillo de los ciudadanos. Es lógico que el presidente de Gobierno español, en su papel de anfitrión, quiera evitar "balances anticipados" sobre los acuerdos y resultados prácticos a los que pueda llegar la Cumbre euromediterránea, inaugurada este domingo en Barcelona. Tiempo habrá, desde luego, para analizarlos, sin que por ello dejemos ya de constatar, sin temor a precipitación alguna, el fracaso de convocatoria que ha supuesto el plantón que han dado a la cumbre, tanto la secretaria de Estado norteamericana Condolezza Rice, como prácticamente la mitad de los jefes de Estado árabes invitados. Para colmo, en lo que ha sido la primera jornada de la cumbre, ya se ha podido comprobar algo tan poco esperanzador como el notorio desencuentro de los asistentes en torno al terrorismo y su definición.
 
Más criticable, con todo, es que el presidente de Gobierno español, en lo que es un mero afán partidista, incluso de propaganda personal, haya hecho coincidir esta cumbre de Barcelona con un evento de la ONU en Mallorca, destinado a jalear su vacua y nihilista proclama de la Alianza de Civilizaciones. Otro carísimo evento diplomático en el que ZP se podrá hacer muchas fotos a costa de los más de un millón de euros que nos va a costar su celebración a los españoles.
 
Aprovecharse de la cobertura mediática de la cumbre de Barcelona a la que, como miembros de la UE, asisten los líderes europeos, para dar bombo –aunque sea como teloneros– a los asistentes a la reunión mallorquina, es una manera bastante infantil de fingir un peso internacional que el presidente del Gobierno, desgraciadamente, carece.
 
Nada más plausible que la alianza del mundo civilizado contra los terroristas y contra los regímenes bárbaros que, en nombre de la religión o del partido único, someten a su población al fanatismo y a la miseria. Pero la nihilista tolerancia por la que aboga Zapatero favorece en la práctica a la propia intolerancia de los extremistas, que la defienden en nombre de su "cultura" y "civilización".
 
Resulta bastante paradójico que un presidente con los socios de Gobierno más radicales de la Unión Europea, y que tan buenas alianzas ofrece a regímenes tan "moderados" como el cubano o venezolano, venga ahora a instruir al mundo contra el extremismo. ¿Qué ejemplo de "entendimiento" y "moderación" puede ofrecer al mundo un presidente que dentro de su país dirige una política que genera confrontación entre los propios españoles, y que niega cualquier acuerdo al principal partido de la oposición? ¿Cómo va a erradicar el "extremismo" quien, como Zapatero, ofrece alianzas a los regímenes más extremistas del planeta?
 
Cuando Zapatero dice que hay que "luchar contra quienes imponen por la fuerza sus ideas", ¿a quién está respaldando el presidente del gobierno español? ¿A los que lucharon contra Sadam Hussein y su dictadura, o a los terroristas que tratan de abortar la transición democrática en Irak?
 
¿Cómo vamos a esperar algo positivo de las cumbres de Barcelona y de Mallorca, si en ambas se pone en pie de igualdad a regímenes democráticos, que limitan el poder de los gobernantes, con aquellos otros regímenes en los que la libertad está proscrita en nombre de una forma muy sui generis de entender la cultura y la civilización?
 
Ni el voluntarismo retórico ni la equidistancia ante estas dos realidades, que coexisten a ambas orillas del Mediterráneo, son la solución, sino ganas de perpetuar el problema.

En España

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