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Agapito Maestre

El sectarismo de Azaña

Azaña, pues, quizá sea modelo literario, que también lo dudo, pero nunca de reconciliación y colaboración política entre españoles de diferentes ideologías.

Siempre es bueno volver a la historia, sobre todo si se hace con sinceridad y cuidado; pues, si queremos saber de verdad cómo una sociedad se rehace o se destruye, hemos de volver piadosamente a su pasado. Sin un cierto olvido todo recuerdo es una quimera. La historia, pues, es siempre relativa. Más aún, quien piense demasiado en el valor de la historia, corre el riesgo de hastiarse con ella. Sin embargo, dicho sea por la memoria de los cientos de miles de muertos en la guerra de España, una sociedad sin historia sería peor que acéfala, sería cruel con sus caídos. Es menester, pues, volver a la historia con el tiento que ayer lo hacía aquí José García Domínguez.

En efecto, aunque La velada de Benicarló, quizá uno de los pocas obras literarias relevantes surgida en plena Guerra Civil, pudiera ser considerada como un arrepentimiento "laico" del peor vicio de Azaña durante toda la Segunda República, que no fue otro que el sectarismo y la patrimonialización del espacio público político, no creo que este personaje sea hoy, según pretenden algunos nacionalistas, un ejemplo de reconciliación y universalidad democrática para la España de Zapatero, otra vez herida de muerte por el sectarismo socialista y nacionalista.

He aquí un par de apuntes del sectarismo político de Azaña. Resulta llamativa su determinación inicial, que duró cuatro años, perfectamente documentada, de no considerar las Cortes Constituyentes como ordinaria para el cómputo de las dos disolubles por el Presidente. No sólo cambió su ideología "liberal" hasta entregarse al socialismo totalitario, sino que despreció permanentemente al presidente de la República, don Niceto Alcalá-Zamora, hasta llegar a recomendarle anular las elecciones de noviembre de 1933 y disolver las Cortes de ellas nacidas a fin de que no pudiera entrar la victoriosa CEDA en el Gobierno. ¿Quién se atrevería con estos datos a seguir presentando a Manuel Azaña como un modelo de legalidad o defensa democrática de la República? El fracaso de Azaña fue sintetizado con una bella metáfora por García Escudero al decir: "Cuando hacia falta un Cánovas, prefirió ser Robespierre."

Su error revolucionario lo pagaron todos los españoles. Su fraseología, sin duda alguna, anunciaba su comportamiento. Dijo frases que, desgraciadamente, se cumplieron. Famoso lo hicieron sus "sentencias": "No temáis que os llamen sectarios. Yo lo soy. Tengo la soberbia de ser, a mi modo, ardientemente sectario." Uno de los primeros que probó su proceder sectario fue Ángel Herrera Oria. Las palabras de Azaña sobre el director de El Debate, figura imprescindible para conocer los avatares del periodismo contemporáneo y de la democracia cristiana española, no dejan lugar a dudas sobre el profundo desprecio que sentía el político profesional, el ministro, por el ciudadano y también director de uno de los periódicos más importantes de la época.

Lean lo que escribe Azaña, en sus Memorias políticas y de guerra, el día 29 de agosto de 1931: "Esta mañana me ha visitado en el ministerio don Ángel Herrera, director de El Debate. Hace meses, cuando la quema de conventos, fue suspendido El Debate, y, declarado el estado de guerra, el señor Herrera me visitó para pedirme que se levantase la suspensión (...). El señor Herrera es un jesuita de capa corta, de mediana edad, delgado, nariz ganchuda, ojos sepultados en las órbitas, habla sin mirar al interlocutor, puesta la mirada en un punto vago del espacio. Habla con tono precavido, midiendo mucho los términos, y cargándolos de sutileza, con intención. Yo no sé si realmente se cree sutil y astuto temible, o si adopta un estilo, por escuela. En cualquier caso, es risible y sin ningún interés. Tanta recámara, se explora a la primera ojeada, y estamos al cabo de la calle."

La cruel caracterización de Herrera, escrita por Azaña, revela tanta cobardía como pusilanimidad. Pero, más que la crueldad, es la falta de respeto por la persona de Herrera lo que incapacita a Azaña para comprender la idea de un ciudadano, un representante de la sociedad civil de su tiempo, que visita a su presidente de Gobierno para ofrecerle colaboración. La confusión entre persona e idea, entre desprecio al hombre Herrera y a la idea del director de uno de los periódicos más influyentes de la época, es uno de los peores males de la política española de todos los tiempos. La descripción despectiva de un profesional excelente, abogado del Estado, primero, y después director de El Debate, quizá fuera la única forma que tenía Azaña de esconder su pobre carrera funcionarial y su falta de reconocimiento intelectual. ¡El resentimiento, ay, delata a Azaña!

Por fortuna, al final de la República, Azaña consiguió liberarse de ese mal de los mediocres. Quizá entonces fue cuando escribió sus mejores páginas, especialmente la citada La velada de Benicarló. Por desgracia, para él y para el resto de los españoles, ya era demasiado tarde. El enfrentamiento civil entre españoles se había consumado. Comportamientos como el de Azaña jamás pudieron contribuir a detenerlo. El resentimiento de la primera época de Azaña excitó más que aplacó los ánimos guerracivilistas. La peor tragedia de la historia de España, la Guerra Civil, fue seguramente consecuencia de ese tipo de comportamiento sectario.

Azaña, pues, quizá sea modelo literario, que también lo dudo, pero nunca de reconciliación y colaboración política entre españoles de diferentes ideologías.

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