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Emilio Campmany

Estadistas

Me conformo con que no enredes. Que dejes que sea yo solito el que pierda o gane. ¿Que pierdo? El partido se pondrá a tus pies y, como diputado, podrás dirigirlo desde la oposición. ¿Que gano? Tendrás que esperar otros cuatro años tu oportunidad.

– Pepe, te llamo porque me llegan constantes rumores de que estás soliviantando a la gente para moverme la silla en cuanto me descuide.

– Lo siento, José Luis, pero yo no puedo evitar que las cosas que haces inquieten a muchos en el partido y se dirijan a mí a confiarme sus temores.

– Todo eso está muy bien, pero sabes mejor que yo que, para ganar en 2008, es esencial que el partido esté unido alrededor de su líder y ya han desertado demasiados. Te ruego, por favor, que, hasta las elecciones, no me revoluciones al personal.

– No depende de mí.

– Sí. Depende de ti. Tú eres la cabeza visible del ala españolista. Si me mostraras cierto apoyo, los inquietos se callarían y el partido llegaría a marzo más unido.

– ¿Y por qué razón tendría yo que apoyarte si desapruebo, como bien sabes, tu política?

– Hay una buena razón. Una que vas a entender muy bien, Pepe.

– ¿Cuál?

– Tu problema no es que desapruebas mi política. Tu problema es que quieres ser presidente del Gobierno. Y, para ser presidente del Gobierno, necesitas que yo pierda. Por eso, no paras de poner arena en los cojinetes del partido. Pero olvidas que no te basta mi derrota: necesitas ser diputado. Lo necesitas porque, si caigo, sólo podrás ser un día presidente siendo antes líder de la oposición, y no se puede ser líder de la oposición sin ser diputado.

– No es tan difícil. Me basta encabezar la lista al Congreso por Toledo.

 –Siempre que yo lo permita.

– ¡No te atreverás a vetarme en las elecciones generales!

– ¿Lo dudas? ¿Estando en juego mi carrera política?

– O sea, me estás diciendo que, para poder aspirar a sucederte, tengo que ayudarte a ganar. 

– No te pido tanto. Me conformo con que no enredes. Que dejes que sea yo solito el que pierda o gane. ¿Que pierdo? El partido se pondrá a tus pies y, como diputado, podrás dirigirlo desde la oposición. ¿Que gano? Tendrás que esperar otros cuatro años tu oportunidad. Pasan más rápidamente de lo que parece.

– Y si vences, ¿qué hago yo? ¿Aplaudir tus discursos vacíos con una sonrisa helada, como hace Guerra? ¿O me vas a hacer ministro de medio ambiente?

– Si gano, te prometo la presidencia del Congreso. No es mal puesto para sucederme en 2012: no te compromete con mi política, te garantiza suficiente presencia institucional y, si te lo montas bien, puedes salir casi todos los días en los periódicos. ¿Qué te parece?

– ¿Y si te digo que no?

– No irás en las listas al Congreso y, sin ser diputado, te dará igual que gane o que pierda porque, si gano, seré yo el que mande, y si pierdo, será alguien que tenga el acta, no tú, el que se haga cargo del partido.

– ¿Y quién me garantiza que cumplirás lo que estás prometiendo?

– Tendrás que fiarte. En cualquier caso, te da igual. No tienes alternativa. Necesitas estar en las listas, y eso depende de mí. A cambio, sólo te pido que, durante estos meses, te estés quitecito. No es mucho.

– Está bien, acepto. Pero, para asegurarme de que cumplirás tus promesas llegado el momento, ¿no te importará que filtre a la prensa la oferta?

– Con tal de que lo hagas después del debate sobre el estado de la Nación, no me importa.

– Entonces, de acuerdo.

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