Con muy escaso éxito, el portavoz del equipo médico habitual insiste en desmentir los rumores que aseguran que Castro no despertó de una nueva carnicería quirúrgica y que ya no podrá estrenar el último chándal que aún guarda en su mochila. Aunque como en otros muchos veranos todo puede ser nada, lo cierto es que en esta ocasión, el rumor, lejos de cesar, aumenta.
Nunca antes la esperanza sobrevivió durante tanto tiempo. En cualquier caso, lo único cierto es que el máximo líder de los cuatreros multimillonarios no aparece. Ni está ni se le espera. Los cubanos ya no preguntan cuándo volverá. Saben que no se demorará el día en que alguien les cuente que se marchó para siempre.
Ni siquiera sus generales creen al asesino en serie que pretende heredar la barbarie. Miente. Ni su hermano ni él ni su robolución son eternos. Lo más probable es que la tiranía agonice no mucho después de que entierren a su coma-andante. Es cuestión de tiempo. Y sus víctimas no perderán la paciencia. Se criaron con ella. Sólo así lograron sobrevivir. Es lo único que tienen. Después de tanto remar no morirán en la orilla.
Pronto conoceremos hasta dónde alcanza el miedo de los verdugos que tras 48 años de tiranía no se atreven a informar de la pésima salud del Monstruo de Birán. Así demuestran los carceleros su fortaleza. Tienen miedo. Y les sobran motivos. Son muchos sus crímenes. No siempre sufrirán los mismos.
