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Luis Hernández Arroyo

Reflexiones sobre la crisis de los mercados

Esto lo expresó magistralmente Greenspan en su novedosa concepción del banco central como una institución que afronta riesgos asimétricos: un error en un sentido puede traer más inflación, pero en el otro puede provocar un cataclismo.

Probablemente no hay cargo de mayor responsabilidad económica que el de gobernador de un banco central. Desde que los ministros de Economía ya no pueden hacer fine tunning y los bancos centrales conquistaron su independencia, las decisiones públicas importantes están en éstos. Un error de un ministro de Economía difícilmente puede llevar a su país a la ruina inmediata, y menos a la economía mundial; el de algunos gobernadores sí.

Esto lo expresó magistralmente Greenspan en su novedosa concepción del banco central como una institución que afronta riesgos asimétricos: un error en un sentido puede traer más inflación, pero en el otro puede provocar un cataclismo.

Es fácil, como hacen muchos, decir que la crisis actual de confianza de los mercados se debe a los bajos tipos de interés del pasado. Porque en el pasado los tipos estuvieron bajos, sí, pero luego subieron hasta los niveles actuales, que no son nada desdeñables. Es como echar la culpa a una de las mitades operantes del mercado, la de la oferta de dinero, sin tener en cuenta que los cambios en la demanda de los particulares tiene una influencia evidente en los tipos de interés. Precisamente en momentos de crisis de confianza esta demanda se vuelve infinita, y si los bancos centrales fueran tan irresponsables como para ponerse duros provocarían una crisis como la de 1929. Como ha demostrado Friedman en su magna obra, fue la actitud intransigente de la FED lo que convirtió una crisis de liquidez en la mayor depresión de la historia.

Friedman es liberal, pero al contrario que los dogmáticos al uso, demostró la importancia del dinero no sólo en los auges, sino en las depresiones. Los tipos de interés tuvieron que bajar en el 2001 por el 11-S, pero también por la crisis que se cocía en la economía real de Estados Unidos. Es relativamente fácil adivinar qué hubiera pasado sin la bajada practicada por Greenspan: véase lo que le sucedió a Japón, donde al estallar la burbuja de finales de los 80, su banco central subió los tipos del 4% al 8%. Todavía se están preguntando dónde está la salida: el trimestre pasado, los precios volvieron a caer tras 18 años de caídas y el PIB se estancó otra vez. Claro que esto es lo ideal para algunos irresponsables: la paz perpetua con tal de que los precios bajen.

¿Por qué son necesarias las inyecciones de liquidez masivas de una entidad pública en ciertas ocasiones? Como dice Willem Buiter, las fuentes monetarias privadas sólo son líquidas cuando no se las necesita. En un día normal, los bancos se prestan unos a otros sus excesos de caja en el mercado interbancario sin mayores problemas. Pero la liquidez es tal liquidez cuando la gente cree en ella, y en situaciones excepcionales es así sólo si la proporciona el Estado, pues "a diferencia de los agentes privados, el Estado tiene el monopolio del legítimo uso de la fuerza", argumento incontestable que suele rechinar en círculos ortodoxos a los que les gustaría implantar el dinero privado, o el patrón oro –y de paso liquidar el Estado–, pues parece ser que han descubierto una nueva naturaleza humana, inmune a la incertidumbre.

Decir que si hubiera un patrón oro, con un liberalismo total, no habría que pagar bancos centrales es un ucronismo bastante arrogante. Primero, porque el patrón oro, cuando existió, fue gracias a un dominio mundial de los países imperialistas sobre el resto: el liberalismo era limitado y unilateral. Segundo, porque no fue una panacea: hubo auges y depresiones, pero éstas eran más violentas y duraderas que ahora. Sus consecuencias eran pagadas por las clases bajas, aún sin representación política: cuando la obtuvieron, el patrón oro murió, y los intentos de reimplantarlo, como la Inglaterra de Churchill en 1925 y EEUU en 1929, provocaron seísmos de consecuencias devastadoras nada ajenas a la Segunda Guerra Mundial, como demuestra convincentemente Einchengreen. ¿Tuvo quizás la culpa de la crisis y la gran guerra subsiguiente que los tipos de interés estuvieran bajos en los años 1920?

En 1998 Greenspan fue muy criticado por haber bajado los tipos ante la crisis asiática, el terremoto de Rusia y la quiebra de un hedge fund fundado por dos premios Nóbel. Principalmente por esos ultraortodoxos que se han quedado anclados en una arcadia inexistente en la que no hay sobresaltos y cambios profundos de sentimientos hacia el futuro. ¿Qué hubiera pasado si hubiera sido más ortodoxo o, simplemente, más timorato?

Y es que los animal spirits de Keynes –el factor irracional en la economía–, existen, pues existe la naturaleza humana, como puede comprobarse leyendo un poco la historia. Si se admite la incertidumbre como consustancial al ser humano, y que ésta es de todo menos estable, necesariamente han de admitirse los animal spirits. Su presencia es de hecho más potente cuanto más se nieguen. Tener el apellido de Keynes no favorece su reconocimiento, pero estar, están.

Aferrarse a teorías jamás vividas en la historia es bastante dogmático.

En Libre Mercado

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